Capítulo II

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Camino por las calles del pueblo, una semana paso desde mi accidente con el fuego de la chimenea, todavía no había sanado por completo por eso seguía vendada. Abuela me había dejado venir con ella, después de haberle rogado toda la mañana para que me dejara acompañarla.
Estoy unos pasos atrás de ella mirando atentamente las artesanías que vendían algunos puestos, pero algo me detuvo, mire a la izquierda y se encontraba un puesto de joyas. Doy cuatro pasos para acercarme al puesto, estando ahí mire atentamente las piedras, eran hermosas pero, hubo una que llamo mi atención con ferocidad, se trataba de una piedra roja, tal color me hizo acordar a la capa roja de mi familia, la que me es negada a usar, por motivos que desconozco.

Toco la piedra con mi dedo índice, hipnotizada con su llamativo rojo que reluce con el brillo del sol, es maravillosa y estoy convencida de que me quedará muy lindo con mi tez morena.

Combinaría con el manto rojo, Thea

Ya cumplirás dieciocho, tienes que usarla.

Esas voces resonando en mis pensamientos nuevamente, me hacen pensar que me estoy volviendo loca. De lo único que hablan son de la capa roja.

—Perdona señorita que me meta y diga el comentario que le voy a hacer —levanto la mirada y encuentro a un chico alto, acercándose a mi sitio—. Pero el Topacio azul le quedaría bellísimo, aún así el zafiro le sienta bien.

Al parecer el puesto es de él, de otra manera no creería que sabe bastantes sobre minerales si no trabajara con ello.
Le sonrió amablemente y vuelvo la mirada a los minerales, está ves observó el topacio azul que me a recomendando.

—¿Y que le hace pensar eso?, Si se puede saber —pregunto por su fascinación por ese mineral en mi.

—Digamos que sus iris me hicieron acordar a ese mineral, señorita…

—Freias, Thea Freias, señor —contesto a su suspenso.

—Encantado señorita Freias —extiende la mano para sujetar la mía y lo dejo, las levanta unos centímetros y une sus labios con el dorso de mi mano—. Me doy a conocer cómo Julian Bared.

—Un gusto conocerlo señor Bared —saludo cordialmente, sonrió.
Este chico tiene algo que sin decir alguna broma me ha hecho sonreír, me ha contagiado su sonrisa. Sus iris son verdes, parecieran transparentes aunque a él le quedan bien con su tez bronceada y su encantadora sonrisa que lleva en estos momentos. Mira mi mano derecha y frunce el ceño.

—Disculpe que me entrometa donde no fui llamado, pero, ¿Puedo saber el porqué la venda en su mano? —llevo la mirada a mi lastimadura y se que tengo que pensar en algo rápido.
No podría decirle que no es su asunto y salir corriendo, eso levantaría sospechas y pensaran que soy una hechicera, eso no le gustaría a mi abuela, menos a mí.

—Claro que puede saber —sonrió mientras tocó la venda—. La anterior semana calentaba el agua para prepararle un té a mi abuela y a mi, pero se me resbaló y me queme. Aunque no se preocupe, no fue nada grave.

—Lo lamento tanto, señorita —imita mi sonrisa, esos ojos verdes van de los minerales a mi, sucesivamente hasta que se queda mirándome—. ¿Sabe?.

—Pues no, no lo sé —ambos reímos por mi respuesta y me siento bien a su lado aún cuando hace poco lo he conocido—. Ilumíneme, señor Bared.

—Con gusto lo haré —da media vuelta y queda del mismo lado que yo, mirando los minerales de diferentes colores—. Lo último que quiero es que este triste por el accidente con el caldero, y como la he visto admirando mis minerales le daré uno.

—No lo puedo aceptar señor, en todo caso se lo pagaré  —respondo rápidamente a su propuesta pero no la puedo aceptar.

—Por favor, señorita Freias, ambos sabemos que le quedará espléndida y créame que lo que más quiero es obsequiarle una de mis gemas a usted.

La Chica De La Capa De CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora