Capítulo 1

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—¿Señorita Rogers?

La voz del profesor Anthony Stark atravesó el aula en
dirección a la atractiva joven de cabello rubio sentada en las últimas filas. Perdida en sus pensamientos, o en la traducción, tenía la cabeza gacha, mientras tomaba notas frenéticamente en su cuaderno. Diez pares de ojos se volvieron hacia ella y contemplaron su
cara pálida, sus largas pestañas y sus delgados dedos, que sostenían un bolígrafo. Luego, esos mismos diez pares de ojos se volvieron hacia el profesor, que permanecía inmóvil y había empezado a fruncir el cejo.
Su actitud mordaz contrastaba vivamente con la atractiva
simetría de sus rasgos: con sus ojos, grandes y expresivos, y su boca de labios gruesos. Era uno de esos hombres guapos de aspecto duro, pero en esos momentos su gesto amargo y severo estropeaba el efecto.

—Ejem.

Una tos discreta a su derecha llamó la atención de la joven, que
levantó la vista hacia el estudiante de anchos hombros sentado a su lado. Sonriendo, éste señaló con la mirada hacia el profesor. Ella siguió el recorrido de su mirada y se encontró con unos ojos
cafés y muy enfadados. Tragó saliva audiblemente.

—Estoy esperando una respuesta, señorita Rogers. Si le
apetece unirse a la clase   —añadió, con una voz tan glacial como su mirada. El resto de alumnos del seminario se revolvieron inquietos en
sus asientos y se dirigieron miradas furtivas. En éstas se leían preguntas del tipo «¿Qué mosca le ha picado?», pero ninguno dijo nada. (Porque es de sobra conocido que los licenciados odian enfrentarse a sus profesores sobre el tema que sea, no digamos ya por una falta de educación.) La joven abrió la boca para contestar, pero cambió de opinión en
seguida y la cerró, sin apartar la vista en ningún momento de aquellos imperturbables ojos cafés. Los de ella estaban tan abiertos que le daban aspecto de conejito asustado.

—¿Habla nuestro idioma, señorita Rogers?   —se burló el
profesor. A una chica rubia sentada a la derecha de él se le escapó la
risa, aunque trató de disimularla con una tos poco convincente. Todos
los ojos volvieron a dirigirse hacia el conejito asustado, que se había
ruborizado furiosamente y que agachó la cabeza, apartando la vista
del profesor.

—Dado que la señorita Rogers parece estar asistiendo a un
seminario paralelo en un idioma distinto, ¿tal vez alguien sería tan
amable de responder a mi pregunta?

La belleza rubia de ojos verdes sentada a su lado estuvo encantada de
hacerlo. Se volvió hacia él y le dirigió una sonrisa deslumbrante,
mientras respondía a su pregunta con todo detalle, gesticulando
mucho con las manos mientras citaba a Dante en italiano. Al terminar,
dedicó una sonrisa ácida a la recién llegada, se volvió de nuevo hacia
el señor Stark y suspiró. Lo único que le faltó fue rodar un poco por
el suelo y frotarse contra su pierna para demostrarle que nada la haría
más feliz que ser su mascota. (Aunque a él no le habría gustado nada
que lo hiciera.)
El profesor frunció el cejo de manera casi imperceptible a nadie
en particular y se volvió para escribir en la pizarra. El conejito asustado
parpadeó con fuerza varias veces mientras seguía tomando apuntes,
pero gracias a Dios no lloró.
Más tarde, mientras el señor Stark seguía hablando sin parar
sobre el conflicto entre güelfos y gibelinos, un trozo de papel doblado
apareció sobre el diccionario de italiano del conejito asustado. Al
principio ella no se dio cuenta, pero un nuevo «ejem» hizo que se
volviera hacia el guapo joven sentado a su lado. Esta vez él le dedicó
una sonrisa más amplia y le señaló la nota con los ojos.
Al verla, ella parpadeó sorprendida. Vigilando la espalda del
profesor, que no dejaba de rodear con círculos palabras italianas, se
llevó la nota al regazo y la abrió discretamente.
Stark es un asno.
Aunque nadie que no hubiera estado observándola se habría
dado cuenta, al leer la nota se ruborizó de un modo distinto. Le
aparecieron dos nubes de color rosa en las mejillas mientras sonreía.
No fue una sonrisa de las que dejan los dientes al descubierto, ni de
las que hacen aparecer arrugas de expresión ni hoyuelos, pero era
una sonrisa.
Se volvió hacia su vecino, que le sonrió a su vez, franco yamistoso.

—¿Algo divertido que quiera compartir con nosotros, señorita
Rogers?

Los ojos de la nueva alumna se abrieron aterrorizados y la
sonrisa de su nuevo amigo desapareció de su cara al volverse para mirar al profesor. Sin atreverse a enfrentarse al señor Stark, ella bajó la
cabeza y se quedó inmóvil, mordisqueándose el labio inferior.

—Ha sido culpa mía, profesor. Le estaba preguntando por qué
página íbamos  —dijo el chico, tratando de protegerla.    —Una pregunta poco apropiada para un estudiante que está
preparando el doctorado, James. Pero ya que lo preguntas, estamos empezando el primer canto. Espero que seas capaz de encontrarlo sin la ayuda de la señorita Rogers. Ah, y ¿señorita Rogers?

La cola del conejito asustado tembló un poco al levantar la vista
hacia él.

—La espero en mi despacho después de clase.

EL INFIERNO DE ANTHONYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora