Narrador
La mujer árabe miró al hombre posicionado a su lado una vez que el rubio cerró la puerta y con tan solo una mirada avanzaron hacia la salida del despacho
Zulema mientras subía las escaleras hacia el cuarto piso maquinaba su venganza contra el director de su instituto que por casualidad del destino había entrado en la mafia de la que ella era una especie de jefa
- Buenos días - Habló Hambal captando la atención de dos hombres, incluido Hierro, y una mujer - Como ya sabéis soy Hambal Hamadi y esta mujer es Zulema Zahir, mi mano derecha para todo
Todos miraban con atención tanto a Hambal como ha Zulema que después de un discurso se Hambal se decidió a abrir la boca
- Tened claro que esto no es un juego - Habló por primera vez la pelinegra - Si vais a involucraros en esto tiene que ser al cien por cien. Por mi parte no voy a tolerar ningún tipo de debilidad, esto es la mafia, si creéis que no sois capaces de coger un arma y reventarle la cabeza a tiros a otra persona tenéis la puerta ahí
Tras el nada motivador discurso de la pelinegra todas las personas allí presentes asintieron firmes, casi parecían robots. Zulema miró fijamente a los ojos de Hierro y este parecía sereno, como si ya hubiera escuchado eso mil veces
- Muy bien pues hasta aquí hemos llegado chicos, si sois tan amables acompañadme a la segunda planta que es dónde os reunireis con vuestros compañeros - Habló Hambal
- No - Le interrumpió Zulema causando un silencio sepulcral - No me fío de esta gente Hambal, quiero llevarlos a la quinta planta
La quinta planta era una planta casi secreta, allí probaban a la gente nueva haciéndoles pruebas macabras. Era la única planta en la que se permitía tener un arma pero estaba tan bien escondida que nadie la encontraría jamás
Hambal asintió y le cedió todo el poder a Zulema la cual los subió a todos a la quinta planta. En el ascensor esa planta no constaba y tuvieron que subir por las escaleras
- Ahora vamos a ver si realmente sois tan capaces de hacer lo que os pedimos - Habló la mujer pelinegra
Justo al entrar en aquella sala, Zulema atravesó una puerta escondida entre una decoración con plantas y llamó a la mujer para probarla primero
- Coge el arma - Dijo Zulema con la pistola ya en la mano
La mujer hizo lo indicado y sin saber muy bien qué hacer le quitó el seguro
Zahir avanzó unos cuantos pasos y tiró de una sábana que colgaba a la mitad de aquella pequeña sala. Justo cuando cayó al suelo la inexperta mujer que tenía el arma en sus manos se encontró con tres personas, atadas tanto de manos como de pies y con una cinta en la boca
Hambal tenía asuntos, esa es toda la explicación que se puede dar sobre por qué había allí tres personas torturadas
- Dispara a uno, el que tú quieras - Dijo la pelinegra
A la otra mujer le tembló el pulso al instante, levantó con mucho pesar el arma pero no fué capaz de hacerlo
- No puedo - Dijo la otra mujer temblorosa
La realidad es que la pistola que tenía en sus manos no era más que una simple pistola de fogueo incapaz de matar ni a una mosca pero la mujer menor no tenía que saberlo. Zulema se acercó a la mujer más pequeña a paso decidido y la empujó hacia la puerta sutilmente
- Estás fuera de esto, si cuentas lo más mínimo de nosotros tú y tu familia estáis muertos - Dijo Zulema antes de abrir la puerta y dejar pasar a la llorosa mujer aunque esta se resistió
- Espera - Pidió la mujer menor - Te juro que puedo hacerlo, dame otra oportunidad
- He dicho que esto no es un puto juego, no podemos esperar a que te decidas si matar o no, tienes que hacerlo - Contestó la morena empujando fuera a la mujer y saliendo ella detrás
- Tú, pasa - Dijo Zulema mirando a un hombre moreno y alto con tatuajes por todo el brazo
El chico avanzó de la misma manera que la mujer y llegaron a la sala con los tres hombres
- Dispara a uno, el que tú quieras - Dijo Zahir convencida de que ese hombre sería capaz
- Yo soy estafador, no asesino - Explicó el hombre sin aceptar la pistola que la mujer le ofrecía
Zulema desesperada se tocó el puente de la nariz y agradeció a los dioses que la pistola fuera de fogueo porque si no le habría matado allí mismo
- Estás en una puta mafia, antes o después vas a tener que disparar - Contestó la árabe ofreciéndole de nuevo la pistola
- Te digo que no disparo, yo solo estafo y consigo dinero - Volvió a decir el hombre
La árabe no entendía de donde coño había sacado Hambal gente tan inepta e incompetente
- Muy bien, acompañame a la puerta - Pidió la mujer al hombre que aceptó sin rechistar - Estás fuera de esto, si cuentas lo más mínimo de nosotros tú y tu familia estáis muertos - Repitió Zulema
Salió por segunda vez de la sala y miró al rubio haciendo una señal con la cabeza para que pasara
- Nos volvemos a encontrar - Dijo Hierro tras Zulema
- Déjate de gilipolleces, aquí mando yo - Respondió Zahir entregándole la pistola - Dispara a uno, el que tú quieras
Zulema no pensó ni en mil años que ese hombre fuera capaz, como decía el dicho, perro ladrador nunca muerde
El rubio levantó el arma y sin pestañear apretó el gatillo haciendo que un disparo sonara pero ninguna bala saliera
Zulema se quedó casi paralizada al ver la rapidez y la soltura con lo que lo hizo, casi pensó que podía ser tan bueno como ella o como Hambal
- ¿Una pistola de fogueo? Esa es buena profesora - Dijo el director mirando el arma con detenimiento
- Esto es sólo una prueba, por eso la pistola es de fogueo - Dijo Zahir quitándosela de las manos - Estás dentro de esto, acompañame arriba y te diremos que hacer
Hierro asintió y antes de salir por la puerta decidió decir algo que no le gustó ni un pelo a Zahir
- Aquí mandas tú, pero que no se te olvide que en la universidad mando yo
La árabe se giró sobre sus talones despacio y le dedicó una mirada asesina al director
- No olvides que en la universidad no me puedes matar, yo aquí a tí si - Contestó Zulema
Ambos salieron pisando fuerte de esa sala para bajar a la segunda planta donde ya todos los integrantes de la banda les esperaban
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Hasta aquí este capítulo
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Toxicidad
FanfictionZulema Zahir, una profesora que da clase de árabe en la universidad a la que le cambiará la vida cuando Antonio Hierro, el nuevo director del centro en el que ella trabaja, llega allí pisando fuerte