Capitulo 4

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Mark

Ya estábamos casi llegando, y íbamos agarrados de la mano. Si. Y yo me sentía más vivo que en mis miserables veinte años.

Joder que cursi.

Oh, vamos cierra el pico y deja que disfrute el momento. Aún que lo cierto es que no era muy normal que la hubiese conocido hace veinte minutos y si me lo pidiese, le daría mi vida.

Definitivamente ve a el médico.

A ver, que esto tenía su explicación. En el poco tiempo que llevábamos hablando me había dado cuenta de que no solo teníamos demasiadas cosas en común, si no que su personalidad era... ¿como decirlo? Me quería casar con ella.

—Estamos empapados—dijo riéndose.

Amaba su risa. Joder, si que lo hacía. Era muy dulce, y no es que hubiera mucha dulzura en mi vida. Al contrario. Yo huía completamente del compromiso. Me daba miedo o me aburría, no sabría decirte.

A llegado el momento, soldado.

Si quieres te puedo dejar una sudadera mía—le propuse intentado aparentar indiferencia.

—Sinceramente te lo agradecería.

—Pasa—dije cuando abrí la puerta.

—Vaya... —comentó distraídamente pasando los ojos por toda la habitación.

—¿Vaya en el buen sentido o en el malo?—empece a preocuparme.

—Eres muy ordenado.

Ah, era eso.

—Muchas gracias. Voy a mi habitación a por una sudadera para ti.

—Está bien, muchas gracias, Mark.—y creo que lo decía enserio.

Camine hacia mi habitación y me planté delante de mi armario, mirándolo de arriba a abajo buscando la sudadera perfecta.

No se cuanto tiempo pase allí, pero supongo que fue más de lo debido porque escuché que Isabella llamó a la puerta.

—¿Todo bien, Mark?—¿por que tenía que pronunciar tan bien mi nombre?

Creo que pediré un trans lado de cabeza.

Cállate.

—Claro, entra.

Ella abrió la puerta con cautela y miró con curiosidad. Era una chica curiosa, pero sabía respetar el espacio de los demás. Era... perfecta.

Para.

Vale, pero ya que insistes le daré mi número para poder conocerla mejor ¿No?

Es que estabas tardando mucho. Pensé que te había pasado algo.

—No, solo estaba buscando una sudadera que te...

Madre mía, directo al fracaso.

Me corté a mi mismo cuando me di cuenta de que le iba a decir que necesitaba verla con ropa mía, pero con mi favorita. Así que opte por un plan B, ya que probablemente si le confesara el plan A saldría corriendo.

—...que te gustase. Pero ya que estás aquí elige tu.

Por suerte todavía seguía mojada. Y, tristemente, en el buen sentido.

—Ah, esta bien—se colocó a mi lado para ver mejor—creo que esa me gusta.

Señaló mi sudadera favorita, ¿cómo no la había visto? estaba muy ciego.

—Genial, ¿sabes que? Es mi favorita—comenté con una sonrisa.

Ella se giró y me sonrió. Pude ver como se le achinaban lo ojos al sonreír. Me encantaba.

¿Y tu eras don soy-un-fuckboy-no-me-enamoro?

Enamorarse es una palabrita muy grande, conciencia. Tiempo al tiempo.

—Bueno, pues me voy a cambiar.

—Te espero en el salón.—¿la podemos besar?

Cuando estaba saliendo por la puerta de la habitación la llamé.

—Isabella—dije, y me sorprendió como me gustó decir su nombre.

—¿Si, Mark?—quería tatuarme su voz diciendo mi nombre.

Dile algo bonito, anda.

Te espero en el salón—que pereza das—Ah, ¿te gusta el chocolate caliente?—¿de donde a salido eso?

—Me encanta—y no supe a que se refería, así que asimile que era el chocolate.

Se marchó al cuarto de baño y yo fui a la cocina. Ni siquiera sabía si tenía chocolate caliente. Creo que se había acabado el Sábado pasado.
Por suerte si había. Perfecto.

Hora de conquistarla con tus habilidades culinarias, campeón.

Empecé a cocinar y noté algo detrás de mi. Me giré y vi a un minion con mi ropa, mi Minion.

—Vaya, no sabía que una sudadera le podía quedar tan bien a una persona—¿lo acabas de decir en voz alta?

Ella se sonrojó. Y yo casi me palpo la chaqueta para ver si tenía algún anillo de compromiso en ella. Mala suerte, no había nada.

Cachis

Muchas gracias, ¿eso ya está listo?

Me tomé mi tiempo para responder porque estaba admirando la obra de arte que tenía delante de mi.

—¿Mark?

—Eh—solo pude decir eso, perdón.

Ella se empezó a reír y no se porque yo también. Su risa era maldita mente contagiosa y hermosa.
Sin darnos cuenta ella me estaba abrazando por la cintura y yo a ella.
Pero tuvo que sonar el maldito teléfono. Joder. Estábamos a punto. Sinceramente mi intención era pasar de él. Me quede mirando a mi futura mujer.

Al menos hasta que ella intervino.

Dime que me quieresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora