Cap. 1 - Presidio

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Era una tarde oscura y fría del día nudo de la semana, el cielo se caía y relámpagos rugían estrepitosamente sin descanso cuando una mujer entró a la alcoba de su hijo y, con tono autoritario y desesperación acumulada por antiguos intentos fallidos, exclamó

- Levántate. Ahora.

- No. Ya te lo eh dicho. ¡Lárgate! – vocifero su hijo con gran enfado y dolor al escuchar tal presencia de nuevo en, el cual el llamaba, su presidio. Inexpresivo y con el corazón vacío escondió su rostro deforme entre las sabanas cual bicho en su foso.

- No estoy dispuesta a discutir contigo una vez más por causa de la maldita indolencia que no te cansas de demostrar.

Como era costumbre, el no respondió.

- Aleck...-- la mujer se acercó a la cama en la que el reposaba, se arrodillo a su lado y sujeto su hombro con fuerza por encima de las cobijas en demostración de afecto – por favor hijo, háblame, dime que es lo que pasa para así poder ayudarte...-- rogo desesperada e incitada por el miserable rastro de esperanza que aun brillaba en su interior, dedicada hacia su hijo único, el cual tenía el corazón roto y cuya autoestima era nula, debido a que se consideraba a sí mismo un monstruo tanto por fuera como por dentro, siendo su penitencia a la vanidad de la cual era poseedor .

Al no escuchar respuestas del joven, Eloísa se puso de pie con indicios de enfado. Con vos exuberante le ordeno que se levantara y retiro las sabanas que lo cubrían cual cadáver humano.

- báñate y vístete – dijo ella tras retirar las sabanas – saldremos

- Yo no salgo – respondió él con apenas un gemido y en posición fetal aun cubriendo su rostro.

- La causa por la cual no sales no es más que simple vanidad y ¿sabes qué? Estoy harta de ella. Ya es momento de que comiences a obedecerme, por lo cual, ¡te levantaras ahora mismo, te bañaras y comenzaras a vivir sin que te importe lo que digan los demás! – se dio la vuelta para dirigirse hacia la puerta, sin embargo, recibió una respuesta, una reacción, lo cual jamás había logrado concebir de su parte.

Aleck se enderezo, dejando a la vista su horrible rostro, el cual llego a ser ferozmente abrazado por las llamas de su vivas enfado e instinto protector. Sus ojos derramaban lagrimas sin cesar cual cielo en agosto. Al tan solo rosarlo con una vaga mirada cualquiera podría percatarse de la gran tristeza, que creía, ocultaba en su interior. Era la musa perfecta del dolor y la agonía.

- ¡Mírame! – grito. Eloísa dio la vuelta – mira lo que soy, ¿crees que alguien como yo podría darse el lujo de la duda, al no saber qué es lo que  pensaran al verlo?... no soy más que un despejo humano, ¡¿crees que lo hago por mí?! – grito con rabia -- Me escondo en favor de las demás personas, para no hacer victima a un niño de pesadillas en las cuales yo soy el protagonista, para que las personas no tengan la desdicha de toparse con tan desagradable vista, ¡soy un maldito monstruo!... y un cobarde – susurro con dolor -- ...que no pudo protegerla por miedo a... -- guardo un pequeño minuto de silencio en busca de pensamientos claros mientras sus lágrimas caían en la almohada sin parar – soy un maldito cobarde – miro el rostro de la mujer fijamente y con frialdad prosiguió -- y por ello ella se fue mamá... así que no merezco tu salvación, ni la de cualquier otro que intente compadecerme.

El rostro de Eloísa cambio en cuestión de segundos, la ira fue opacada por culpabilidad, confusión y, lo que el mas odiaba, lastima. Al terminar de escuchar esas palabras tan agrias y mortíferas para una madre, ella se desmorono, y peor aún, se dio cuenta de que, en realidad, no sabia nada acerca de la verdadera razón del por qué su hijo se mantenía en la aflicción y a un relámpago más de caer en el precipicio del que jamás lograría regresar, por falta de un cuerpo.

Ella camino hacia la cama y tomó asiento justo alado de él con movimientos monótonos y ojos tristes fijados en su rostro. Estaban cara a cara, no se movían, no hablaban, no lloraban, solo se observaban el uno al otro, y aunque palabras no había, ese parecía ser el momento más íntimo, cálido y comunicativo para ambos, como madre e hijo. Después de un largo y conmovedor silencio, su madre se acercó a él, rodio el cuerpo de su retoño con sus brazos y lo sujeto fuertemente como si no le hubiese visto durante unas largas décadas. Su respiración se cortaba cada vez que exhalaba en consecuencia a su llanto reprimido. Con dolor susurro al oído de su hijo:

- Necesitas ayuda, y para eso necesito que me ayudes...

Hora después ambos se encontraban en el coche de la mujer, aun con el clima tempestuoso.
La madre de Aleck decidió llevarlo a un centro de ayuda psicológica ese mismo día, ella ya había preparado la cita semanas antes, sin embargo, la necedad de su hijo había sido una barrera inquebrantable, hasta ese momento.

Aleck vestía con prendas holgadas y negras, como le era costumbre, sin embargo, lo que más sobresalía de su vestimenta, era su notable esfuerzo por cubrir su tan distinguible rostro ante los demás, portaba un gorro estilo pescador, cubre bocas y gafas de sol. El nunca salía sin ello.

- Sabes que no es necesario que lleves eso, ¿verdad? – pregunto la madre con el auto aun estacionado frente a su casa.

- ...lo sé – respondió el con la coronilla recargada en la ventana, observando a través de ella la casa de enseguida cruzando la calle, se veía oscura, vacía, como si no habitara nada en sus interiores mas que almas en pena deambulando sin vía alguna, sin propósito alguno y sin vida a voluntad.

La Niña Que Llora Y El Monstruo AcechadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora