18

8 0 0
                                    

crecer es más cómo echar raíces en donde te han obligado a existir

Apenas recuerdo que se ha sentido vivir, qué ha sido hallar propósito o tener un sueño, tampoco entiendo lo que es tenerlos y mucho menos tengo en cuenta el momento en el que terminé estando así de podrida.
Pero si recuerdo, cuando tenía 4 y mi primera preocupación era terminar cuánto antes mi caricatura favorita en vez de el almuerzo, cuando me encerraba por accidente, cuando lloraba por no querer bañarme, las noches de mcdonald's, la pantera rosa, mi hermana pequeña, el ir a aquellos columpios, el frecuente olor a film de la cámara aquella, las salidas y ceremonias constantes, el olor a incienso y caoba; que eran lo único que tenía sentido en ese entonces.

Luego los recuerdos contados por otros, el ver los partidos de fútbol con papá y gritar ¡gol de wawi! con tanto afán e ignorancia sobre lo que aquello significaba, pero por cómo lo expresaba seguro que fue uno de mis pocos momentos de alegría a su lado. Recuerdo el viajar seguido, el quedarme con familiares que apenas conocía mientras ellos trabajaban y el día pasaba como cuando tienes una piedra en el zapato con la cual luchas para quitártela lo más rápido posible antes de hacerte una ampolla porque debes seguir caminando antes de que llegue la noche y puedas volver a ver a tus papás de nuevo. Regresando de quién sabe donde.
Recuerdo cambiar de casa 2 veces y luego a los 5 llegar a este pueblito desconocido con gente lúgubre, con el rostro y el alma llena de arrugas por el enojo acumulado debido a las desgracias constantes que el sistema en un país tan pobre les había traido, el dolor que heredaron a otros, el que no fuera su culpa tener que explotarse para vivir y maltratar emocionalmente a otros para corregir. Pero era normal, era lo "correcto" lo "justo" y no entendí lo mal que estaba hasta muchos años después, mucho trauma después.

Y todo cambió, para bien y para mal. De cualquier forma tenía que hacerlo, no podíamos pasar la vida yendo de un lado para otro, huyendo de la vida y sus carencias. Necesitabamos algo a lo que llamar <hogar>

Pero aunque eso quitara muchas penas de encima, puso demasiadas más a lo largo de esto.

Y recuerdo sí, cuando aprendí a leer antes que los niñitos de mi clase y me halagaban por lo <inteligente> que era, recuerdo los cumplidos, las altas expectativas, los grandes sueños que los mayores a mi alrededor pintaban en mi lienzo sin permiso. Recuerdo las palabras, los golpecitos en la espalda, lo orgullosos que se mostraban.

Pero eso no bastaba, entrar a aprender, tan chiquita y vulnerable era, tan sensible para los demás ¿qué era aprender si lo único que quería era contención emocional? un abrazo, una sonrisa de alguien, un "acompáñame" en cualquier receso.

Y lloré, lloré mucho, bastante incluso antes de nacer.

Sentí que ser inteligente no bastaba, me esforzaba pero no era suficiente. No era linda, no era común, no encajaba en su rompecabezas.

Siempre fui extraña, lo supe cuando me miraron raro la primera vez que oyeron mi nombre. Hab'il

Nadie sabía pronunciarlo, era "habil" "jabil" "abigail" "abil" nunca "jab'il"
pero qué más daba corregir una y otra vez si nunca nadie podía.

Entonces conocí la soledad, las miradas feas, los susurros, los estándares ¿qué hacía con tanta información a tan temprana edad?

No entendía por qué nadie quería acompañarme, por qué me costaba demás convivir, por qué yo me veía en tercera persona en aquella clase con la maestra acompañándome mientras lloraba en silencio y odiaba lo ruidoso que se sentía estar sola, abandonada.

Y los complejos atormentaron mi yo chiquita, mi yo vulnerable, mi yo que no sabía cómo lidiar con los demás y el dolor que conllevaba no poder ser parte de. Mi pequeña yo que necesitaba ser protegida.


eché raíz en tierra muertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora