Capitulo 08.

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Al levantarse Milo se dio cuenta de que ahora no estaba en el avión, o el lago, sino en la mansión Kido.

Ahí estaba aquel monstruo que hizo su vida un desastre, la mujer de cabellos castaños y mirada vacía lo miró atentamente, después, a paso firme, se acercó a Milo.

Se detuvo a aproximadamente un metro de él, su largo vestido negro se movía por la misteriosa brisa fría que corría en ese lugar.

El moreno claro no se podía mover, menos hablar, haciendo que la desesperación llenara su cuerpo.

La mujer extendió una mano hacía Milo, susurrando palabras que no fueron escuchadas.

Milo abrió los ojos cómo platos y soltó un grito cuando unas agujas perforaban su cuerpo, haciéndolo sangrar.

— Morirás.

Esa palabra hacía eco en su cabeza, se empezaba a sentir mareado y más susurros llegaban a su cabeza.

— ¡Morirás!

— ¡Si, no podrás hacer nada!

— ¡Muere ya!

Cerró los ojos con fuerza ante esas voces, el dolor llenaba su cuerpo y sintió cómo una brisa fría lo rodeaba.

Al abrir los ojos se topó cara a cara con un rostro destruido, desangrado, y carcomido por animales pequeños.

— ¡¡AAAAH!!

Se sentó de golpe en el futón, su respiración estaba agitada y sentía cómo si su alma lo hubiera abandonado por segundos.

Ganimedes, quien estaba sentado a unos cuantos metros de él en la gran habitación leyendo se apresuró a su lado.

— ¿Pesadillas? —Preguntó el mayor, no sabiendo qué hacer en realidad.

El de cabellos negros no sabía cómo tratar al menor en ese caso, pues nunca trató a un niño en su vida.

— Eh... Si. —Sacude la cabeza con una sonrisa— Lo siento, señor Ganimedes.

— ¿Umm? Tranquilo —Sonríe.

Milo miró a su alrededor, logrando ver una gran habitación con estilo japones.

Después se volteó para el mayor, confundido.

— ¿Señor Ganimedes?

— ¿Si?

— ¿Qué pasó con el avión?

El mayor se quedó en silencio, después suspiró.

— Sólo fue una falla, la pudimos arreglar a tiempo antes de que algo horrible pasara. —Sonríe— Ustedes fueron valientes en quedarse quietos en su lugar.

Milo al escuchar la palabra ustedes volteó a su alrededor, dando un brinco levantándose del futón.

— ¿Dónde está Camus?

— En la habitación de alado, descansando.

— Iré con él. —Camina a la puerta.

— Camus ocupa descansar, eso querría él.

Milo se detuvo en seco, miró a Ganimedes y negó con la cabeza.

— Si conociera tanto a Camus cómo yo supiera que no le gusta dormir solo en lugares desconocidos.

Milo salió de la habitación, dejando a Ganimedes pensando en sus palabras.

Se dirigió a la habitación indicada y al abrir la puerta sonrió.

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