Capítulo 5

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Desperté con la cabeza en mi escritorio y un poco de baba seca alrededor de mi boca y sobre la mesa

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Desperté con la cabeza en mi escritorio y un poco de baba seca alrededor de mi boca y sobre la mesa.

Me incorporé a la silla de mal humor conmigo misma, ya que el sueño me ganó anoche y no pude llegar a mi cama.

Me estiré en mi lugar un poco, limpie mi baba seca pero fue imposible quitarla.

Tomé mi toalla y me dirigí hacia el baño, no vi la hora, pero supuse que aún era muy temprano —o muy noche— ya que no se veía rastro de luz.

Salí de mi habitación en silencio, recorrí el pasillo hasta llegar al cuarto de baño y tomé una ducha un poco larga ya que necesitaba el agua fría recorrer mi cuerpo.

Hacía un poco de frío cuando salí pero no me importó, la sensación de la piel de gallina se tornaba en mi un poco cómoda e interesante.

Llegué hasta mi cuarto, me vestí, y sequé un poco mi cabello desordenado y rebelde. Guardé mis cosas en mi mochila y me preparé para salir. Mire la hora en mi reloj de mano: 4:52 am.

¿Qué me daba por levantarme tan temprano y dormir tan poco?

No lo sé, simplemente no era una persona que le gustara estar mucho en la cama, aunque tuviera presente que no había motivo alguno para no estarlo. Me levantaba cada día porque no me quedaba otra opción, pero algo por el cual estar alegre y disfrutar el día siguiente, no lo había.

Conozco muy bien esa sensación de incertidumbre hacia la vida.

Si te pones a pensar, no venimos aquí a ser felices o para disfrutar, sino que vinimos aquí por alguna razón.

Nada es casualidad y todo pasa por algo. Yo no estoy aquí por casualidad, yo tengo un motivo.

¿Pero cuál es?

Salí de mi transe irracional, dejé las dudas por un lado y comencé a bajar las escaleras.

Llegué a la sala y estaba todo en completo silencio. Parecía como si nadie habitara ahí.

Sin dudas, cogí el cerrojo de la puerta y salí.

El aire frío inundó mis pulmones, y una cálida bienvenida le abrió paso a mis instintos humanos, aquellos con los que fuera de mi casa y estando sola podía sacar a la luz.

Me dirigí hacia la izquierda, que es el camino contrario del de la Escuela.

Por ese camino estaban todas las casas, y pasé a la casa de la Sr. Jeymmy, la de la Sr. Adams y el Sr. Peint. A los cuales me encargaba de transportar su basura hacia los botes de la esquina de la calle. Yo les había dicho que lo hacía con todo gusto por ayudarlos, pero eran unas personas muy necias a la hora de negociar.

Considero que más que nada, no eran personas perezosas, sino que me querían ayudar. Darme siete dólares a la semana me beneficiaba de mucho y no podía negar que no los necesitaba. Lo mejor era que pagaban por adelantado, así que tenía veintiún dólares para gastar como quisiera.

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