Al abrir la puerta

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Clara entreabrió los ojos,  aún inmersa y saliendo de un sueño profundo. Le costó comprender adónde estaba. Con un brazo tanteó el espacio donde estaría durmiendo Jaime, su compañero que había conocido hace poco. Lo encontró vacío, debía haber ido al baño. Pero pasó un buen rato y aún no había vuelto. "Se habrá ido? pensó. No podía levantarse, se sentía mareada. Trató de seguir durmiendo ya que el sueño le pesaba aún, pero no llegaba  a pegar los ojos. Con esfuerzo se levantó y caminó apoyándose en los muebles y en la pared hasta la puerta. En la sala había luz y se oía la voz del locutor que hablaba en el televisor, estaba prendido con un mínimo volúmen. Le llamó la atención que no había nadie, y más aún al ver la bata de su compañero en el sofá y un toallón sobre la alfombra, su mente empezó a especular  insensatas cavilaciones. Inmediatamente un sentido oculto le indicó que tenía que ir al cuarto de Nico, allí estaría la respuesta. Si, él y Nico, y como siempre entró en la sospecha de una extraña relación entre ambos. Nico, aquel chico que nunca deseó tener, un accidente, que siempre lo consideró como tal, y que ahora, ya adolescente, interfería en sus planes. No había advertido una y otra vez el cruce de miradas intensas o las conversaciones que se interrumpían apenas ella se hacía presente? Nunca había terminado  de entender el porqué Jaime estaba aún en casa. Sentía que él no la quería, que su presencia se debía a otra cuestión. Tampoco ella lo consideraba indispensable, a no ser por los aportes de efectivo que a veces generosamente propinaba.  Fue una pasión relámpago, un encuentro fugaz que terminó en el lecho de Clara. Pero era su hijo el motivo que demoraba el fin de tan fugaz aventura, lo iba asumiendo mientras se acercaba por el pasillo a la habitación del chico.

Al  entreabrir la puerta y a pesar de la oscuridad, el sentido del olfato  le reveló  una fuerte presencia humana, y pudo percibir al instante el acompasado y regular soplo de su compañero que solía tener después del amor. El farol de la calle hizo que pudiera ver  al acostumbrarse sus ojos a la penumbra casi completa. Nico estaba echado sobre un costado, dándole la espalda a Jaime, con su cabeza apoyada sobre el brazo extendido del hombre. Una gruesa y peluda pierna estaba completamente atravesada sobre las del chico, contrastando con la palidez de sus finos muslos. Dormían. La gruesa manta que servía de cubrecama estaba en el suelo, mostrando la prueba inequívoca de lo acontecido.

Clara permaneció observándolos sin reaccionar. Para qué iba a hacerlo? Todo estaba perdido para ella, sintió el peso de su soledad, de lo inútil de su existencia, de los mil fracasos que se le fueron encimando. Se retiró tratando de no hacer ruido, dirigiéndose  a su habitación y se sentó en la cama. Quería dormir, y no despertar nunca, o en cien años. Estaba a su alcance en la mesita de luz el frasco con las pastillas para dormir. Eran fuertes. No importaba, iba a dormir y olvidar si se tomaba unas cuántas. Un poco más y vació el frasco. Luego se acostó y cubrió con la manta tapándose hasta la cabeza.

Jaime fue retirando el brazo sobre el cual reposaba la cabeza del chico tratando de no despertarlo. Era delicioso sentir su respiración suave y regular tan de cerca, algo que había ansiado tanto desde que llegó a esa casa. Observó su longilíneo cuerpo por un buen rato, con renovadas ganas de recorrer con sus dedos sus ocultos rincones. "Pequeño demonio" pensó, al parecerle que había disfrutado tanto como él, o al menos  simulando estarlo. Salió de la cama y se levantó para ir al baño. Recogió la manta que estaba desparramada en el piso a un costado de la cama y la tendió sobre el chico dormido, tapándolo hasta los hombros. Una rápida ducha le quitaría la transpiración y demás fluidos.  Fue primero a la sala para recoger su bata. De paso tomó el toallón y apagó el televisor. Se preguntó si Clara seguiría durmiendo. Supuso que sí, le había dado una buena dosis, eran pastillas potentes. Confirmó su teoría al encontrar la habitación de Clara oscura y silenciosa. Se le ocurrió llegar hasta la silla donde tenía su saco sobre el respaldo. Allí tenía la billetera en el bolsillo. Había unos billetes que le dejaría a Nico. Es verdad, tanta promesa que le había hecho, por lo menos algún adelanto lo mantendría con el ánimo para unos encuentros más. Sí, el cuarto de Nico era un destino mucho más apetecible. Hacía tanto que no tomaba una ducha en un estado tan eufórico y con el corazón que le latía tan fuerte...


El señor del automóvil negroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora