Capítulo 13

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"Insaciables"

El mundo ardía a su alrededor, destruido y en llamas por su culpa y a ninguno le importó. El mundo podía destruirse y a ellos no les importaría, porque lo único que mantenía su atención era el otro, sus movimientos, su respiración, el aire intoxicado con magia del contrario que dificultaba su respiración, como si alguna sustancia dañina se encontrará en el aire, volviéndolos adictos.

Ambos eran hombres caprichosos, demasiado narcisistas y orgullosos como para doblegarse, demasiado destructivos como para detenerse. Querían ver el mundo estruido, moldearlo a su antojo, como quien construye en arena, una y otra vez ¿Y quién podía detenerlos? No quedaba nadie, solo el uno y el otro, dos opuestos iguales que se atraen y repelen como un imán corrompido.

Y oh, el deseo efervescente que fluía por la sangre de ambos, volviéndolos más locos, más ansiosos por la carne del otro, más deseosos por demostrar cuanto le pertenecía el otro, pero incapaces de dar su brazo a tocer, ninguno aceptaría la derrota, ni la subyugación, ni siquiera aceptarían una tregua porque su único objetivo era derrotar al otro, hacerse con todo y finalmente ser el único vencedor en todo aquel caos.

Y aún así ninguno pudo culparse cuando ambos desaparecieron de la batalla. En algún punto ambos quedaron tan cerca que se perdieron en la esencia del otro y la desesperación fue tanta que se lanzaron el uno contra el otro, los dedos se hundieron en la carne, rastrillando en busca de lo que fuese que lo obsesionara tanto, las túnicas pronto estorbaron y cuando cayeron estaban tan lejos de todo el mundo que ni siquiera pudo importarles qué sucedería sin ellos,

Era hechizante, vibrante, como un mar de toxinas adictivas que poco a poco te llevan a tu perdición, como el tabaco para los fumadores o la droga para los adictos. Nada era suficiente, podían hundir sus diente, raspar hasta obtener sangre, absorber la esencia del otro y nada sería jamás suficiente para satisfacerlos de la necesidad al otro. Ambos eran adictos, estaban enganchados y aún conscientes no podían evitarlo, transportados muy lejos de allí por las intenciones lascivas y apenas más consciente del mayor.

Sus magias chocaban, furiosas y posesivas, como un remolino de lujuria y codicia con dos núcleos en constante batalla.

El más joven dejó escapar el aire y rápidamente mordió hasta la laceración, lamió la sangre y bajó sus manos. Sus gafas hacía mucho que habían desaparecido, sus ojos empapados en deseo ni siquiera miraron dónde se encontraban, su atención fue absorbida por el más mayor. Que era terroso, contaminante y áspero, duro y afilado. Lo vió retorcerse, lo escuchó perder el aliento y avivarse con cada uno de sus roces, desde el más agresivo al más suave, como una llamarada inapagable, inagotable.

No siquiera sabía en qué momento había sucedido, pero era consciente, no podía dejarle escapar, así que lo haría suyo.

El mayor rompió la piel con sus uñas, marcó violento y sin cuidado cada trozo de piel canela que no hubiera marcado, remarcando las zonas afectadas, enrojeciendo las que ni siquiera había tocado. Trató de subyugarlo pero ninguno de los dos terminó de caer en ningún momento. Eran iguales, tan agresivos y dominantes como el otro, por eso atacaron una y otra vez sin piedad y sin embargo jamás pudieron parar. Lo vió retorcerse, lo escuchó maldecir, y aún así jamás permitió que ganase, no importaba cuánto lo intentó, cuánto lo presionó para ello. Ninguno de los dos se dejaría vencer.

No había escapatoria, en aquel momento sólo eran ellos dos y sabía, muy en lo profundo de su mente nublada en deseo, que siempre sería sólo ellos dos. Era suyo, siempre había sido suyo, pero el pelinegro aún debía aceptarlo, aún debía ser consciente de que no eran el uno contra el otro, solo eran ambos, dos fuerzas enormes que chocaban y se envolvian la una en la otra de manera irremediable.

Quién sabía, quizá aquel trozo de alma los había vuelto uno, quizá ahora eran el mismo ser y sus almas chillaban la una por la otra, unidas pero separadas, incapaces de estar lejos por mucho tiempo, aliviadas apenas por la unión que tenían.

Cuando ambos llegaron al extasis, incluso la magia retumbó a su alrededor, alterada por una unión que absolutamente nadie podría haber predicho, ni siquiera una profecía mal recitada y aún peor interpretada.

La actitud egostia de ambos hombres era tan clara y marcada que no les importó aclarar nada, cuando despertaron volvieron a arremeter contra el otro, con sonidos lascivos, toqueteos feroces y un juego duro que los entretuvo durante horas, incapaces de saciarse hasta que sucumbieron al sueño.

No habían palabras que fuesen necesarias, no las necesitaban, lo único que los unía era ese deseo insaciable, el ardor que se calmaba con el contacto piel con piel, esa resonancia que solo sentían cuando estaban cerca del otro. Si, no tenían una explicación racional exacta pero qué poco podía importarles.

El pelinegro pasó sus manos por el pecho blanco y apenas definido, esbelto y atrayente, subió y agarró el cabello castaño con fuerza, sintiendo el cosquilleo adictivo en la palma de su mano al tocarlo. Lo atrajo brusco, sin ninguna pizca de complacencia y lo besó con fuerza, duro, dientes, lenguas y labios chocando. La falta de aire nubló su vista cuando la mano en su cuello lo apretó durante demasiado tiempo así que lo mordió, bajando su mano y trazando uun camino hasta el atrayente bulto que maltrató con un gruñido.

El mayor lo maldijo, soltando su agarre y permitiendo que respirase, perdiendo él el aire esta vez, arqueandose ante el dolor y el desconcertante placer que lo atacó. Empujó al otro hombre, subiéndose encima suyo, empujando ereccion contra ereccion, ambos duros, rodeados de un aire casi afrodisíaco, un aroma a almizcle que sólo los incitaba a más continuamente. Agarró el desastroso cabello rizado y tiró hacia atrás con fuerza, sintiendo satisfacción cuando escuchó la queja del otro y volvió a empujarse, mordiendo el hombro que hacia demasiado había dejado de tener espacios que no hubiesen sido atacados, rojos, mordidos y maltratados, igual que cada trozo de piel que hubiese estado al alcance de sus manos o dientes.

Ninguno de los dos se detuvo, no importaba nada, ni nadie, ni siquiera el otro. Solo continuaron, ardiendo en deseo por el otro.

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Por ahora esto es el final(? Adiós gentecilla

Cruel [FINALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora