Parte IV: Destino

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Los días pasaron y al pescador lo llamaron para hacer un viaje hacia unas islas un tanto retiradas de las islas Gecko. Estaría tres semanas en ese lugar así que lo habló con su esposa. Ella se había ofrecido unos días antes a ayudar a unos vecinos a sembrar en su campo, así que no podía ir con él. Ambos estaban acostumbrados a distanciarse por sus trabajos, pero estaban siempre seguros de volverse a ver.

Días después, el pescador, junto a un grupo de pescadores, partió a las islas y se alojó en una de ellas. Estaría pescando por las mañanas. Las islas parecían interesantes, había mucho que ver por las tardes. Un día tuvo la oportunidad de explorar una de ellas. Estaba habitada con unas cuantas casas ya algo viejas. El ambiente era hogareño, la comida era exquisita y los habitantes muy amables. El pescador siguió caminando por las pequeñas calles. En el camino, alcanzó a ver un lugar algo aislado, rodeado de grandes pedazos de madera y viejos árboles. Llamó mucho su atención, y decidió acercarse para ver qué era lo que hacían ahí. Tal vez era un astillero. Pensó en que podría pedir que le construyeran un barco interesante para regresar en éste a la villa Syrup.

Cuando se acercó al lugar, vió una casa con grandes ventanas, que estaban cubiertas con cortinas que apenas dejaban ver el interior. No parecía un astillero. Eso le causó cierta inquietud al pescador, y decidido, se acercó a una de las ventanas para calmar su curiosidad. En cuanto vio el interior, su rostro cambió repentinamente a uno de sorpresa. El lugar era una carpintería. Había libreros, relojes de péndulo, mesas, sillas y muchas cosas más, todo hecho de madera. Pero nada de eso había captado su atención. Era algo más, algo que hizo que, sin pensarlo dos veces, se dirigiera a la entrada a tocar la puerta. Parecía necesitado. Sus ojos brillaban con determinación. Tocó desesperado, como si una avalancha estuviera justo detrás de él. En el interior se encontraba el carpintero. Un hombre ya algo viejo y sin buen humor. Si estaba enojado, el pescador lo había hecho enojar aún más por la forma en la que tocaba la puerta.

—¡¿Qué diablos quieres?!

El pescador cayó al suelo por la agresividad con la que el carpintero había abierto la puerta.

—Ah... Hola, disculpe... ¿Es usted el carpintero de este lugar?

—¡Qué pregunta tan más estúpida!

—Creo que eso es un sí, ¡jaja!

—¡¿Qué has dicho?! ¡Fuera de mi vista!

—¡No, espere! ¡Hay algo que me intere...

El carpintero se dió la vuelta y azotó la puerta. El pescador se quedó inmóvil por un momento. Se puso de pie e insistió. Volvió a tocar, pero esta vez educadamente.

—¡¿Sigues aquí, estorbo?!

—¿Estor...? ¡Ah! ¡Abra, por favor! ¡Estoy interesado en su trabajo! ¡En verdad, creo que puede ayudarme!

—¿Ahhhhh? ¿Ayu... ayudarte? ¡Yo no regalo mi trabajo!

—Quiero decir...

—¡¿Qué quieres?!

—¡Una marioneta! Vi que tiene algunas, pero necesito una... muy especial. ¡Pagaré lo que sea!

—Espera... ¿Quieres una... marioneta?

—Sí, señor.

Hubo un momento de silencio. El carpintero abrió la puerta. Su enojo había disminuído, ahora su rostro parecía extrañado.

—Hace años que no me pedían algo así...

—Señor, hace tiempo buscaba a un carpintero, pero como soy pescador, trabajo mucho, así que no había podido encontrar a uno. Creo que esta es una oportunidad que no puedo desaprovechar. Por favor, pagaré lo que sea...

El abrigo bajo las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora