Aquella noche tan agitada

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El hombre volvió a su automóvil y se quedó un buen rato allí sin saber qué hacer. Se sentía culpable de haber dejado solo al chico, en el medio de ese parque de infinitas diagonales. Estarían en estos momentos rumbo a su pequeña finca de fin de semana, a la que hace dos semanas que no fue. Allí, en ese paraje apartado nadie se daría cuenta. Estarían solos, él disfrutando de cada minuto de la adolescente compañía. Sus zapatillas terminarían esparcidas sobre la alfombra delante de la chimenea y sus bermudas en algún lugar del dormitorio, teniéndolas que buscar antes de emprender el regreso. Pero él no era así. No se creía con el derecho de abusar de las fantasías de un chico, por más que no lo fuera  tanto.

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Nico terminó de lavar y guardar el plato y la sartén que utilizó. Recordó que aún tenía en su bolsillo el dinero que el hombre le había dejado en el parque. Había gastado algo en los juegos, pero solo una pequeña parte. "Mañana me compraré las zapatillas", se dijo quitándose las que llevaba puestas, tenía que darles una buena cepillada. Dejaría eso para mañana. Ahora quería tomar una ducha. Fue a su pieza y guardó los billetes. Los colocó cuidadosamente entre las hojas de un libro de su estante. Se quitó la ropa, esperando no encontrarse con Jaime en el pasillo, aunque est vez no le importaba demasiado, bien por el contrario, íntimamente quería que ello sucediera. Abrió la ducha , y después de adaptarse, cerró los ojos para recibir el agradable chorro de agua caliente en la cara. Pensó en el hombre del automóvil negro, en lo que sería de él en estos momentos. Tantas veces intervino en sus fantasías eróticas, en aquellos calientes mensajes que habían intercambiado. Porqué lo había rechazado? No lo llegaba a comprender, tampoco el porqué le había dejado a toda costa el dinero. Sus pensamientos se desintegraban dando paso a una necesidad creciente que sentía a flor de piel. Ese abrazo de don Jaime hace un rato en la cocina, que  no rechazó. Aquel susurro en su oído, y la percepción del calor de su cuerpo contra su espalda. Ese viejo no tan viejo algo barrigudo con tantos pelos como un orangután estaba siempre a la expectativa de alguna oportunidad para estar cerca... y ahora, bajo la ducha, acariciándose el cuerpo con las manos enjabonadas y sintiendo el arrollador efecto de sus hormonas por sus venas hacían que su sexo tomara forma y endureciera.

La niebla demasiado espesa que invadió el baño hizo por fin que Nico cerrara los grifos de la ducha. Le había llevado tiempo acariciar con sus manos enjabonadas hasta el último recoveco de su anatomía. A pesar del vapor, pudo reflejarse en el espejo y peinar su pelo castaño hacia atrás, ponerse desodorante, esparcirse  colonia un poco por todas partes y rodear su cintura con el toallón blanco, anudándoselo en un costado. Se dirigió a su cuarto, pero en medio del pasillo cambió de idea y se volvió en dirección a la sala. El partido no habría terminado aún y quizás podría llegar a ver el final.

" Estamos perdiendo", dijo Don Jaime, que  al verlo le invitó a sentarse. "Más acá venite... que de ahí no ves nada", haciendo un gesto para  que se acomodara al lado suyo. Nico vaciló antes de echarse sobre el sofá, cerca, pero no al lado suyo. Este anuló la distancia que los separaba y pasó su brazo por detrás del cuello del chico. "Falta poco para que termine... pero si seguimos así no hay chance" dijo en tono bajo, ambos expectantes de lo que sucedía en el campo de juego. Nico simuló fijar su atención en el partido, pero no ignoraba el tibio roce del antebrazo detrás de su cuello. Y sin pensar más frotó su nuca contra el velludo antebrazo.

"Tenés cosquillas? le preguntó el hombre.

"un poco, sí" le contestó, mirando sonriente la pantalla.

"Uy... casi", agregó señalando la jugada peligrosa que casi termina en gol. Jaime se volvió de golpe para mirar el televisor.

"Tenemos mala suerte... por poco lo hacemos", al mismo tiempo que su mano se cerraba levemente en el hombro del adolescente. Nico no se sintió molesto, por el contrario, apoyó aún más la cabeza sobre el pelaje del brazo.

"Tu mamá estaba preocupada por tu tardanza" dijo Jaime cambiando de tono. " Habías salido con alguna noviecita?

"No",  contestó riéndose. " Ayudé al padre de un amigo en su taller. me pagó por eso. Y se hizo tarde". Estaba satisfecho con aquel argumento.

"Bueno.. ya sabes que  a mí no me parece mal, siempre y cuando estés bien.. pero tu mamá estaba muy agotada y le dí una pastilla para que pueda descansar, como te dije: está pasando por muchas angustias".

Nico asintió. "Tío.. pudo averiguar algo del cuatriciclo?"

"Bueno... sí, tengo en vista dos o tres... pero tengo que decidirme", dijo tratando de que suene convencido, ya que en ese sentido no se movió para nada. " Te has portado bien, no es verdad?"

" Que yo sepa sí". Sabía que Jaime mentía, pero él también había mentido, por eso no le guardaba rencor, y estaba decidido a aceptar sus reglas de juego para esta noche.








El señor del automóvil negroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora