CAPÍTULO 2

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Después de estar 14 horas en el avión, en las cuales pude dormir lo suficiente para llegar con fuerza a mi destino, el Charles de Gaulle, aeropuerto de París, me recibe en todo su esplendor.

Ya se imaginan la cara que tengo ahorita viendo el tamaño de este lugar. Decir que es inmenso es poco. Miles de turistas caminan de un lado a otro para abordar sus vuelos, otros van y vienen para salir, entran y salen de las tiendas para llevarse recuerdos, toman café... ¡es una locura! Y yo acá, en medio de todo esto con una gran sonrisa en el rostro.

Creo que si alguien  viera mi estado, pensaría que estoy fuera de mis cabales porque en vez de sentirme aturdida y moverme en este mar de gente, estoy de pie, en medio del pasillo, observando cada detalle de lo que me rodea mientras siento que en mi corazón late desenfrenado.

Comienzo a caminar para buscar la salida y  me deleito con cada una de las tiendas. Voy despacio para disfrutar, preparándome para comenzar los  30 kilómetros que me esperan de camino para llegar a mi hotel.

¿Han visto a los perros cuando van en los carros con la cabeza afuera? Bueno, es así como estoy en este momento mientras el taxi avanza por las calles de París. No es nada comparado a lo que soñé y lo que vi en la web. Estar aquí  es diferente, me llena plenamente, y mientras dejo que el aire parisiano acaricie mi rostro, cierro los ojos y sonrío, por que sé que este viaje cambiará mi vida por siempre.

El taxista, quien se presentó como Jean Marc, me deja en la puerta del hotel y deja mis maletas a mi lado. Me entrega una tarjeta con su número telefónico para que lo llame cuando necesite transporte.

–Bonjour mademoiselle, et une bienvenue à Paris, la ville de l'amour– me dice con una amable sonrisa.

–Bonjour Monsieur, et merci– respondo risueña con un masticado francés que aprendí gracias a la aplicación de Duolingo. Sabía que iba a viajar, así que traté de prepararme con mis propios medios, y aunque sé que no sería perfecto, al menos podría defenderme y decir algo más que "oui".

El hotel Splendid Eiffel sería mi nuevo hogar por los próximos días. Lo había elegido por su estratégica ubicación y el hermoso paisaje que presentaba desde las últimas habitaciones, de las cuales podía observarse perfectamente la aclamada Torre Eiffel.

Estaba ubicado en una esquina, prácticamente era como una de las puntas de una cuadra en triángulo. Era un edificio del siglo XIX, por eso su estilo, que combinaba  clásico y art deco, le daba una apariencia clásica de la ciudad y a la vez acogedora. No era un hotel elegante, pero la vista que regalaba a sus huéspedes era más que suficiente para haberlo elegido.

Una vez en su interior, me acerco a la recepcionista que, al revisar mi reservación y notar que vengo de América Latina, me da la bienvenida en un perfecto español y me explica los servicios del hotel con los que cuento libremente a partir de este momento. Luego me  entrega una serie de trifolios entre los que se encontraba un amplio mapa de la ciudad y me ofrece los servicios de tour que podría solicitar con plena libertad desde la comodidad de mi habitación.

Después de agradecerle con un clásico "merci" y recibir la llave de mi habitación que lleva colgado un pequeño llavero que consiste en una réplica de la torre Eiffel, entro al elevador para llegar al sexto piso y entro a ese espacio que derrocha belleza y romance por todos lados.

Me recibe una hermosa cama cubierta con un edredón de algodón con rayas verticales y un sofá que es acompañado de una mesita sobre la que descansa un jarrón con tulipanes blancos. Pero lo que realmente me deja sorprendida y aleja mi atención de todo lo que me rodea, es el par de ventanas de la altura de la pared abiertas de par en par, que dejan ante mi una imagen que nunca podré olvidar. La imagen de aquel símbolo parisiano, de aquella torre que ha protagonizado tantas veces el fondo de pantalla de mi computadora, la imagen con la que he soñado tantas veces y que he deseado escalar hasta llegar a lo más alto.

La Torre Eiffel.

Me acerco al balcón y me dejo embriagar por ese espectáculo de panorama que me regala París como bienvenida.

París.

Hasta decir el nombre me causa escalofríos y siento como unas mariposas imaginarias bailan en mi interior.

Había llegado al hotel casi a las diez de la mañana y me sentía como nueva gracias al descanso que tuve durante el viaje, así que luego de acomodar mi ropa y mis cosas personales, tomo uno de los papeles que me entregó la recepcionista y decido comenzar a recorrer esas avenidas que a la distancia me llamaban con su belleza.

Cómo toda una turista, es decir, mochila con un libro, cámara y mapa en mano, empiezo a caminar por la avenida De Tourville. La infraestructura de los locales y de las tiendas hacían honor a la llamada "ciudad del amor", ya que destila romanticismo por todas partes.

Miles de personas caminan a paso lento. Yo por momentos me detengo para ver el mapa y saber por donde estoy caminando, y cambiaba el rumbo de forma inesperada, dejándome enamorar por la magia del lugar.

Paso por una cafetería llamada "Le Bonaparte" y decido entrar para tomar algo caliente, ya que el plan de ese primer día era llegar a la Plaza de la Concordia y ponerme a leer rodeada de aquel ambiente perfecto.

Con una deliciosa taza de café sabor a vainilla francesa, llego hasta ese lugar monumental, donde una imponente fuente en el centro de la plaza se deja descubrir ante mis ojos. Miro a mi alrededor y me encuentro con varias parejas que caminan tomadas de la mano, músicos que adornan el ambiente con su talento musical y artistas que a través de la pintura, estampan ese escenario con sus pinceles.

Decido sentarme en aquella fuente que tantas veces vi en las páginas de turismo, saco mi libro y comienzo a leer mientras disfruto ese delicioso café que parece haber sido hecho por una abuelita por la perfección de su textura.

Nada se puede comparar con este momento.
Las risas, el sonar de algunos violines, el cantar de algunas aves y el sonido de los carros que recorren la avenida, no hacen más que hacer de mi lectura un instante inolvidable, pero algo aleja completamente mii concentración.

Cuando llegué, pude ver algunos violinistas, pero lo que estoy escuchando es diferente a la melodía de un violín.

Es un saxofón.

Guardo el libro nuevamente en la mochila y como si estuviera hipnotizada, comienzo a caminar para buscar el lugar de donde nace aquella canción tan cargada de sentimiento.

Llegó hasta un lugar donde un grupo de personas se encuentran reunidas y me meto decidida entre ellas, como si algo me estuviera llamando, como si aquel centro de atención estuviera esperando por mi.

El público se hace un lado, dándome libertad para poder llegar al centro y descubrir al causante de mi distracción, y después de unos segundos avanzando lentamente, lo veo

Lo veo, y no hay nada ni nadie que pueda apartar mi mirada ante lo que acabo de encontrar.



Je T'Aime, ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora