Capítulo 18

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Tras cerrar la puerta de la habitación, Ana miró a Diana con una expresión que no se sabía si era de curiosidad o de que se acercaba una regañina.

─¿Dónde te fuiste ayer por la tarde? ¡desapareciste! ¡hasta Tomás estuvo buscándote por la calle durante horas! ─Ana se fue acercando a ella con los brazos en jarra, cual madre preocupada.

─... es difícil de explicar ─Diana se sentó en el borde de la cama de su amiga y se pasó los dedos por la melena enredada.

─¡Pues inténtalo! Porque todos los comerciantes del evento nos volvimos locos buscándote, ¿te fuiste con alguien? Porque si fue eso está bien, de verdad que sí, ¡pero joder! ¡avisa de que te vas a ir! ¡aunque no me digas lo que vais a hacer!

Diana guardó silencio mientras su amiga le contaba casi a voz de grito todo lo que habían pasado... quien sabe si guardó silencio para dejar que su amiga se explayara, o porque una parte de ella estaba muy lejos, pensando en todo lo que había ocurrido y porqué, porqué había regresado a una época que si bien era más civilizada y más cómoda, que al fin y al cabo era su época, pero ella ya no quería volver.
Tan sólo unas horas antes ella había decidido que a pesar de ser una prófuga, una bruja, a ojos de los españoles del Renacimiento, de estar en un lugar donde la higiene no era lo más importante y la comida tendía a escasear, era mejor que volver a la monotonía Siglo XXI.
Escuchaba como Ana seguía parloteando ella sola.
Pensó en Teresa, era una buena mujer, aunque también la estuvieran buscando. Ella le habló acerca de los viajes en el tiempo, de los portales, que habían leyendas que hablaban de ellos, aunque se suponía que nunca nadie conocido había podido viajar como ella lo había hecho... hasta ahora.

─Diana, ¿me estás escuchando? 

La susodicha miró a su amiga y parpadeó varias veces, saliendo de sus pensamientos─ Ana, lo siento, estaba pensando en otras cosas, yo... ─se mordió levemente el labio inferior, pensando en cómo expresar lo que había pasado─ han pasado muchas cosas...

─Soy toda oídos ─respondió la mujer de cabellos rojos, a la vez que arrastraba la silla con ruedas que estaba frente a su ordenador y la ponía delante de Diana. Se sentó y tras cruzar una pierna sobre la otra y poner las manos sobre su regazo, la miró con una expresión que le indicaba sin palabras que podía iniciar, es más, que estaba tardando.


Tras unos segundos, que a Ana se le hicieron eternos, Diana empezó a hablar y le explicó lo ocurrido desde que estuvo en la zona de comida, cuando vio a su exnovio pasar entre la gente y salió huyendo en dirección al centro... hasta que amaneció en el suelo de la calle empedrada, junto al pivote con el que se había golpeado la cabeza hacía más de un mes y con un primer plano de la cara de Tomás intentando despertarla, como si fuera una simple borracha que hubiera tenido una muy mala noche.
También le habló de la acusación por brujería, de Cristóbal y de cómo acabaron cruzando media España a caballo, en un intento de escapar... incluso le habló de Teresa y de lo que le explicó acerca de los portales, que te podían llevar a otro tiempo u otro lugar.                                               

Ana no la interrumpió en ningún momento, pero cada vez alzaba más las cejas y se le iba dibujando una expresión en el rostro, que daba a entender que no creía ni una sola palabra de lo que estaba oyendo.

Quién sabe cuánto tiempo pasó Diana hablando de todo lo ocurrido en ese mes y algo que había pasado en el Siglo XVI, pero cuando finalmente calló, ambas guardaron silencio durante varios minutos, tal vez haciéndose a la idea una de lo que acababa de explicar, y la otra de lo que acababa de escuchar.

─Diana, porque sé que nunca mientes, ¡pero no jodas!, de verdad que lo que me has dicho parece sacado de un libro romántico de esos que leen las cincuentonas amargadas ─se llevó los dedos al entrecejo, a la vez que negaba levemente.

─Lo sé, créeme que lo sé, yo misma estuve negándolo durante más de una semana, ¡y mira que tuve horas para pensar en ese asqueroso calabozo!, y ya ni hablemos al salir, ¡que Cristóbal llegó a tacharme de loca! ─respondió Diana, dándole la razón y a la vez intentando explicarse.

─¡Ja!, y esa es la otra, tu Cristóbal, así como lo describes de verdad que parece salido de la típica telenovela, el tío bueno que lleva detrás a toda una colección de mujeres en celo ─Ana cada vez  estaba más cerrada en bandas, parecía no entender, o no querer entender, las paranormales explicaciones de su amiga.

Diana suspiró pesadamente cuando vio que no iba a llegar a ninguna parte y se puso en pie. Estaba claro que su vivencia era tan rara e imposible de creer, que nadie lo iba a hacer, fuera del Siglo XVI o del Siglo XXI─ Creo que me voy a casa, estoy cansada. Dale las gracias a tu madre por el desayuno, por favor.
Y sin decir más, salió de la habitación de Ana tan rápido que dejó a su amiga con la palabra en la boca. Pero en ese momento le daba igual.


Caminó durante más de una hora por la ciudad, ahora ya sin prisas ni nada, sólo iba con la mirada baja en dirección a la que aun era su casa, sin prestar atención a la gente que la miraba, ni a los coches o autobuses que pasaban a unos metros de ella. Sólo quería llegar a casa, bañarse, dormir... y tal vez después pensar en lo que había pasado y en cómo demostrar que su historia era cierta.
¿Pero a quién se lo quería demostrar? ¿a quien la estaba tachando de mentirosa y de deschabetada?
No, no valía la pena, si a alguien se lo tenía que demostrar ella a ella misma.
Y eso haría.


Al llegar frente a la puerta del piso, se acuclilló para buscar algo a tientas. Finalmente dio con la pequeña llave, que estaba colocada estratégicamente a la altura del suelo, entre la pared y el marco de la puerta.
Miró por un momento la llave de emergencia y entró en la que era, y aun es, su casa.
Sintió como ese lugar la recibía con una cachetada emocional, pues se sentía como si hubiera vuelto a empezar, como si hubiera retrocedido al punto de partida... como si nunca hubiera pasado nada.
Y tal vez no había pasado nada... 
Agitó la cabeza, negando rápidamente, intentando espantar esa idea. Ella sabía que había sido real, que no lo había imaginado.


Pasó el resto del día dormida y tras despertar, darse un largo baño y comerse una ración excesivamente generosa de macarrones alla bolognese  preparados por ella misma el día antes del Evento Medieval, es decir, para los que no pasaron a través del portal, antes de ayer... encendió el ordenador y se dispuso a buscar todo lo ocurrido en el año 1562.


Tras casi una hora de búsqueda infructuosa y de mirar imágenes de castillos medio en ruinas, lo único que pudo sacar en claro era que tras capturarla, la habían llevado al Castillo de Denia. Allí fue donde casi la violaron y donde había conocido a Cristóbal... ¡Cristóbal!
Sin dudarlo, abrió una pestaña nueva en el buscador de Internet y puso su nombre... sólo el nombre, pues no conocía nada más que su nombre de pila. No sabía si tenía un segundo nombre o sus apellidos.... ¡no sabía nada!
Dio un golpe con la mano plana sobre la mesa tan fuerte que hizo saltar levemente el ratón y se levantó, frustrada, para luego pasarse los dedos por el pelo.
Tras caminar sin rumbo por dentro de la sala, dando tumbos de aquí para allá, llegó a la conclusión de que tenía que ir al Castillo de Denia personalmente, allí daría con más respuestas que en Internet.
Se dirigió hacia la habitación, dispuesta a arreglarse y partir.
Aunque esa idea duró un momento, pues cuando vio la hora, llegó a la conclusión de que era demasiado tarde, por lo que cambió de planes. Iría mañana al salir del trabajo.


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