CAPÍTULO 9

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Después de estar aproximadamente una hora metida en la tina y de revisar mis piernas, para ver si están correctamente depiladas, decido salir. Claro, no sin antes cerciorarme que ciertas partes íntimas también estén presentables, y no es porque estoy planeando una noche de pasión, pero nunca se sabe ¿no?

Mi crema hidratante de ámbar se impregna en mi piel mientras la acaricio. Me coloco mi ropa interior de encaje negro– insisto, porque nunca se sabe– y saco del ropero uno de los vestidos que más me gustan. De hecho lo llamo “El vestido conquistador”. No pregunten por qué, pero cada que me pongo este vestido me va bien. Es como un amuleto de la buena suerte.

Con él me siento fuerte, segura, linda, tierna, sensual, coqueta, modesta… en fin, creo que ya me entendieron, y créanme que no es un vestido pomposo ni elegante. Nada que ver. Todo lo contrario. Es un sencillo vestido corte evasé que me queda un poco más arriba de las rodillas. Es de color durazno, sin mangas, con un modesto escote redondo, una franja negra a la cintura acompañado de una delgada cinta del mismo color de la prenda, y otra franja negra que queda debajo del corte del vestido por un revuelo que lleva en el interior.

Me coloco mis zapatos negros de tacón mediano, una pequeña cartera del mismo color, una cola de caballo con un par de risos sueltos, unos aretes pequeños, un poco de brillo labial, mascara en mis pestañas, mi respectivo perfume Euphoria de Calvin Klein, y listo.

Me miro en el espejo para asegurarme que mi atuendo es el indicado y antes de salir de la habitación dejo encendida la luz de la lámpara, haciendo que todo quede con una iluminación tenue. Tomo mi llavero parisiano y salgo para emprender mi camino.

Reconozco que voy nerviosa porque no sé lo que me voy a encontrar. Llevo mi corazón latiendo a mil por hora. Estoy ansiosa y eso no me ayuda mucho ya que siento el camino más largo de lo normal, pero a cada paso que doy aprovecho para respirar profundamente y calmarme.

Cuando llego a la plaza, veo a varias personas caminando por ella. Algunas mujeres llevan grandes globos en forma de corazón y otras llevan flores. Violinistas se desplazan tocando música de diversos lugares y algunos artistas guardando las diversas escenas en sus lienzos a través de la pintura.

Miro hacia los lados buscando a Elliot pero no lo encuentro. No sé por qué no le pedí un número para llamarlo en caso que sucediera esto, pero en ese momento, un hombre vestido de smoking, alto, esbelto y de unos cincuenta años, se me acerca amablemente.

–¿Mademoiselle París?– me pregunta con sus manos en la espalda.

–¿Sí?– respondo extrañada, sin recordar que estaba en Francia y que debía responder con un “wi”.

–El señog Elliot la esta espegando. Sigame pog favo– dice con un masticado español.

Le sonrío amablemente y comienzo a caminar a su lado mientras mi cabeza comienza a dar vueltas tratando de entender cómo este hombre me había encontrado. ¿Será que anduvo de mujer en mujer preguntándole si era la señorita París? ¿Cómo supo que era yo?

Sigo sus pasos sumergida en mis pensamientos, hasta que llegamos a una zona de la plaza que no conocía. Sin embargo, no es el lugar lo que me sorprende, sino lo que encuentro ahí.

Una pequeña área, en plena zona, totalmente descubierta y reservada con antorchas y pequeñas velas colocadas en el piso. Al centro, hay una pequeña mesa redonda con un mantel blanco, dos sillas, un pequeño jarrón de vidrio al centro con una rosa roja y un par de velas.

Mis pasos comienzan a ir más lento, y más cuando veo a Elliot parado al lado de una de las sillas vestido tan elegantemente. Lleva un saco y un pantalón color grafito. Debajo tiene una camisa negra y una corbata del mismo color del traje. Su cabello está peinado hacia atrás de forma uniforme y tiene una hermosa sonrisa nerviosa en el rostro. En sus lentes oscuros puedo ver el suave reflejo de las luces que adornan el área y sus manos están metidas en los pantalón.

Je T'Aime, ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora