Era una hermosa tarde en un pequeño pueblo costero alejado de la civilización, a la orilla del mar, las olas eran pacíficas, la brisa del mar tocaba nuestro rostro como una dulce caricia, todo era muy cálido, tan hermoso, las personas disfrutaban de todo aquello que la naturaleza les ofrecía; no había muchas casas en la zona, por lo cual no era muy conocido y también por lo que era muy calmado, pero aun así las personas que conocían del pequeño pueble venían a pasar aquí un fin de semana lejos del ruido de la ciudad y tener el arrullo del mar, era fascinante; en la costa solo había un par de casas, un mini súper y como siempre, una licorería, no con mucha variedad, pero al fin de cuentas una licorería, un hostal un poco más alejado, para los visitantes que no tuvieran en donde quedarse en las orillas de la playa, unas cuantas embarcaciones no muy grandes, la pesca era solo local y era el sustento de las pocas familias que vivían en el pueblo. Para llegar al pueblo se tenía que pasar por un pequeño cerco de madera y atravesar unos cultivos no muy alejados de las casas de madera rusticas que nos recibían.
Había personas de aquí para allá, muchas estaban con sus familias, apreciando el bello atardecer con tonos rojizos, amarillos y en el umbral detonaba un violeta hermoso, las nubes dejaban en asombro a varios espectadores, con su más extravagantes formas, los rayos del sol las atravesaban dejando más anonadados a todos los visitantes; yo estaba esperando sobre la camioneta, en la orilla de la carretera, una pequeña Nissan pick-up casi destartalada, de color azul cielo, que siempre nos acompañó en nuestros viajes, por más largos que fueran; me acababa de bajar, en mi mano tenía una bebida fresca, necesitaba algo refrescante ante esa calurosa tarde, además de que el viaje había sido largo y extenuante; a lo lejos veía como mi pequeña hija corría hacia el mar, de apenas unos ocho años de edad y su casi metro de altura, era la primera vez que veníamos al mar, en su fascinación por conocerlo salió disparada hacia aquello desconocido para ella, su cabello castaño oscuro se agitaba por el viento, no espero a que su madre le quitara el ropaje y ponerle su traje de baño, aun tenia aquel pantalón azul marino que tanto le gustaba, a pesar de que ya tenía varios hoyos por el uso, unas pequeñas hilachas se desprendían de uno de ellos, su blusa naranja igual de vieja que su pantalón, su piel morena parecía brillar por aquella brisa que nos había recibido, sus ojos grandes color miel no podía creer lo que veían.
-Leila no corras tan rápido- un grito de una mujer se escuchó a lo lejos, era su madre, Keila, al ver que su niña iba directo al mar, salió detrás de ella para alcanzarla, no podía creerlo, a pesar de su altura de un metro sesenta y cinco, Leila parecía correr más rápido que ella; Keila, su piel morena igual que su hija, su cabello negro oscuro, largo por debajo de los hombros; el viaje fue una sorpresa, no alcanzó a cambiarse un vestido azul con puntos blancos que le había regalado para su cumpleaños, lo habíamos visto meses antes en la tienda departamental a un lado de su trabajo, era secretaria en un despacho jurídico, por lo regular pasaba por ella después del trabajo para ir por un helado y charlar un poco del cómo le había ido en su laboriosa labor, ese día me espero detrás de esos aparadores, había muchos vestidos, muy hermosos, pero ese en particular le llamó la atención por encima de los demás; habíamos tenido problemas económicos desde hace tiempo, ahorre lo suficiente para poder costearlo y regalárselo. Sonreía al ir corriendo por su pequeña, era feliz, sus ojos negros parecían brillar, anhelaba volver al mar y tener un poco de paz, yo solo admiraba esa magnífica escena, absuelto de las preocupaciones que me aquejaban en esos momentos, yo no era el hombre más agraciado que se pudiera describir, rasgos toscos en mi rostro, no tan delgado, caucásico, pelo corto castaño y ojos marrón, el graznar de una gaviota desvió mi atención, sobrevolaba hacia el mar, regresé mi mirar hacia mi bella esposa y mi hija, Keila llevaba de la mano a Leila y se habían postrado justo donde las olas terminan, justo antes de mojarse sus zapatos, Keila llevaba puestos unos zapatos de piso totalmente azules y Leila unas deportivas blancas, yo seguía justo al lado de la camioneta, esperando que regresaran, fue una tarde hermosa.
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Darkness: el día que inicio y finalizo todo
FantasyEl planeta tierra por fin había tomado cartas en el asunto sobre la destrucción ocasionada por los humanos, desastres naturales estaban a punto de comenzar, no sin antes mandar un virus mortal, solo pocos podrían sobrevivir ¿A quienes les daría esa...