Érase una vez un vampiro y un hechicero que se juraron amor eterno, pero el tiempo no estuvo de su lado...
Había sido solo un roce sutil entre sus labios, apenas llegaron a tocarse por un breve instante; ni siquiera llegaba a ser un beso. A pesar de eso, aquello fue suficiente para erizar sus pieles y hacer que el ritmo de sus corazones se acelera a la par.
De no ser por esto último, el silencio reinaría en medio de la habitación.
El curso del tiempo parecía haberse detenido y el mundo entero se redujo a ese par de criaturas que, sin pronunciar palabra alguna, se negaban a romper el contacto visual que los mantenía unidos.
Sus respiraciones eran pesadas y pausadas, resultaba evidente por el lento sube y baja de sus hombros.
—Youl... —Hytris fue el primero en pronunciar palabra.
El príncipe se apresuró a sisear, entonces una media sonrisa se asomó en su boca. Ante ello, el hada no pudo evitar fruncir el entrecejo.
Una risa encantadora se dejó escuchar por parte del pelinegro, y las mejillas del rubio adquirieron un tenue sonrojo.
—Mmm... —emitió Hytris, desviando la mirada hacia el suelo.
Fue en ese preciso momento que el futuro monarca se apresuró a actuar: sin decir nada, se encargó de tomar entre sus manos las del joven de alas doradas.
Tan pronto como eso ocurrió, suave calidez se extendió a partir de sus palmas.
Con parsimonia, Hytris fue elevando el rostro; una fuerza tan incomprensible como desconocida lo incitaba a encontrarse una vez más con esos ojos oscuros.
Así, celeste y café coincidieron de nuevo.
Sus corazones dieron un vuelco.
—¿A-alecsandré...? —pronunció con voz ronca.
—Dimitro... —articuló quedamente el pelinegro.
Youl vislumbró un violáceo destello surcando el zafiro de sus iris, justo antes de que una potente luz azulada emergiera desde la conexión entre sus dedos y se apoderara de todo a su paso, cegándolo en el proceso.
Cuando sus verdosos ojos se abrieron por primera vez esa mañana, la pelirroja supo que algo no andaba del todo bien.
Tan pronto como salió de la cueva en la que vivía, se percató de que el sol no brillaba en el firmamento, pues se hallaba escondido entre las densas y esponjosas nubes blancas. La brisa soplaba con suavidad los árboles, arrastrando consigo una leve melodía, apenas rompiendo el silencio que pretendía preponderar en la inmensidad del bosque.
La calma nunca se sintió tan inquietante como en ese momento; aunque a simple vista no existía nada fuera de lo usual, no pudo dejar de sentirse extrañada. A causa de ello, la necesidad de recorrer Ardarium del Este nació desde sus entrañas y la impulsó a actuar a continuación.
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El príncipe y el hada
FantasíaEl príncipe Youl, de Elidair, se halla envuelto en una encrucijada: antes de finalizar el mes, debe presentarle a su padre, el rey Basith, un posible candidato a consorte real; de lo contrario, el soberano se encargará de decidir a quién desposará s...