Capitulo 06.

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Ambos se levantaron de un sobre salto, rápidamente se dieron cuenta de que no estaban en la habitación de Milo, miraron a su alrededor, logrando ver puras paredes blancas.

Se voltearon a ver, confundidos y mareados por el sobre salto.

— ¿Dónde estamos? —Susurró la pregunta el de iris cabellos.

Al no obtener respuesta Milo frunció el ceño, miró al aguamarina nuevamente, notando que él estaba viendo un objeto en sus manos.

— ¿Camus? —Se acerca al mencionado, pues estaban en la misma cama.

— La placa. —Le enseña dicho objeto— La pude agarrar.

El moreno claro tomó la placa entre sus manos, sintiendo un escalofrío por todo su cuerpo. Una extraña sensación lo invadió, y cómo si su cuerpo se manejara solo, colocó una mano en la mejilla de Camus.

— ¿Me puedes hacer otra promesa, Camus? —Preguntó a los segundos.

— ¿Si?

— Pase lo que pase. —Coloca la placa en la camisa contraria— No te quites la placa. ¿Está bien?

Camus asintió lentamente, hipnotizado por los azules verdosos del contrario.

— Lo prometo. —Dijo Camus— Pero, ¿Porqué?

— Una corazonada. Me dice que estarás bien con ella.

— Bien... —Mira a su alrededor— ¿Dónde estamos?

Milo no contestó, en cambio tomó la otra mejilla de Camus, obligándolo a que lo mire.

— Tengo otra corazonada.

— ¿Cual?

Antes de poder reaccionar, el aguamarina ya tenía los labios de Milo sobre los suyos. Torpemente correspondió al beso que poco después se volvió dulce y llenó de cariño.

Milo recostó a Camus en la cama, colocándose encima de él. Después de unos segundos soltó sus labios y bajó al pálido cuello del contrario, dejando suaves besos.

— Hace tiempo que deseaba hacer eso. —Susurra.

— ¿Qué te detenía?

— Esa pregunta. —Lo mira a los ojos— No sé si tenga respuesta. Siempre aceptaste todos mis toques, no había nada que me lo prohibiera... Sólo los padres de Dégel.  

El aguamarina rió bajo ante su respuesta, pues sabía que Mystoria siempre llegaba a interrumpir a Milo si sospechaba que era cariñoso con él.

De reojo Milo observó la placa de Camus, la misma que había vivido más confesiones de lo que se imaginaba. 

.

Dos personas iban caminando por las orillas de un lago, una sonrisa plana estaba en el rostro del aguamarina, quien era sostenido de la mano por un joven de iris cabellera.

— ¿No dirás nada? —Preguntó el más alto de los dos.

— Espero a qué usted lo haga, mi señor.

— Porfavor. —Se detiene del caminar— No me digas mi señor, ¿Sabes que tengo tu edad, cierto?

— Si, pero es divertido hacerte enfadar, Milo.

— ¿Ahora es divertido hacer enfadar a tus superior?

El de ojos violetas simplemente lo miró con una ceja arqueada, recibiendo cómo respuesta una carcajada.

Milo lo arrastró hasta debajo de un árbol, al sentarse se llevó al aguamarina junto con él, pues no lo había soltado de la mano.

Lo acomodó en su regazo frente a frente y sacó una pequeña caja roja de su bolsillo, poniéndola en manos del contrario.

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