Capítulo 4

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Pasaron un día, dos, tres... y para lo único que se abría la puerta de la celda de Diana era para que alguno de los guardias asomara una mano y dejara una especie de bandeja con un mendrugo de pan, un cuenco con una papilla que Diana supuso que eran gachas y una especie de taza de metal con cerveza. Una cerveza muy fuerte.

Fueron días realmente aburridos en los que la joven se devanó los sesos pensando en qué era lo que podía estar pasando y por su cabeza marcharon ideas de todo tipo.

Desde que Tomás era más sádico de lo que creía y quería enseñarle la lección pero se le estaba escapando de las manos.
También se le ocurrió que estaba soñando y al sonar el despertador del móvil se despertaría como si nada.
...
... ¿Y si había algo raro en la hidromiel de su amigo el pelón? ¡No! ¡Eso no podía ser! ¡Él cuidaba mucho a sus clientes y ella era una clienta! Aunque nunca llegó a pagarle su bebida, porque llevaba días metida en este extraño lugar digno de un escenario de Alicia en el País de las Maravillas.

Pero sin duda la mejor era la opción de que el golpe que se había dado en la cabeza contra el pivote había sido tan grande que estaba muerta y como tenía asuntos pendientes y facturas por pagar estaba condenada a vagar por un limbo medieval eternamente.
Aunque claro, luego se replanteó esa opción y llegó a la conclusión de que no era la mejor, sino la más perturbadora de todas las que se le habían ocurrido.

Dio un respingo cuando la puerta se abrió de golpe y una gran luminaria la cegó. Se cubrió los ojos con la mano y dejó escapar un leve gruñido.

Una figura entró en el calabozo y cerró la puerta, pero no la aseguró.
La luz seguía ahí, cegándola.

Tras un largo momento Diana entreabrió los ojos, intentando acostumbrarse a la intensa luz, que no era otra cosa que una simple vela.

Estaba tensa, asustada, temió que fuera su acosador que venía a terminar lo que dejó a medias días atrás.

Quien entró en el calabozo avanzó hasta ella y se sentó en el suelo con las piernas cruzadas cual indio.
- ¿Qué más me podéis decir de vos... de vuestro... año, tiempo? - preguntó una voz masculina, con un tono un tanto contrariado.

Diana soltó el aire que había estado reteniendo, temerosa.
Tardó un momento en reaccionar, pues miró al recién llegado sorprendida, anonadada, no esperaba una pregunta así, es más, no esperaba volver a ver a ese hombre.

- Solo lo que te dije la última vez, hace unos días era el año dos mil once y yo estaba en el centro de la ciudad, donde varias veces al año se monta un mercado medieval. Estaba con Ana... donde recogí las hierbas de nuestro puesto para vender y... luego me fui y las vendí casi todas... - Diana se dedicó a hacer memoria de todo lo que había hecho esa tarde, ¿dónde estaba el fallo? – Luego fui a por una hidromiel, hasta que apareció Tomás y me escapé por detrás de la barra.

- ¿Quién es Ana? ¿y Tomás? ¿mercados medievales? – el guardia soltó la vela con cuidado en el suelo y se acercó levemente hacia delante, quedando sus ojos casi a la misma altura que ella, y eso que Diana estaba sentada sobre un cubo, ¿dónde quedaba entonces la teoría de que antiguamente la gente era bajita?

- Ana es una de mis mejores amigas y Tomás... es mi exnovio – encogió los hombros.

- ¿Exnovio? ¿Qué extraña palabra es esa?

- ¿Cómo que qué extraña pal...? - empezó a reclamar pero se detuvo cuando se dio cuenta de que esos días habían sido del todo menos normales, ¿por qué entonces ese desconocido debería saber lo que era un exnovio o un mercadillo medieval? - Ehmm... pues cuando tu novio deja de ser tu novio, cuando ya no le ves más y puedes salir con más gente – al ver la cara del hombre se rascó la mejilla – es como un marido que deja de ser marido, solo que cuando es novio pues tu no has firmado nada, no juraste nada de quedarte con él para siempre.

- Es decir que le eres infiel y él te rechaza.

Diana se apresuró a negar – claro que no, de hecho ambos deciden no verse más, que ya nada los ata a seguir juntos. Además, el que me engañó fue él, y no una sol... - de pronto calló al oír mucho ruido, como si hubiera una pelea no lejos de donde ambos estaban y entonces observó como el guardia se ponía en pie con facilidad, dispuesto a salir - ¡Espera!

El hombre se detuvo y la miró, confundido.

- ¿Cómo te llamas? – Diana se volvió a encoger al saber que se quedaría sola y a oscuras de nuevo.

- Cristobal, señora... - confundido, sin estar seguro de por qué lo hacía, le tendió la vela que volvía a llevar en la mano – guárdala, esto está muy oscuro – no dijo más, salió de la celda y ella pudo oír cómo cerraba con llave.



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¡Buenas noches! O buenos días, buenas tardes, dependiendo de la parte del mundo en la que estéis y la hora a la que estéis leyendo estas líneas.

Sé que he tardado demasiado en saludar, dar señales de vida, y lo lamento, pero creo que ha sido una mezcla de no saber bien qué decir y vergüenza, porque normalmente no suelo mostrarle a nadie lo que escribo.

Para el caso, si habéis llegado hasta aquí en verdad os doy las gracias, y creo que puedo suponer que tan mal no debe de estar la historia, por lo que os agradecería enormemente que me dejárais algún saludo, comentario... ¡señal de humo!, para saber si en verdad os gustaría que siguiera escribiendo y publicando, cada pocos días.


Está a punto de ser "la hora de la calabaza", así que este capítulo llega hasta aquí.

¡Un saludo grande grande!

Buenas noches tengáis de parte de una española en México :D

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