II

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  Cuando desperté estaba parada en un pequeño banco. Al principio solo veía la luz clarísima y grisácea, casi cegada en mi totalidad. Luego de unos segundos logré divisar a mis padres tomados de las manos, mirándome fijo y emocionados. Perfecto, su hija podría haber muerto, pero en vez de correr a ayudarme se quedaron mirando. No divisé rastro de los gemelos, presentí que me deberían una explicación porque nadie crearía un sonido  y olor tan particular como aquellos, solo ese par. A mi lado estaba un chico, desconocido, pero por alguna razón que aún no me explico sabía su nombre: Adler. Estiró sus manos hacia mí, de ellas nació una luz incandescente; me volvió a cegar tanto como al principio, la sentía rodeándome, su energía y color, de pronto no pude divisar a nadie más.
  Éramos yo y la luz fusionándonos a un compás perfecto, era mía, lo sabía. Cerré mis ojos,  una luz  grisácea y penetrante. Gris y más gris ¿era ese mi color?, comenzaba a lucir como un arcoíris en degradé, de naranja pasó a rojo, luego y finalmente, a coral —¡Wow! Escogieron un color perfecto, felicitaciones a quien quiera que sea—. Las lucen me embriagan. ¡Era coral! un color precioso, anhelado y poco común. Una mezcla de rojo y blanco; pasión y neutralidad, perfecta, sin excesos, totalmente equilibrada. Me conformé sin más con mi color y frente a mi ya no estaban mis padres, sino un frasco de cristal que contenía mi corazón —una vista macabra, ver un corazón fuera del cuerpo y encima tuyo, ¡ew!—.
   Entonces sucedió lo inesperado, mi corazón se tornó oscuro y ya no era del vivo color que antes...Poco a poco como si lo invadieran, pigmentos azules lo recorrían en su totalidad. ¡Azul! El color real de una princesa —Joder, excelente, más princesa para mí— Si esa no era responsabilidad díganme qué si lo es.
   A ver que tal me resultaba irme a otro país, donde no conocía a nadie porque tendría que hacerme cargo de un grupo de chicos  adolescentes llenos de hormonas, energía y ¡rebeldes! Debía explicarles a controlar su maldito color, sabiendo que ni siquiera sé bien como funciona el mío.
Lo olvidaba, les explico: aquí ser princesa no se trata de que te llamen "su alteza", andar elegante o dirigir un país entero y por favor, ni piensen en un reino. Es una tarea ardua, difícil, un poco aventurezca y yo no me caracterizo por eso. Princesa es ser una especie de guía-jefe-amiga, aquella que lo es se encarga de enseñar y entrenar a los demás como funciona su respectivo color; la mayoría consigue ojeras, dolores de cabeza, moratones e incluso andan desastrosas por la vida, visten buzos andrajosos y con mucha suerte, algunas alcanzan a estar peinadas semi presentablemente —¿Alguien dijo caos gratis?—.
   La función de mi color está hecha para eso, provoca un efecto tranquilizante y me permite pseudocontrolar el del otro. Un azul no es un común, de hecho, creemos que las personas que lo poseen es porque estaba predeterminado para ellos desde antes de nacer. Solo se manifiesta el día de la elección, te escogen un color pero tu corazón lo rechaza. No hay patrones para princesas o príncipes, ¡es una variedad inmensa! desde punks a nerds o monjas, nunca se sabe quien será el próximo.
Lo curioso de todo esto es que tengo 18 años, las princesas por lo general tienen de 20 años hacia arriba —¡Ge ni al! tendré que "imponer presencia" para hacerles saber que soy superior—, una edad considerable, teniendo 18, que me ampare el arcoíris, será imposible controlar a personas de 17 años.
   Curioso. ¿Por qué otorgarme a tan temprana edad un color con tanto "peso"? Bastante peculiar.
   Me imaginé mil formas de arrancar o abrir el frasco para vertirle tinta negra, pero a quién engañaría, eso en definitiva era una idiotez. Y fue mi hora de enfrentarme a mi realidad.

Princesa del castillo azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora