La huída

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Cuando Jaime entró en el cuarto con su bata puesta, Nico ya  tenía los ojos abiertos. Se quitó la bata, levantó la manta y se tendió sobre un costado, acomodando su cuerpo como un molde contra el de Nico. 

"No quieres bañarte...estas algo pegajoso", le susurró el hombre. Nico negó con la cabeza. "Es que cambiaste los planes...no quería hacerlo, tu manito estuvo demasiado tiempo, por eso... pégate una duchita, si?", dijo refiriéndose a que fue más lejos de lo que Jaime pudo aguantar. 

"Perdón", le contestó como avergonzado. 

"Ponte la bata" le dijo al ver que el muchachito salía de la cama. "En un bolsillo hay un regalito para vos". El chico revisó el bolsillo antes de ponerse la bata y sacó los billetes que Jaime había puesto. 

"Gracias", contestó con voz apenas audible. Ya bajo la lluvia caliente de la ducha, con la palma de la mano enjabonada removió el salpicado que había cuajado en su cuerpo. "Por lo menos algo sé hacer bien" se dijo con ironía. Cuando volvió a su cuarto , envuelto en la bata gris, sacó  los tres billetes que había en el bolsillo, que no era poco. "Gracias otra vez", le dijo a Jaime que estaba sentado en la cama. 

"Ven..." le dijo el hombre y extendió los brazos... "es porque te estás portando bien". El chico se acercó, se dejó abrazar y quitar la bata que fue a parar en el piso. Ambos rodaron sobre la cama y quedaron sobre un costado, enfrentados. " No me has dicho si eres virgen o no... pero supongo que no..." le susurró al oído buscando morder el lóbulo de su oreja. "Quién fue el suertudo...dime?" 

"En el baño del colegio, el año pasado, con un chico de quinto", le contestó. Recordó la violación sufrida. El *no le digas a nadie que si no cuento a todos lo marica que sos*, y las veces siguientes en el depósito del sótano donde terminó desnudándose él mismo con el deseo de ser tomado por él:  se había enamorado de su violador y el romance duró hasta la clausura de las clases, con su egreso del colegio.

Jaime no le dejó seguir hablando, pues su boca se había aplastado sobre los labios del muchachito. Éste, ya con todas sus hormonas circulantes que lo hacían arder de deseo, dejó que el pesado cuerpo del hombre se tendiera sobre él. Separó sus piernas  y levantó sus rodillas en señal de apremiante invitación.  

No terminaba de incomodarle el tamaño del grueso miembro que iba y venía en su vientre. Ya no sentía dolor sino una sensación de plenitud,  el sufrimiento inicial iba tornándose en acostumbramiento y  luego en sorpresivo placer, y entonces el coito, de un ritmo cadencioso en el que él se esforzaba en colaborar, se transformó en una sinfonía en que ambos gozaron hasta llegar al éxtasis en indecibles ocasiones, una vez uno y otra vez el otro, tal vez dos horas o más, con pausas silenciosas y volviendo a empezar,  de costado, sobre su espalda, boca abajo mordiendo la almohada o un grueso dedo.

Nico despertó de un sueño en el que se veía atrapado por un animal parecido a un pulpo gigante. Eran una pierna sobre sus rodillas y un brazo que rodeaba su cintura la causa de aquel sueño casi como pesadilla. Jaime no se despertó al moverse el chico para desprenderse de esos miembros que lo rodeaban, sino que se movió quedando  sobre su espalda y empezó a roncar de forma regular. El chico se sentó en la cama, se sintió sucio y pegoteado, pero no podía permanecer más acostado al lado de ese hombre que de repente realizó que buscaba sólo una satisfacción en el momento, un deseo cumplido, y mañana sería un *si te he visto no me acuerdo*.

 Debía ser la madrugada, altas horas según el silencio que reinaba en la calle. Un presentimiento, que lo acosaba desde que se había despertado lo llevó a salir de su cuarto. La luz de la sala y el televisor estaban apagados, debió ser Clara que se había levantado y recorrido la casa. Y no iba a hacerlo sin averiguar dónde estaba su compañero, de ese modo casi seguro que habrá entrado a su cuarto... y descubierto la escena... y verlo a él , en brazos de ese hombre.

Angustiado y trémulo se dirigió a la habitación de Clara. Noche oscura y silenciosa reinaba en ella. Se acercó  y sintió que en  el cabello revuelto sobre la almohada no había signos vitales. El frasco vacío y destapado sobre la mesita de luz le hizo suponer que había ingerido todo aquel remedio para dormir. Quedó tieso con la mente en blanco. De golpe, su instinto le indicó que debía huir de allí. Huir de esa casa sin amor. Tuvo la suficiente serenidad como para encontrar el saco de Jaime sobre la silla y la billetera que debía encontrarse en un bolsillo. Sacó todo. 

Dejó la casa en el silencio nocturno, con su mochilita en la espalda. Adonde iría no sabía. Pero todo lugar sería mejor que aquel. Ya no quería vivir con su pasado. Y si se quedaba, la ley lo ubicaría en algún lugar conveniente para todos pero no para él.

(continuaré)




El señor del automóvil negroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora