Cap. 5- Hoguera o amor...?

6 0 0
                                    

- Entonces, dígame Señorita Deglick, ¿Por que cree que su hijo necesita ayuda psicológica? - Preguntó el Dr. Shirley al ver por primera vez en su consultorio a Eloísa, una madre soltera de 34 años, delgada y de apariencia gentil pero neurótica.

- Si tengo que recitarle cada detalle, en ese caso espero que tenga mucho tiempo doctor, porque no saldríamos de la habitación dentro de un par de horas – La atractiva mujer bromeo. El doctor rio un poco y carraspeo antes de responder:

- Bueno, en ese caso, pongámonos cómodos y comience a hablar, por favor.

- Claro - Se movió un poco en el sofá en busca de confort físico, pero realmente era en su interior donde se encontraba él desazón, acababa de percatarse que, por primera vez, tendría que abrir ataúdes sellados por lagrimas y derramamiento de sangre, culpas ocultas por vendas tejidas de miedo, y heridas que esconder bajo una manga - ... la verdad es que me encuentro sumergida en la angustia - Su voz comenzó a temblar-  no puedo ni siquiera cerrar mis ojos por las noches, por miedo a que cuando los abra ... encuentre a mi hijo inconsciente, tirado en el baño, en medio de un charco de sangre y con una navaja en su propia mano... no logro que se levante de la cama, no consigo que coma o que siquiera me dirija mas de una palabra... ¡No logró ni siquiera mantenerlo con vida! Porque eso no es vida...eso no es vida doctor... – El silencio del ambiente, por fin permitía que ella misma escuchara su alma quebrantada – y-y ya no hayo que hacer. Necesito ayudarlo. ¡No puedo permitir que muera frente a mis ojos!... mirándome con las manos atadas sin hacer nada, mientras observo como agoniza... – Eloísa se derrumbó. El Dr. Shirley no reflejo emoción alguna, tan solo señalo una caja de pañuelos a un lado de ella y le pidió que prosiguiera. -  Lo siento - Tomo un pañuelo y seco sus lagrimas - me refiero a que, como madre, me es una tortura ver al ser, que se supone debí haber protegido, pasar por esto - El rostro del anciano finalmente expreso algo, pero nada de lastima o preocupación, algo había capturado su intriga, algo que iba mas haya de una madre victimizándose, o una mujer ególatra utilizando el dolor de su cría para recibir atención.

- Hábleme mas de su hijo, ¿Cómo fue su infancia? - El semblante de la dama cambio repentinamente, pareció asustarse. El color rosa de sus mejillas empezó a palidecer y su mirada evitaba a la del hombre. Al captar su reacción, supo que había dado con la rama que había brindado el fruto amargo del presente –¿Cómo era el ambiente familiar?, ¿Cómo era él? – Eloísa no respondía, parecía encontrarse absorta en las imágenes del pasado, su rostro atestado de terror, aunque lamentable, había dejado a la deriva el primer hilo del cual jalar. – Es muy común que este tipo de comportamientos, sean producto de algún trauma o "asunto" sin arreglar de la infancia, así que me sería muy útil que comenzáramos por ahí.

- No entiendo que es lo que quiere que le diga exactamente – Su mirada proseguía rehuyendo del hombre. El Doctor sabía que el silencio la obligaría a hablar, por lo tanto omitió la respuesta, que claramente la señorita conocía. – No hay mucho que decir al respecto, doctor, el pasado es eso, "pasado", se quedó atrás y en estos momento ya no importa; qué interesa si... le hablo acerca de mi ex marido, de como se manifestaba el infierno al prevenir su presencia, de los moretones que jamás desaparecen, de las cicatrices que nunca sanan, y las pesadillas que no acaban. – Por fin postraba sus luceros en él. – Era el mismo diablo. Que se auto nombrara humano así mismo no era mas que una vil broma – Comenzó a observar el techo, su mirada paseaba en él, como si pintara el escenario de los hechos, y allí empezó a desenterrar el baúl, en el se escondía una historia de amor, su historia de amor, la cual la ató a un pozo de lamento sin fin.

~ 17 años atrás ~

Nos conocimos en la preparatoria, él tenía una reputación que dejaba mucho a desear y yo era, en toda la expresión de la palabra, una niña todavía, pero al parecer los lobos feroces suelen tener cierta fascinación por las carnes más tiernas.

La Niña Que Llora Y El Monstruo AcechadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora