Después: Capítulo 54.

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Paul esperó pacientemente, sentado en el sillón, a que Linda saliera de la habitación. Pasó gran parte de la madrugada pensando en la breve conversación que habían tenido y culpándose a sí mismo por haber sido tan ingenuo al creer que Linda no averiguaría su secreto con John, a final de cuentas, ella era brillante.

Creyó que Linda saldría de la habitación con la voluntad un poco doblegada por la tristeza, sin embargo, la mujer que emergió tras la puerta era una que parecía haber dado un paso definitivo en su vida y, aún sabiendo eso, Paul se puso de pie frente a la puerta para tratar de detenerla.

— ¿A dónde vas? —preguntó alarmado, notando la maleta que arrastraba tras ella.

—Es mejor que no lo sepas —contestó simplemente.

—No te vayas —pidió Paul, sujetándose al picaporte de la puerta, por si acaso Linda decidía tratar de abrirla—. Lo que te dije anoche fue verdad, Lin. Nunca te engañé con John porque te amo y quiero que te quedes conmigo.

Linda lo miró duramente.

—Déjame ir —pidió, tratando de reprimir su ira.

Paul nunca entendería qué fue lo que lo motivó a apartarse, solo supo que lo había hecho hasta que escuchó la puerta cerrándose tras de él. Después de ello, todo lo que hacía que ese pequeño departamento en Londres fuera su hogar poco a poco perdió sentido, hasta que dos semanas después decidió que no podía continuar ahí, con el fantasma de Linda paseando en cada pasillo, recordándole su fracaso.

Renunció a su trabajo en la maldita editorial, tomó sus ahorros y regresó a casa de sus padres, completamente derrotado. Ninguno de los dos hizo más preguntas de las necesarias y por unos días lo dejaron lamentarse a gusto en su habitación.

Resultó ser que estar en su habitación no era mucho mejor que estar en su departamento, con la pequeña excepción de que esta vez no era el recuerdo de Linda el que lo molestaba, sino el de John.

Quería estrangularlo y besarlo al mismo tiempo, y había cierto tipo de confort en culparlo a él de su situación actual, aunque sabía muy en el fondo que todo eran meros resultados de su falta de decisión.

Para la tercera semana, derrotado y deprimido, Paul aprovechó que sus padres habían salido de casa y bajó a la sala, donde admiró el teléfono de la casa durante un par de minutos antes de decidirse a hacer la llamada.

Sus dedos temblaban mientras colocaba uno a uno los números, pero no dudó de que era lo correcto. A fin de cuentas, Linda se había ido por ello.

—¿Diga? —cuestionó la mística voz de la asistente de John.

A pesar de que lo había planeado una y otra vez en su mente, en ese momento todas las ideas congruentes escaparon de él y solo atinó a preguntar—: ¿Está John?

La mujer debió reconocer su voz, porque casi al instante soltó un gruñido. Paul escuchó el ruido de fondo a través del teléfono nerviosamente, suplicando para que John decidiera darle una última oportunidad.

Escuchó el paso de una ambulancia, un sonido típico de Nueva York, y no pudo evitar sonreír. Quizá, si podía ordenar sus pensamientos, estaría camino a Nueva York en 24 horas.

— ¿Qué quieres? —la voz de John lo tomó desprevenido. Sonaba agresivo.

— ¿Estás molesto? —preguntó tontamente.

— ¿Solo llamaste para hacer preguntas estúpidas?

— ¡Sí! Digo, no. Claro que no. Solo... no sé cómo iniciar esto.

John permaneció en silencio al otro lado de la línea.

—Linda me dejó —confesó Paul, sintiendo la típica tristeza que lo inundaba cada que recordaba a su amada ex-novia.

—Felicidades, te lo mereces.

El inquietante ruido al otro lado del teléfono le indicó que John estaba a punto de colgar y entonces, sin pensar, gritó lo primero que le vino a la cabeza.

— ¡Yo también te amo!

Demasiado tarde. John había colgado. 

Blind. [McLennon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora