capítulo veintiocho

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Hannibal dejó su hotel, con los músculos tensos y la cabeza palpitando por el inicio de una jaqueca. Había tenido un largo vuelo, y la conversación con Anna no había sido justamente relajante. Apenas esperó a que sus guardaespaldas entraran en la parte trasera del auto antes de pisar el acelerador. Los neumáticos chirriaron.

Para cuando estacionó el automóvil y encaró hacia el pent- house de Will, Hannibal estaba con un humor tan horrible, que hasta sus guardaespaldas mantuvieron una precavida distancia por detrás de él.

–Esperen aquí –dijo antes de utilizar su tarjeta-llave para entrar en el ascensor privado.

Finalmente, las puertas se abrieron y él ingresó en el living vacío.

Un aroma delicioso venía de la cocina. Hannibal se encaminó hacia allí, sus pisadas sofocadas por la afelpada alfombra.

Se apoyó contra el marco de la puerta de la cocina, sintiendo la tensión de sus músculos disiparse.

Will estaba cantando suavemente de pie junto al horno, revolviendo la salsa en una olla. Estaba usando unos pantalones cortos de jean y una brillante camiseta hawaiana, sus rizos dorados mantenidos fuera de la cara con un pañuelo florido. Unos auriculares grandes colgados en su rizada cabeza, las caderas de Will balanceándose ligeramente mientras que tarareaba una canción. Se lo veía muy joven, muy adorable y muy ridículo... no era exactamente una combinación que Hannibal normalmente encontraría atractiva.

No podía apartar la vista.

En silencio, se acercó, apartó los rizos y presionó sus labios en la nuca de Will.

Will se tensó por un momento antes de relajarse y reclinarse contra el pecho de Hannibal.

–Llegaste temprano –dijo, sacándose los auriculares. Intentó girarse, pero Hannibal no lo dejó, sus manos apretando las caderas de Will y manteniéndolo en su sitio mientras que chupaba moretones en su perfecta piel, inhalando su dulce aroma con avidez y sintiendo como su dolor de cabeza retrocedía.

–¿Cómo... cómo fue? –dijo Will–. Quiero decir, la reunión.

–Tan bien como se esperaba –respondió Hannibal, arrastrando los labios desde el cuello de Will hasta su mejilla–. Canberra está satisfecho con el nuevo contacto que le presenté.

Will se apoyó en la caricia, sus regordetes labios entreabiertos. Parecía tener dificultad para mantener los ojos abiertos.

–¿Le dejaste en claro que las Industrias Graham ya no harán negocios de su agrado?

–Sí –dijo Hannibal concisamente antes de jalar el cuello de la camisa de Will hacia un lado y chupar una marca en la cremosa piel de su hombro.

Will se retorció.

–Deja eso –dijo ronco y sonriendo–. Tengo que terminar de preparar la cena y no puedo hacerlo si estás encima mío. Ve a sentarte por allí –empujó a Hannibal hacia la silla.

Hannibal se sentó, aunque a regañadientes. Acomodándose en su silla, echó un vistazo a la vaporera y alzó una ceja con incredulidad.

–¿Estás cocinando manti?

Un rubor rosado coloreó las mejillas de Will. Encogió los hombros despreocupadamente, regresando a mezclar la salsa.

–Supongo que desarrollé algún gusto por ello mientras estaba en Rusia. No es un plato difícil de preparar. Hoy me aburrí y decidí probar que tal me sale –Se encogió de hombros nuevamente.

Era un terrible mentiroso.

Los labios de Hannibal se curvaron. Will le lanzó una mirada de reojo.

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