Capítulo 4

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Dejamos atrás los despampanantes rascacielos de Manhattan y descubrimos ante nuestros ojos a un Brooklyn a la antigua. ¿Cómo es que dos sitios tan cercanos pueden verse tan diferentes? Como si vivieran en otra época. Sus habitantes son más que conscientes de lo afortunados que son y eso me gusta, ver a todos impresionarse por la majestuosidad de uno de los sitios más icónicos de la ciudad. Cruzar el East River nunca había estado en mis planes de vida, y ahora es en todo lo que puedo pensar. Joan intenta tomarme una foto mientras yo hago el tonto cerca de la barandilla, casi todas han quedado borrosas, es un pésimo fotógrafo.

—Venga, dame. —le quito el móvil de las manos y lo obligo a que se coloque frente al puente para así captar todo su esplendor.

—Tengo un montón de fotos con el puente ¿para qué quiero otra? —refunfuña.

—Esta vez es diferente, me sirves de guía. —le tomo dos fotografías, una con cara de enojo y otra mientras creía que no estaba prestando atención. Sin dudas esta última es mi favorita, porque me recuerda a lo relajado que estaba en la boda de April, antes de que pasara lo de su divorcio y no pudiera estar con su hija todos los días. —Hola. —Detengo a una pareja de ancianos que al parecer también son turistas y se les pido con amabilidad. —¿Pueden tomarnos una foto? —Señalo a mi acompañante y los ancianos asienten encantados.

—¿Qué haces? —me pregunta Joan una vez que me acerco a su lado y levanto los brazos imitando mi expresión de sorpresa mientras miro hacia la cámara del móvil.

—Esta foto es para tu hermana, quiere ver que te la estás pasando en grande. —digo entre dientes para no deshacer mi sonrisa para la foto.

Él imita mi postura, pero no sonríe con tanta emoción.
—Muchacho, acércate un poco más a tu novia. —El señor con acento irlandés le hace un gesto con la mano, y yo me sonrojo por la equivocación.

—Ella no es mi novia. —susurra y estoy segurísima que ninguno de los dos ancianos lograron escucharlo.

—¡Que pareja tan linda! —La señora que antes no había dicho nada junta sus manos en señal de felicidad y nos mira con una chispa en sus ojos.

—Eh... —Que momento tan incómodo. —¿Ya está la foto? —pregunto nerviosa.

—Creo que sí, soy malo para estas cosas de la tecnología, ven a ver. —Me apresuro a apartarme de Joan y alcanzar mi teléfono. Son varias las fotos y están...

—Perfectas. Quedaron muy bien.—Todas excelentes.

—Me alegro mucho. Los dejamos para que sigan disfrutando de su viaje. —Los ancianos se despiden con una sonrisa y yo les agradezco nuevamente por las fotos. Joan se acerca a mí por detrás.

—No entiendo por qué creyeron que éramos pareja, ni que nos estuviéramos besando. —Observa la foto por encima de mi hombro y veo de reojo cómo se le escapa una sonrisa sincera. —Quedé mejor que tú.

—Ya quisieras. Aquí lo importante es que queda comprobado que eres el peor fotógrafo del mundo. —No pretendo hablar más de la confusión de los ancianos. Hubo una etapa donde incluso a mí me hubiera gustado ser su pareja.

—Vamos, que aún nos queda mucho por recorrer.

Caminar por Brooklyn es de las cosas más relajantes que he hecho en mi vida, y no puedo quejarme con mi guía. Me enseña el barrio con las casas adosadas más lindas que he visto, e imaginarme viviendo en una de ellas es una imagen que se plasma durante todo el viaje en mi mente. La tranquilidad de esta zona de la ciudad me resulta sumamente impresionante siendo New York un caos en toda regla.

Almorzamos en Julianna's, porque según Joan y la gran mayoría de personas que viven aquí, no puedo marcharme de la ciudad sin haber probado las Pizzas de Julianna. Siempre había escuchado que la comida en New York era exquisita y después de probar las pizzas de este local doy fe de que es cierto lo que se comenta. Ojalá hubiéramos tenido espacio en el estómago para probarlas todas. No me queda más remedio que volver otro día porque esto de degustar tanta variedad se está convirtiendo en un hobbie.

Una boda de mentiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora