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Ciudad de México, 23 de diciembre de 1920

     El frio blanco se había apoderado de todo el campo, las aguas eran tan cristalinas que las aves sobre el rio parecían caminar sobre el agua. El viento se sentía tan extraño vagando por las calles y caminos de México, el frio era un forastero para las plantas y los animales de todos los pueblos, justo cuando Nicolás caminaba regreso a casa, su forma de caminar con tanta desolación daba testimonio de la noche que había transcurrido, y lo confesaba con su rostro fatigado, como un peón con ambas manos sucias y la cabeza gacha. No se consideraba a sí mismo como un hombre de ciudad, ni mucho menos de campo a pesar de no dedicar su vida a ello, sin embargo, tenía una vieja casa al lado del rio, aquella que le habían dejado sus padres antes de fallecer hace un par de años. Vivía junto a Vicente, un compañero que conoció en sus años de universidad, con quien ha compartido parte de su vida pues a sus 23 años ambos seguían sin comprometerse.
     Esa mañana al entrar a casa y mientras la gran ciudad se extendía a lo lejos con sus mercados e iglesias, comenzó a sentirse inquieto, era como una punzada que le daba el lugar, advirtiendo que algo malo había acontecido, lo presentía al igual que los animales cuando son llevados al matadero. De pronto tuvo miedo, se sintió vacío. Decidió revisar todo el lugar, tal vez algo ajeno había irrumpido en su hogar, pero no pudo encontrar más que pares de zapatos en la sala de estar.

— ¿Vicente?

     Nada. Volvió a llamar, pero esta vez menos suave. De repente y como un golpe lo comprendió. Alguien más estaba ahí. Preocupado por Vicente subió rápidamente a la alcoba.

— Vicente.

     Metió la llave a la puerta y la abrió, pero la cadena de seguridad bloqueo su paso de golpe.

— ¿Quién es? — preguntó Vicente al otro lado de la puerta.

— Nicolás. — Hubo silencio —. Abre la puerta ¿está todo bien?

— No.

— ¿Qué ocurre?

— Hay alguien más.

     Por un momento no supo que más hacer, se sentía cansado, estaba enfermo, estaba muriendo, el sol había decolorado su piel volviéndolo pálido y las paredes, alfombras y sábanas le absorbían la vida.

— Vicente ¿Quién está ahí? — suplico cayendo al suelo.

— Ahora no puedo decírtelo.

     Estaba muy sorprendido porque él era demasiado inocente. Todo estaba bien y las cosas estaban en su lugar, pero no podía reconocerlas.

— Nicolás — escuchó la otra voz muy familiar, justo antes de quedar inconsciente.

AHÍ ESTÁ EL PROBLEMA , ESTAMOS TAN LEJOS DE SER NATURALESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora