Hellfire Club

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Era una noche como cualquier otra en el Hellfire Club. Las apuestas, vicios, fiestas y orgías  no podían faltar, aun en medio de una fría noche tormentosa. A la puerta del lugar se acercó un hombre enigmático que habría sido sorprendido por el temporal. Aquel viajero envuelto con el manto de la noche podía costear una partida de póquer mientras recuperaba fuerzas al calor de la lumbre.

Nada parecía perturbarle, pero esa misma calma misteriosa hacía que todos se preguntasen su identidad. Aquel extraño visitante no revelaría mayores detalles, salvo que le complacería jugar esa noche al póquer. Los más diestros jugadores vieron en aquella insinuación la posibilidad de ganarle dinero suficiente. Rápidamente las onerosas apuestas caerían sobre la mesa, incluyendo la del viajero.

La tormenta continuaba copiosa, mientras la suerte rodeaba a aquel enigmático hombre. El jugador a su derecha buscaba la forma de sacar ventaja del juego intentando distraer al forastero, pero este apenas conversaba.

Para ver si podía realizar alguna artimaña a su favor, el socio del club hizo un extraño tropiezo dejando caer al suelo una de sus cartas y, al agacharse debajo de la mesa, solo emitió un grito aterrador. No podía creer lo que veía: las extremidades inferiores del viajero eran pezuñas de cabra en lugar de pies.

Al advertir con el alarido, todo el club quedó a la expectativa, posando sus miradas en el enigmático forastero. El Príncipe de las Tinieblas hizo la revelación de su presencia en el Hellfire Club, el sitio en el que, durante años, se le había rendido culto en medio de los más pecaminosos encuentros de sus socios.

Poco se supo de cómo terminó aquella noche. Lo que sí se sabe y aún se comenta es que, a la mañana siguiente, solo quedaron los vestigios humeantes de la edificación. Y trazando un camino de salida, quedaron plasmadas en la tierra las huellas de herraduras de un par de patas de cabra.

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