La espalda de Joan ha sido mi mejor amiga en estos últimos cuatro días. Volver a nuestro apartamento después de nuestras trágicas vacaciones fue más extraño de lo que imaginé, perder aún más la cordura por culpa de mis sentimientos ha sido uno de mis mayores problemas. El otro día estuve a punto de confesarle lo que siento. Él acaba de volver del gimnasio y puede que me haya dejado cegar por la imagen de su cuerpo. Terminé diciéndole que me gustaban sus piernas y que quizás un día podríamos ir juntos a hacer ejercicio. En mi vida he pisado un gimnasio, ni siquiera salgo a correr, pero fue lo primero que se me ocurrió después de destacar el atractivo de sus extremidades.
Kelly ha venido a visitarme esta mañana y le estoy muy agradecida, me ha traído pastelitos de frambuesa, y coca colas para merendar juntas.
—Estoy cansada de estar todo el día en casa. —me quejo.
—¿Crees que puedas salir a caminar? —pregunta dándole una gran mordida a su pastel. La herida no me duele a menos que apoye el pie en el suelo, pero tampoco es que sea algo muy punzante, es soportable, pero decirle a Joan que necesito su ayuda para caminar es la única forma que tengo de mantenerlo cerca de mí. «Sin dudas, ya no tengo remedio, mi hermana Roma tiene razón, estoy algo mal de la cabeza. Estoy loca de amor. » Yo antes no era así, no que yo recuerde.
—¿A dónde vamos? —Me animo. Con todos estos días de reposo tuve tiempo de terminar mi libro y eso ha sido una excelente noticia para Adele, mi editora, que está más agradecida con ese erizo de lo que me gustaría. Dice que New York es una distracción, y se equivoca. Joan ahora mismo es mi mayor distracción.
—No lo sé. ¿Qué lugares te faltan por visitar? Aprovecha que tengo unas horas libre. —Toma un sorbo de su refresco.
—No he visto ni la mitad de la ciudad. —Me duele pensar que llevo casi un mes aquí y he podido ver muy poco. Busco mi lista en el móvil, y observo el mapa con detenimiento. —¿Podemos ir a Greenwich Village? Está a 15 minutos de aquí.
—Perfecto, es un barrio precioso. Te encantará. —Terminamos de merendar y salimos del apartamento «yo cojeando» Vamos con las energías cargadas y la esperanza de que será un día prometedor. Casi pienso que nuestros planes están arruinados cuando nos encontramos con Hellen en la entrada del edificio dudosa o no, de entrar a saludar.
—Hola, chicas, que bueno verlas. —Nos regala una sonrisa tímida antes de darnos un beso en la mejilla a cada una.
—¿Qué tal estás, Hellen? —Le pregunto. La última vez que la vi fue cuando dejamos a Alessia en su casa antes de ir al brunch, y aunque no hablamos mucho sentí que estaba un poco más relajada con mi presencia.
—Bien, muy bien. —Está nerviosa, y algo incomoda. ¿Qué habrá venido a hacer aquí? —¿Van a salir?
—Sí, queremos ir a The Village* — Le contesta Kelly con amabilidad.
—¿Puedo acompañarlas? Espero que hoy sea un buen día para cumplir esa promesa que nos hicimos en la cena de ir de compras juntas. —Una promesa es una promesa, y no podemos romperlas. Así que no me puedo negar.
—Claro. —Bajamos las tres juntas por la acera en dirección a la estación del metro. La mañana es preciosa, y la brisa del otoño no hace más que avisarnos que el invierno está a la vuelta de la esquina. Estoy algo intranquila, no puedo negar que el encuentro con Hellen me intriga, y muero de ganas por saber los motivos de este. —¿Qué tal está Hugo y Alessia? —Trato de hacer nuestro viaje ameno, a pesar de todas las teorías que ahora mismo recorren mi mente.
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Una boda de mentira
RomanceRose Harriet Miller nunca creyó que su libro, aquel que terminó de escribir en su nativo pueblo Glash Village alcanzara tanta popularidad en el Reino Unido, al punto que logró cruzar los mares. Había sido invitada para una presentación oficial de su...