Capítulo 3

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Diana sintió como unas manos la agarraban y la alzaban en volandas con bastante facilidad, eso la sorprendió, no se consideraba precisamente ligera, pero no llegó a abrir los ojos. Sintió también como la luz cambiaba, como se adentraba con su verdugo, por así llamarlo, en algún lugar que se sentía más frío. Aun así, no abrió los ojos, de hecho no se movió ni un ápice, tal vez queriendo hacerse la muerta, o tal vez porque le daba igual.

Sintió como quien fuere que la llevaba caminaba por un buen rato, escuchándose tan solo el golpeteo de sus botas contra un suelo que parecía de piedra. Le llegó un olor acre, muy desagradable, como de humedad, moho, pero siguió con los ojos cerrados.
Cada vez hacía más frío.

Quien la cargaba de pronto se detuvo – Señor, la llevo a los calabozos a la espera de ser juzgada.

- ¿Qué ha hecho? – respondió una voz masculina también, más profunda, varonil se podría decir. Se oyeron otros pasos sobre ese suelo de piedra, posiblemente del que acababa de hablar.

Diana sintió como una mano le agarraba el rostro para encararlo. Pero ella siguió haciéndose la inconsciente.

- El pueblo la ha acusado de brujería y de ladrona.

- El pueblo acusa de brujería hasta al perro – sintió como ese alguien que le había movido la cabeza con bastante suavidad, comparado con cómo la habían tratado en las últimas horas, se acercaba a ella, ¿la estaba oliendo? Por el sonido de una respiración cercana a su cuello eso parecía – Las brujas no huelen a flores y menos a perfume. Métela en el calabozo norte.

Quien la sostenía se puso tenso – Señor, ese calabozo es tan solo para cuando capturamos a un noble, por eso de que queremos asustar, pero no dañar.

- ¿En serio? Caray, no sabía que en mi calabozo hiciéramos eso. Tal vez deberían quitarme a mi de jefe de la guardia y ponerte a ti – se sentía el sarcasmo del hombre de voz más profunda en cada una de sus palabras – Haz lo que te digo. Por si no lo habías notado, es una orden.

- Sí, señor... - el hombre que la cargaba se empezó a mover. Tal vez... si ese jefe de la guardia la cuidaba no le pasaría nada, pero teniendo en cuenta de que seguro que era todo esto una broma de mal gusto de Tomás para hacerle ver que la Edad Media no era divertida, entonces no tenía de qué preocuparse.

El hombre volvió a caminar durante lo que a Diana le parecieron unos minutos hasta que de pronto sintió como quien la cargaba la posaba sobre algo duro, pero no tanto como el suelo. Aun así, no se atrevió a moverse.

De hecho consiguió quedarse muy quieta hasta que sintió como unas manos la empezaban a toquetear a la altura de los pechos y las caderas, fue entonces cuando brincó, cuando el hombre sacaba del bolsillo de su falda un manojo de llaves, algunas monedas y su teléfono.

El hombre dio un paso atrás, pues no se esperaba que la mujer despertara – ¡Ehh! – le gritó, cerrando la puerta de una patada.

- ¡Eso es mío! Devuélvemelo... - Diana no siguió hablando, estaba demasiado horrorizada para pronunciar una sola palabra más.

Miró con la boca entreabierta a su alrededor, ¿acaso eso era una sala de torturas? ¿qué demonios era eso? ¿dónde estaba?
Siguió mirando a su alrededor y ahora las paredes eran de piedra, sin ninguna abertura a excepción de la puerta, la cual el guardia había cerrado de golpe, dejándolos prácticamente a oscuras.

Había un catre, o algo así, pues era una manta en el suelo y al fondo un cubo... nada más... ¿para qué era el cubo? ¡Oh no! Eso ya era pasarse, no pensaba usar ese cubo de baño.

Diana, sin pensarlo dos veces se lanzó hacia la puerta, tenía que salir de ahí, pero su "carcelero" la agarró del pelo con tanta fuerza que la tiró al suelo.

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