Capítulo cincuenta

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Aquí celebrando mi cumple escribiendo porno (?). Estoy mal de la cabeza loco.

—Tengo un durísimo problema contigo, Tailler.

—No tardaré en resolverlo, querido jefe Narciso.

Le observé mientras hincaba mis rodillas en el suelo. Él se mordió el labio inferior, totalmente extasiado con mi descenso de altura.

Sus manos sujetaban con fuerza el borde del escritorio, como si temiera que fuera a caer como sus pantalones, ahora a la altura de sus tobillos.

Mi rostro estaba justo frente a su durísimo miembro, oculto bajo aquellos ajustados bóxers grises que no dejaban prácticamente nada a la imaginación.

Su larga envergadura provocaba que el glande se encontrara atrapado entre el elástico de su ropa interior y su piel, tan tersa, tan musculada, tan exquisitamente atractiva.

Mi cuerpo entero era receptivo a cualquier movimiento, fuera contracción involuntaria o algo premeditado, que hiciera Narciso, mi jefe, mi ex amante y ahora... El hombre frente al que me había arrodillado.

Yo todavía iba vestida. Llevaba mis wideleg tan abrochados como al principio, así como mi camisa, con los únicos dos botones del escote que yo misma había decidido dejar sueltos aquella mañana. Ni siquiera se me veía el sujetador, ni un solo centímetro más de piel de lo habitual.

Narciso no estaba excitado por ver mi cuerpo, ni mi pecho, ni mi trasero, ni mi estrecha cintura que marcaba mi forma de reloj de arena. Él solo había disfrutado de mis labios, de mí, de mi sabor.

Coloqué una mano sobre su miembro y lo apreté contra mi palma, con la mirada fija en la suya, llena de deseo.

—Sácala —exigió.

Sonreí, totalmente quieta, sin siquiera ejercer un poco más de presión, torturándole con mi negación.

Soltó el borde de la mesa para hundir los dedos de una sola mano en mi cabello, antes de formar un puño, pudiendo controlarme como una marioneta mientras me sujetaba los mechones castaños con cierta violencia innegablemente atractiva.

—Que la saques —repitió, en un tono solemne, con la voz ronca y profunda.

Su mirada se veía oscura mientras atravesaba la mía, demandante y autoritaria.

—¿No te has masturbado en años, Narciso? Porque pareces realmente desesperado.

Tiró de mi cabello para que levantara la cabeza hacia él.

No podía dejar de observarle desde abajo, apreciando la marcada línea de su mandíbula, sus labios entreabiertos, húmedos e hinchados y sus pupilas dilatadas de tal forma que sus iris eran solo una aureola castaña en la oscuridad de su mirada.

Era tan sexy.

—¿Te crees que he descubierto mi asexualidad después de haberme acostado con medio París o que, de repente, soy un puritano?

—Creo que ni tú ni nadie ha podido darte el placer que voy a darte yo, Nar.

Se mordió el labio inferior, gozando cada una de mis palabras.

Su mano soltó ligeramente el agarre en mi cabello, como si hubiera bajado la guardia y el tener el control ya no fuera su máxima prioridad.

No tuvo que pedírmelo de nuevo, pues, con un solo movimiento, bajé sus bóxers a la altura de sus tobillos, sin dudarlo ni un segundo.

Su miembro erecto, grande y palpitante, quedó entonces a la altura de mi rostro, casi rozando mi mejilla con su húmedo glande demandante.

—Oh, joder —gruñó, observando la grotesca escena.

Me humedecí los labios ante su atenta mirada y, tras llevar una mano directa hacia su larga envergadura, me metí aquella bestial arma de fuego en la boca, asegurándome de que él sintiera placer desde el primer segundo.

Soltó mi cabello por completo para volver a sujetarse en el borde de la mesa, mientras que yo saboreaba la punta de su gran miembro, que ni siquiera recordaba.

El sexo con Narciso había sido espectacular, pero no estaba segura de si había sido todo gracias a él, porque Guste también había participado.

Mi jefe hizo un movimiento de cadera para profundizar la penetración en mi boca y yo, sin emitir ni un solo sonido, acepté gustosa todo lo que me ofreció.

Con mi mano libre empecé a acariciar sus muslos hasta llegar a sus hinchados testículos, que, con un solo roce, ya le hicieron estremecer.

—Ninguna como tú, Tailler.

Echó la pelvis de nuevo hacia atrás y yo saqué su pene de entre mis labios para poder tomar aire.

—Ninguna como yo, Laboureche.

Seguí masturbándole incluso cuando mi lengua recorrió los dieciocho centímetros de su arma de placer.

Maldijo en voz baja, echando la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados, con las rodillas temblorosas y la piel totalmente erizada.

Era el efecto que causaba en él. Todo su cuerpo estaba receptivo a mis caricias e, hiciera lo que hiciese, parecía disfrutarlo tanto como parecía haber soñado.

—Hasta el fondo —suplicó, cuando volví a besar su húmeda punta.

Sus deseos eran órdenes para mí, porque su estúpido tono de súplica no se adecuaba a mi idea de sexo con Narciso Laboureche.

Coloqué ambas manos sobre sus muslos y, sin pensarlo dos veces, metí todo su miembro en mi boca, hasta que sentí el glande acariciar mi garganta, sacándole un gruñido tan erótico que pude sentir la humedad entre mis piernas.

Yo también le deseaba a él.

Clavé mis uñas en su piel mientras él iniciaba una cuenta atrás, hasta que sacó su miembro de mi boca y, como si de un objeto se tratara, lo usó para golpearme en la mejilla, como si me castigara por algo.

—Quiero follarte, Agathe —dijo, escupiendo las palabras, observándome desde arriba con el rostro sombreado por su propio cabello.

Mordí mi labio inferior, apartando mis uñas de su delicada piel.

Me tomó de la barbilla con su mano libre y, como si de su marioneta se tratara, me obligó a levantarme, tirando de mí con cierta fuerza.

No dudé en hacerlo, totalmente absorta por su mirada de lujuria.

—Quiero poseerte como nunca nadie ha hecho.

—¿Crees que puedes tratarme como tu puto juguete sexual, Narciso? —murmuré, aunque la idea me parecía tan atractiva a mí como a mi húmeda entrepierna.

—Sí —dijo, soltando mi barbilla con cierta violencia, girándome la cara hacia la derecha.

Aprovechó ese momento para lamer mi cuello, desde mi camisa hasta mi mejilla, cerca de la comisura de mis labios.

—Eres un estúpido engreído, Narciso.

Entonces él, tan dueño de la situación como sabía que era, sonrió.

—Vas a permitir que este estúpido engreído te haga el amor, zorra psicótica.

Querido Jefe Narciso +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora