Capítulo 2

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Al acabar el seminario, Stephanie Rogers guardó apresuradamente el
trozo de papel dentro del diccionario de italiano, junto a la entrada de la palabra asino, asno.
—Siento lo que ha pasado. Soy James Barnes —la saludó su amable compañero, tendiéndole una enorme mano. La joven se la estrechó y James se maravilló de lo pequeña que era la de ella comparada con la suya. Podría rompérsela con sólo doblar la muñeca.
—Hola, James. Yo soy Stephanie. StephanieRogers.
      —Encantado de tenerte por aquí, Stephanie. Siento que Stark se haya comportado como un gilipollas. Ahora entenderás por qué su apodo es El Profesor, con mayúscula —dijo él, con no poco sarcasmo. Ella se ruborizó levemente y volvió a centrarse en sus libros.
—Eres nueva, ¿no? —continuó James, ladeando la cabeza para
mirarla.
       —Acabo de llegar de la Universidad de Saint Joseph. Él asintió como si la conociera.
—¿Has venido a hacer un curso de doctorado?      —Sí.  —Señalando hacia las primeras filas, añadió—: Ya sé que no lo parece, pero teóricamente estoy estudiando para especializarme en Dante. El chico soltó un silbido de admiración.
—Entonces, ¿estás aquí por Stark? Ella asintió y, al fijarse en su cuello, Barnes se dio cuenta de que el pulso se le aceleraba. Como no encontraba una explicación para ello, se olvidó del tema, aunque más tarde volvería a acordarse.
—Tiene un carácter difícil, por lo que no tiene demasiados alumnos, pero es mi director de tesis. Y también el de Christine Everhart, ya la conoces.
—¿Christine?      —La coqueta de la primera fila. Es su otra alumna de doctorado, aunque su auténtico objetivo es convertirse en la futura señora Stark. Acaba de llegar y ya le hace galletas, se deja caer por su despacho, le envía mensajes telefónicos. Es increíble.
Julia asintió, pero no dijo nada.
—Christine no parece consciente de la estricta política de noconfraternización de la Universidad de Toronto —explicó James, que fue recompensado con una sonrisa preciosa. Se dijo que iba a tener que hacer sonreír a Stephanie Rogers más a menudo. Pero eso tendría que esperar, de momento.
—Será mejor que vayas. Quería verte después de clase y te estará esperando.
Stephanie guardó sus cosas a toda prisa en la vieja mochila L. L. Bean que la había acompañado desde su primer año en la universidad.
—Ejem, no sé dónde está su despacho.
—Cuando salgas, gira a la izquierda y luego gira otra vez a la izquierda. El suyo es el último, al final del pasillo. Buena suerte y, si no nos vemos antes, hasta la próxima clase.
Ella le dedicó una sonrisa agradecida y salió del aula. Al doblar la esquina, vio que El Profesor había dejado la puerta
del despacho abierta. Se quedó delante, nerviosa, dudando sobre si llamar primero o asomar la cabeza directamente. Tras unos segundos de duda, se decidió por la primera opción. Armándose de valor, respiró hondo, contuvo el aliento y levantó el puño. Justo entonces, oyó:
Siento no haberte devuelto la llamada. ¡Estaba en clase! —exclamó la voz enfadada que ya empezaba a resultarle familiar. Se hizo un breve silencio antes de que volviera a habla—: ¡Porque era el primer seminario de este curso, idiota, y porque la última vez que hablé con ella me dijo que estaba bien!
Stephanie se apartó de la puerta. Al parecer, el señor Stark estaba
hablando por teléfono, gritándole a alguien. No quería ser su siguiente víctima, así que decidió huir y afrontar las consecuencias más tarde. Pero justo entonces lo oyó sollozar. Fue un sonido ronco, desgarrador, que le llegó al alma, impidiéndole marcharse.
¡Claro que habría querido estar allí! La quería. Claro que habría querido estar allí. —Le llegó otro sollozo desde detrás de la puerta—. No sé a qué hora llegaré. Diles que voy de camino. Iré al aeropuerto y tomaré el primer avión que salga, pero no sé cuándo llegaré. Otra pausa.
Lo sé. Diles que lo siento. Que lo siento mucho... —Su voz se
perdió entre sollozos y Stephanie lo oyó colgar el teléfono. Sin pensar, se asomó.
El hombre, de treinta y pico años, tenía la cabeza apoyada en las manos y lloraba con los codos apoyados en el escritorio. Ella vio cómo le temblaban los hombros. Percibió la angustia y el dolor que brotaban de su pecho. Y sintió compasión. Quería acercarse a él, rodearle el cuello con los brazos y
ofrecerle consuelo. Quería acariciarle la cabeza y decirle que lo sentía mucho. Por un momento, se imaginó cómo sería secar las lágrimas de aquellos expresivos ojos cafés como avellanas y verlos volverse hacia ella con amabilidad. Se imaginó dándole un casto beso en la mejilla, sólo para confortarlo. Pero verlo llorar de esa manera, como si acabaran de romperle el corazón, la dejó clavada en el suelo, por lo que no hizo nada de lo que se había imaginado. Al darse cuenta de dónde estaba, volvió a esconderse detrás de la puerta, a ciegas sacó un trozo de papel de la mochila y escribió:
Lo siento. Stephanie Rogers.
Luego, sin saber qué hacer, colocó la nota en la jamba de la
puerta y la cerró silenciosamente.
















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Es la primera vez que publico algo, no tengo un Beta que me ayude así que una disculpa por los posibles errores. Para seguir actualizando me iré guiando en las visiones que tenga y los posibles votos, así que depende de ustedes. Debo decir que es una novela larga, así que si quieren seguir teniendo capítulos háganmelo saber.
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Saludos, Aleix wH

EL INFIERNO DE ANTHONYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora