CAPÍTULO 1

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Puedo retroceder y parar el tiempo, pero a pesar de ello, sigo sin terminar de acostumbrarme. Hoy es viernes y ya estoy en la última hora, es en estos momentos –en las clases del señor Gárrison –  es cuando me lamento por no poder acelerar el tiempo.

Todo empezó cuando tenía diez años, estaba en el recreo –sola como siempre –cuando vi que varios niños pegaban a una niña para quitarle su comida, me puse muy furiosa, quería que pararan, cerré los puños con fuerza y de un momento a otro nada se movía, ni siquiera notaba la brisa que antes me golpeaba el pelo.

Por un momento me quedé petrificada, luego empecé a dar vueltas como una loca por el recreo mientras me reía. Me puse al lado del abusón, que se había quedado con la mano en el aire apunto de coger la merienda de la niña.

Me acerqué al arenero, donde algunos niños hacían castillos, sabía que no me oían, pero igualmente les pedí prestada una pala, pala con la que cogí una caca de perro que había por ahí cerca y se la puse en la mano al chico.

Pasé mis brazos por debajo de las axilas de la niña y la arrastré –literalmente- hasta el baño. No sé cómo lo hice, lo único que sé es que cuando la chica volvió a moverse por sí sola me tiró el sándwich a la cara y me suplicó que no la hiciera más daño. La abracé llorando también y le dije que ahora estaba a salvo.

- ¿Cómo he llegado…? – se le murió la palabra en los labios, y entre lágrimas me dio las gracias mientras me volvía a abrazar con fuerza

- ¿Cómo te llamas? – dije

- Raily, me llamo Raily ¿Y tú?

ANDRÓMEDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora