CAPÍTULO 2

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Todo iba a salir bien.

Perfectamente bien, se dijo KyungSoo con cansancio cuando el tren se detuvo en la parada de la Spring Street.

No importaba que el hombre que llevaba al lado oliera a ajo, ni que los pies estuvieran matándolo después de llevar todo el día metidos en unos zapatos al estilo Oxford con tacos. Podía fingir que la lluvia no le había arruinado el ondulado de cabello que le habían hecho en Chez Panache por trescientos dólares y le había dejado la maraña de cabellos oscuros de siempre, o que no estaba a punto de caer enfermo por culpa de una gripe o de algo que se le parecía sospechosamente.

Sí, definitivamente todo iba a salir bien. Y si no... si no...

El tren pegó un frenazo poco antes de abandonar la estación. El señor Ajo se le echó encima y, al caer de lado, KyungSoo sintió que se le removió un tacón.

Se le vino una palabra a los labios, una palabra impropia de un doncel como él. Claro que en aquellos momentos no se sentía como uno precisamente. Se mordió los labios y, en lugar de decir la palabra en voz alta, la vio escrita en grandes letras de neón. Se dio cuenta de que sólo un loco trataría de arreglar un tacón en un vagón abarrotado de gente.

Adiós a sus zapatos limitados. Adiós a su peinado de Chez Panache. Adiós a Joyas de KyungSoo.

No, de eso nada. No iba a permitirse pensar así. ¿Qué había aprendido en aquella clase de control del estrés? Bueno, en realidad no había asistido a la clase exactamente; en su vida no había tiempo para cosas como asistir a clase, pero había leído la descripción del curso por Internet...

Vivir en el presente.

Ésa era la clave.

Debía reducir y controlar el estrés concentrándose en el presente, en el momento, lo que quería decir... «¡Maldita sea!». Quería decir que el tren se había detenido en su parada.

—Disculpe. Perdón ¡Tengo que salir!

Se abrió camino entre la multitud hasta llegar a las puertas justo cuando comenzaban a cerrarse, lo que lo obligó a lanzarse al andén. Las puertas se cerraron, el tren reanudó la marcha y la gente se dirigió hacia las escaleras, arrastrándolo.

Subir los escalones que conducían a la calle con un zapato con el taco a punto de salir fue una experiencia interesante. ¿Por qué hacían zapatos con tacones frágiles? Mejor aún, ¿por qué se había comprado él dichos zapatos? ¿por qué les gustaban a los hombres? Era cierto que les gustaban, pero ésa no era la razón por la que los había comprado. No había ningún hombre en su vida; ni podía imaginar que fuera a haberlo en un tiempo después de lo que le había ocurrido en Aristo hacía dos meses.

El príncipe. El príncipe de la oscuridad, así era como había empezado a llamarlo.

¿Y ahora por qué se acordaba de él?, pensó con rabia. ¿Por qué perder el tiempo pensando en él o en aquella noche? No había sido más que una pesadilla. Se odiaba por ello y seguramente se odiaría toda la vida, aunque ni la mitad de lo que lo odiaba a él.

No tenía ningún sentido.

Aristo y el encargo que tanto había deseado, y que había perdido por culpa de él, habían quedado atrás. Debía concentrarse en el presente, en convencer a tiendas como L'Orangerie de que debían comprar sus diseños.

Por eso, pensé con tristeza, por eso era por lo que se había puesto aquellos zapatos y por lo que se había gastado una fortuna en un estúpido ondulado, un dinero con el que podría haber comprado el hilo de oro para hacer los pendientes que acababa de diseñar. Prácticamente había suplicado al jefe de compras de L'Orangerie para que se reuniera con él. ¿Y todo para qué?

Pasión de Diamante (Kaisoo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora