Prólogo

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Respiré

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Respiré.

En un abrupto y duro movimiento luché para llenar mis pulmones de aire; mis párpados que mantuve cerrados hasta ese momento, se abrieron por acto reflejo. Frente a mí, lo divisé, un anciano de aspecto deshonesto y demacrado me observaba fijamente, escondía sus brazos largos por la espalda, y su voluminoso y canoso bigote ocultaba la mayoría de su sonrisa maquiavélica.

—Te doy la bienvenida a tu nueva vida, Número Diecinueve. —recordé. Su voz me obligó a retroceder, y adentrarme en la pequeña y oscura esquina dónde escondía con temor ese momento—.

Las imágenes aparecieron de forma gradual, regresaban a mi memoria arrastrándome con fuerza a mis últimos momentos como un ser humano, como una adolescente esperanzada por el futuro. El día en que nos raptaron éramos sólo tres jóvenes conduciendo por la autopista, esa noche Lapis y Lázuli se ofrecieron a llevarme de regreso, queríamos volver a casa; pero, en el camino observamos a un anciano varado en la oscuridad, justo en la orilla del camino. Lapis se estacionó a su lado, y lo invitó a subir, le daría un aventón hasta la ciudad.

Él aceptó, se sentó a mi lado, en el asiento trasero. No lo miré, pero sabía que él lo hacía hacia mí, podía sentirlo en cada fibra de mi cuerpo, lo cuál me hizo verlo con recelo. Me petrifiqué en mi lugar cuando observé su enorme sonrisa putrefacta, se relamía repetidamente los labios mientras sus ojos de lunático permanecían mirándome. Me alejé de él con rapidez.

—¡L-Lapis! —no me atreví a apartar la vista de él, no cuando urgó en su abrigo y del mismo, sacó una enorme jeringa; el líquido verdoso que tenía dentro me daba mala espina, es cómo si hubiese planeado esto desde el principio—. ¡Lázuli!

Frenó de golpe. El automóvil giró un par de veces debido a la rapidez con la que avanzábamos. Me sujete como pude del asiento de copiloto en dónde mi mejor amiga se encontraba. Por Kami-sama, tengo miedo, tengo demasiado miedo. ¿Y si no vuelvo a ver a mis abuelos?, ¿jamás podré abrazarlos de nuevo? Mi vida no puede terminar así, ¿qué hice para merecer ser atacada por un demente?

No me percaté de cuando nos detuvimos, hasta que escuché el sonido del cinturón siendo desabrochado, y después la puerta a mi izquierda ser abierta con rapidez. Volteé de inmediato, Lapis sacó a ese anciano a la fuerza, lo arrojó contra la tierra, una pequeña nube de polvo lo cubrió.

—Maldito viejo, asqueroso. —se quitó la chaqueta, iba a golpearlo, lo había visto hacer eso antes—. ¿¡Qué planeabas hacerle a mi amiga!? ¡Dímelo para que pueda matarte!

Mi cuerpo temblaba, aún sentía la adrenalina recorrer cada una de mis venas, era demasiada, no podía controlarla. Como pude, me acerqué sintiendo mi piel más fría de lo usual. Lapis golpeó el rostro del anciano, la sangre brotó a montones pero su expresión no cambió. Sentí mis hombros ser cubiertos, miré a Lázuli colocándome una chaqueta, seguramente de las que su hermano solía llevar de repuesto.

Ambas los miramos nuevamente cuando el tétrico anciano comenzó a reír fuertemente, carcajeaba mientras el azabache se desplomó en el suelo, en su pantorrilla se encontraba aquella jeringa que anteriormente me tuvo como objetivo. Sujeté la mano de Lázuli, esto no podía estar pasando, los gemelos debían estar jugándome una broma, o eso pensé hasta que la rubia tiró de mí, comenzamos a correr por la oscuridad; el aire helado golpeaba nuestro rostro, sentía cómo me cortaba. Escuchaba claramente los pasos veloces de ese hombre venir detrás nuestro.

—¡Corre más rápido!

Era lo único que salía de los labios de mi amiga, ni siquiera puedo recordar la manera en la que pronunció mi nombre, de todas formas, ¿cuál era? El tacto cálido de su mano, abandonó la mía, escuché el sonido de algo caer con fuerza. Me giré a todos lados, buscando alguna señal de Lázuli, pero la oscuridad era tan profundad que me impedía ver siquiera mi nariz.

—¡LÁZULI! —grité, sabiendo que moriría. Estaba tan aterrada que ni siquiera podía llorar—. ¡LAPIS! ¡LÁZULI!

Los vellos de mi nuca se erizaron al sentir una pesada respiración golpeando la zona con insistencia. No me moví, de alguna manera dejé de sentir, pues me tomó por el cuello y aún así no dolió. Seguramente se debía a la aguja que se encontraba clavada en mi brazo.

—Debiste quedarte callada, así tus amigos quizás hubiesen sufrido un poco menos. —finalmente, sentí una húmeda y salada gota resbalar por mi mejilla—. Pero ahora, eres mía, Número Diecinueve.

Todo terminó en ese momento. Lo siguiente que supe fue el aquí y ahora, el anciano que se encontraba frente a mí, no sé que habría hecho conmigo o con Lapis y Lázuli; pero me dejó vivir. No tengo idea de cuánto tiempo ha transcurrido o si en algún momento podré salir de aquí.

—Veo que aún conservas tus sentimientos, eso es interesante.

Limpié la lágrima traicionera que escapó de mi ojo izquierdo. Tenía que calmarme, averiguar dónde estoy y por qué.

—¿Qué me hizo?

Su desagradable sonrisa se ensanchó más, se me acercó y tuve que contener el impulso de alejarme. Dio un pequeño golpe en mi frente con su dedo anular y habló:— ¿No es obvio? Te convertí en una androide muy poderosa. —se giró y caminó hasta la mesa metálica a unos metros detrás suyo, de dónde tomó un pequeño control remoto del cuál destacaba un único botón rojo—. Y, para ello, tuve que modificar tu cuerpo, integrar piezas de alta tecnología y reemplazarlas en lugar de algunos de tus órganos.

Toqué mi pecho con rapidez, ¿dejé de ser humana? Miré las palmas de mis manos, observando unas pequeñas tiras de color rojo, azul y amarillo, estiré la manga de la chaqueta de Lapis que vestía, verificando que recorrían hasta mi codo. ¿Esas cosas eran cables? No me sentía muy diferente a mi antiguo yo, sin embargo, el saber que había cambiado me hacía sentir impotente.

—¿Por qué? —apreté mis puños, pensando en que mis amigos quizás hubiesen sufrido el mismo destino que yo—. ¿Por qué me hizo esto?, ¿por qué me arrebató la oportunidad de ser feliz y vivir una vida normal?

Rio levemente, sus hombros se sacudían mientras lo hacía. Mi cuerpo se sentía caliente, estaba furiosa.

—Mi más grande creación no podía ser nadie más que tú. —dijo, con sus ojos claros mirándome—. Asuka Gero.

Reparando los errores del pasado [Dragon Ball]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora