CAPÍTULO 5

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Salgo del café para continuar mi recorrido y decido ingresar al Museo DOrsay, considerado uno de los mejores museos de la ciudad. El lugar es grande y majestuoso, así que estoy consciente que puedo pasar aquí gran parte del día mientras espero el momento de encontrarme con Elliot.

La experiencia del recorrido es increíble. La forma en que lograron convertir una estación de trenes en este lugar es admirable. Las obras expuestas te envuelven de tal manera que olvidas todo, incluso olvidas que el tiempo avanza, así que cuando veo el reloj y me doy cuenta de la hora que es, salgo corriendo de forma acelerada porque sé que llegaré tarde a mi encuentro con Elliot.

Sólo espero que siga ahí, en el mismo lugar donde lo conocí.

Cuando llego a la plaza, algo agitada y despeinada por la carrera que acabo de hacer, mis oidos capturan una melodía proveniente de aquel instrumento que me cautivo.

Me acerco despacio para encontrarme con el mismo espectáculo del que había sido testigo el día anterior. Lleva su pelo casualmente despeinado, unos vaqueros azules, una camiseta y un sueter de cuero que lo hacen ver más guapo de lo normal.

Sus lentes oscuros continíuan ahí, ocultando esos ojos que muero por ver, pero me quedo quieta, obervándolo y dejándome llevar por la música.

Toca las canciones una tras otra, todas cargadas del mismo sentimiento, de aquel sentimiento que yo lograba descubrir en cada nota, y al cabo de aproximadamente 30 minutos, termina inclinándose hacia delante.

Los aplausos y las propinas comienzan a caer nuevamente y yo, así como ayer, me quedo parada frente a él observando sus movimientos mientras guarda el saxofón.

–Te gusta mirarme verdad?– pregunta de repente, sorprendiéndome pos su habilidad de percibir mi presencia.

–¿Cómo sabes que estoy aquí?– cuestiono curiosa.

–Ya te lo dije, sé lo que me rodea y quien está cerca sin necesidad de ver– responde colocándose el estuche en el hombro –además tu olor lo reconocería en cualquier lugar.

–¿Mi olor?

–Sí, huelesa coco y anai, una mezcla exótica, dulce y atractiva, igual que quien lo porta.

–Oh…– me deja sin palabras después de escuchar su cumplido.

–Entonces mi París latina. ¿Dónde será nuestra cita esta tarde?

–Acompáñame y lo verás.

Sostiene mi brazo y comenzamos a caminar, dirigiéndonos directamente a la Torre Eiffel. Mientras avanzamos me pregunta sobre mi día y le cuento mi experiencia en el café y en el museo.

Elliot me cuenta que recuerda perfectamente ambos lugares, pues son sitios bastantes asistidos por los turistas en la ciudad. Confiesa que aquel restaurante era uno de sus favoritos por el café que servían y por la excelente atención que brindaban.

Finalmente llegamos al pie de aquel monumento tan soñado por mi. Me detengo y me paro frente a él.

–¡Hemos llegado!– le digo envuelta en una gran euforia y una amplia sonrisa.

–La Tour Eiffel– comenta de pronto.

–¿Cómo sabes...? Ok, ya lo sé. ¿Será que nunca podré sorprenderte?– comento haciendo mas o menos un puchero.

–París, créeme que me has dado la mejor sorpresa de mi vida.

–¿Así? Y cual a sido?

Levanta una de sus manos y acaricia mi rostro delicadamente.

Je T'Aime, ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora