Capítulo 4: Vejez y muerte

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Después de que su hijo muriera, a Piamonte solo le quedaba hacerse viejo.

Envejeció lento.

También la muerte se le fue acercando lenta, sin crujidos. Apenas si la sentía. Y la tenía cerca. Empezó a olvidar las cosas, hasta que hubo un momento en el que María lo llamó:

–¡Piamonte!

Y Piamonte no sabía quién era él, quién ella.

No hubo más. Así murió.

Murió como cuando por sobre los cielos viene el humo del olvido que se lleva todo: que se lleva todo y nubla todo y difumina todo. A Piamonte, el humo le nubló la vista a los setenta y muchos, ya viejo, cuando hacía cuarenta años de la guerra y la guerra no importaba y se vivía con el irrespeto y el resentimiento de los que solo tienen paja en la cabeza, que es olvido.

Han cogido la paja, la han cogido, se han hecho nueve mil pajas y os han echado la leche en la boca y después han cogido la paja y la han amontonado en el medio del bosque sin despejar las malas yerbas y la han prendido y ahora la paja arde y la yerba arde y arde todo hasta que todo está ardido —y los pinos y alcornoques y las encinas y todo el bosque está calcinado ahora— y solo queda el pájaro que viene en primavera y ve que todo es un desierto —y ya no vuelve— y se ha perdido.

Esto lo escribió en uno de sus últimos libros, justo después de que de que mataran a su hijo en los pelotones del bosque.

Por esto y por otros motivos, se comparte la vida de Piamonte y sus más destacadas y nobles hazañas. Porque siempre es bueno saber de la vida de los otros, máxime cuando esos otros son los héroes, porque los héroes nos enseñan. Y la mayor enseñanza de Piamonte fue sin duda aquella que dice, que él mismo escribió:

Entre los muchos vicios que dice la gente que hay y que llevan a la impotencia y la desgracia, en verdad, solo hay dos vicios. El primero es la olvidanza y el segundo el no saber que la olvidanza es el peor y más malo de los vicios.

Así guerreamos, porque no recordamos o no sabemos. O no queremos saberlo. Nos manipulan, nos gobiernan. Hay dolor. Hay pena. Hay resentimiento. Que nadie diga que no hay resentimiento.

De esta manera, terminaba su último escrito.

PiamonteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora