LA TIENDA PROHIBIDA

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Era un día normal, daban las 09:00 am, una pequeña ráfaga de luz entraba por la habitación, yo estaba aún cansada, pero escuché que mi familia entraba a la casa, al parecer habían salido muy temprano y al volver, estaban bastante entusiasmados, tanto que ya no pude volver a dormir por el ruido.
Pasó media hora hasta que decidí salir de mi habitación, mis dos hermanos estaban en la cocina sentados frente al comedor. Les di los buenos días y me dirigí a la estufa, tenía algo de hambre así que saqué algunas cosas de la nevera para preparar algo de comer.
Tenía una sensación un poco extraña, pues mis hermanos hablaban de algo peculiar, estaban eufóricos con una bolsa negra en la mesa, estaban deseosos por abrirla. Mi hermano mayor la abrió y de allí sacaron varios paquetes, uno de ellos era una bolsa de papel que en su interior tenía un frasco de vidrio mediano. Yo trataba de no mirar tanto hacía dónde estaban, pero sí los escuchaba y miraba de reojo mientras me preparaba el desayuno.

Mi hermano comenzó a reír y me llamó hacía dónde estaba, sólo asentí con la cabeza y seguí con lo mío, cuando de pronto él me lanzó lo que parecía una pelota un tanto pequeña, que al rozar con mi brazo, noté que estaba mojada, al mirar a lado, noté que era una cabeza humana, muy pequeña, parecía ser de un hombre, ya que tenía cabello corto y negro, así como una forma poco fina en cuanto a los rasgos.
Di un grito seco y me alejé de ella, quedé horrorizada al ver eso, pues muy en el fondo, sabía de dónde la había sacado y que era exactamente.

Mi hermano entre risas cínicas, se acercó levantando la cabeza decapitada del piso, la seguía acercando a mí, quería que la viera, poniéndola frente mis ojos, yo sólo daba pequeños gritos y negativas para que me la quitara de encima, pero él no cedía, seguía riendo y restregándome esa pequeña cabeza.
Yo tenía los ojos cerrados, y sólo estaba tirando golpes al aire, cuando simplemente lo lancé con todas mis fuerzas y corrí de nuevo a la habitación.

Mi otro hermano seguía viendo los paquetes y riéndose de lo que estaba pasando, mientras que el otro corrió hacia a mí con la cabeza, alcancé a cerrar la puerta. Encerrada, trataba de calmarme, pero no podía, estaba angustiada, aterrada y no podía parar de llorar y lanzar pequeños gritos.

Pasó un rato hasta que ese hermano tocó mi puerta diciendo:

«Discúlpame, no pensé que eso te fuera a poner así.
Si me dejas entrar, hablamos y ya, no va a pasar nada.»

Dudé mucho en si debía abrir o no, pero al final me sentí convencida de que todo estaría bien, comencé a abrir la puerta lentamente, mi hermano estaba frente la puerta con las manos en la espalda y una sonrisa tranquila, de oreja a oreja, cuando de pronto, sacó las manos y tenía la cabeza en una de ellas.
Comenzó a comérsela y querer entrar en mi habitación, enseguida traté de cerrar la puerta, pero él la estaba deteniendo con una mano, en la misma tenía un pedazo de la cabeza, de la cual se le estaba saliendo un ojo y parte de la lengua, ya que al comerse un pedazo, quedaban partes de piel colgando y demás.
Era como si me estuviera dando el resto de la cabeza, hacía comentarios sobre lo rica que estaba y que debía probarla.
Yo sólo seguía gritando angustiada, y seguí intentando cerrar la puerta, hasta que esté sacó la mano con un fuerte grito, dicha mano ya estaba bastante roja por los golpes de la puerta.
Empezó a gritar:

«Deberías agradecer porque te quiero compartir de mi comida, deberías estar agradecida, sólo trato de ser un buen hermano».

Estaba frente a mi puerta temblando, tenía la mirada perdida y seguía llorando, cuando de un momento a otro caí al piso desmayada.

Pasaron horas quizás, cuando mi madre llegó a casa y tocó mi puerta para saber si estaba bien.
Eso fue lo que me despertó, así que me levanté un poco adolorida y abrí la puerta, estaba pálida, o eso fue lo que dijo mi madre.

Relatos de una mente violentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora