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Kang Haerin, una estudiante de derecho con hipersensibilidad física y sensorial, lucha por mantener el equilibrio entre sus estudios y su vida personal. Después de una agotadora sesión con su psicóloga, encuentra refugio en una biblioteca tran...
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—Capitulo Uno—
Salió del consultorio del psicólogo con la mente nublada por los pensamientos dispersos que se negaban a dejarla;cada sesión era un desafío que le dejaba agotada. A medida que caminaba por el pasillo de la clínica, los sonidos a su alrededor se intensificaban en gran medida:el zumbido del aire acondicionado, el eco de los pasos distantes y de los propios, incluso el leve tintineo de las llaves dentro del bolsillo de su abrigo lograba irritarle.
A pesar de la primavera floreciente que le rodeaba, ajustó la bufanda de algodón prima alrededor de su cuello, buscando consuelo en la suave textura, tratando de desvanecer el frío que la clínica había dejado en su cuerpo. Su piel sensible, siempre consciente de las texturas, recordaba cada roce de la ropa sobre ella, especialmente las molestas etiquetas que parecían picarle la nuca.
Decidió tomar el camino más largo a la universidad, en un intento por despejar su mente antes de las clases. La calle estaba animada con la actividad matutina rutinaria:el murmullo de las conversaciones, el claxon ocasional de un impaciente conductor varado en medio del tráfico mañanero, y el olor a café recién hecho flotando desde una pequeña cafetería en la esquina.
Se detuvo en la esquina, observando a las personas pasar con sus vidas apresuradas y aparentemente sin preocupaciones, aunque ella sabía que todos tenían algo de lo que preocuparse, algo que no les dejaba dormir o vivir sus días libres con calma, y por un breve momento pensó en como sería vivir sin estar constantemente consciente de cada detalle a su alrededor.
Finalmente llegó a la universidad, sintiendo el bullicio atormentar su sentido auditivo:las risas y charlas, el abrir y cerrar de las puertas. Cada ruido se había amplificado de una forma ensordecedora, y ella tuvo que concentrarse en inhalar y exhalar profundamente para no sentirse abrumada.
Dentro del aula, encontró su lugar en el último asiento cerca de la ventana, donde podía distraerse mirando hacia afuera si los estímulos que le rodeaban se volvían asfixiantes e intensos.
Mientras el profesor explicaba el tema del día, se quito la bufanda guardandola en su mochila y después saco su libreta y trató de centrarse únicamente en la voz del hombre que daba la lección, sin embargo, el sonido lejano del rasgueo constante de los bolígrafos y el crujido de las hojas de papel la distraían.
Su mente dejó de colaborar con ella al momento en que se recargó contra el respaldo de su asiento, la tela de su playera se pegó molestamente a la piel de sus hombros y espalda baja, dejando que el frío del respaldo se colase incómodamente por sobre la tela. Despegó su espalda, percibiendo rápidamente como la tela, se despegaba de su cálida piel.
