capítulo ocho

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La silueta sobre la cama pareció dejar de respirar, poniéndose rígida ante el sonido de su voz.

Hannibal frunció el ceño. El chico le tenía miedo. Aunque no era ni inesperado ni completamente indeseado, sólo complicaría las cosas. No podía dejar que Will le temiera demasiado. Esta vez necesitaría... un acercamiento más amable para alcanzar lo que se había propuesto luego de ver la reacción de Will a su castigo. La forma en que el muchacho se había aferrado a él, buscando su consuelo y confiando en él lo suficiente como para rendirse agotado al sueño en presencia de Hannibal... había abierto nuevas posibilidades.

Ciertamente, había formas mucho más simples, rápidas y menos retorcidas de hacer pagar a Richard Graham, pero esta podría aplastar a Graham si lo hacía bien. Si Hannibal pudiera condicionar al único hijo de Graham, volver al muchacho completamente dependiente de él, entonces tendría las llaves a lo que más atesoraba Graham: las Industrias Graham, su orgullo y felicidad. Hannibal no estaba demasiado preocupado porque Graham no confiara en su hijo. Si el chico no tenía idea sobre los negocios, mejor todavía.

Retén tus jodidos caballos, se dijo Hannibal. Como decía el proverbio, no debía colocar el carro delante del caballo. Primero tenía que ganarse el afecto de Will para que el plan funcionara.

Eso no iba a ser fácil, incluso considerando las inclinaciones sumisas de Will.

La verdad era, que Hannibal tenía dudas sobre el plan. No le gustaba lo que no podía controlar.

Y no pudo controlar sus propias reacciones esa mañana. Cuando se había encontrado con los brazos colmados de un muchacho necesitado y tembloroso, consolarlo no había sido una decisión consciente. Fue todo instinto. La sumisión de Will había jodido su cabeza, haciéndolo reaccionar instintivamente... como reaccionaría cualquier buen Dom ante las necesidades físicas y emocionales de un sub luego de una escena. El problema fue, que el castigo que le había dado a Will nunca debió significar otra cosa que un simple castigo. El necesitado lenguaje corporal del chico después de ello, no debería haber desencadenado sus instintos.

Pero lo hizo.

Hannibal no era ajeno a los juegos de dominación. Obtenía cierto placer en los juegos de poder del día a día; a veces, si el humor era el adecuado, su cuerpo picaba por ello también. La mayor parte de la gente lo consideraba un hombre cruel, y no estaban equivocados. Pero no era un amante cruel, nunca lo fue. Por supuesto, no era un amante gentil tampoco. Le gustaba rudo, le gustaba el subidón de poder que sentía cuando reducía a alguien en un cuerpo dócil, en un desastre sumiso (era mucho más excitante que la violación o la crueldad innecesaria por la que sentía inclinación alguna de su gente) pero cuidaba muy bien de sus compañeros sexuales. La gratificación sexual no era siempre el objetivo cuando estaba de humor para jugar, pero normalmente la sumisión genuina de una mujer atractiva lo hacía querer follarla. Hannibal nunca consideró que un hombre pudiera afectarlo del mismo modo, y aun así este jovencito con sus labios obscenamente bonitos y su sumisión natural lo hacía, y Hannibal se encontró deseando hacerle cosas perversas por horas antes de enterrarse en él.

No lo había hecho, por supuesto. Aún le quedaba algo de autocontrol.

Pero ahora estaba siendo puesto a prueba de nuevo.

Will apenas respiraba aún. Los ojos de Hannibal bajaron de la greña de rizos hacia el tenso cuello del muchacho, bajando por su espalda vestida con la propia camiseta de Hannibal, al respingón culito perfecto y sus esculturales y tonificadas piernas.

Apretando los dientes, Hannibal apartó la mirada y rodeó la cama.

Los ojos del chico estaban muy abiertos, sus rosados labios de cereza ligeramente entreabiertos. Will los lamió.

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