Manos Extraviadas

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Los quejidos de dolor  cesaron cuando bajé del caballo, el camino irregular lleno de rocas por el que habíamos venido había quedado atrás ya. Acomodaba sobre el suelo algunas de las cosas que tenía pensado usar en él, mientras lo miraba con indiferencia él seguía sin reconocer aún el lugar donde lo había traído. Solo por eso me encargaría de que sus ojos no contemplaran otro amanecer.

Miraba confundido hacia todas partes, sin percatarse de la sangre seca sobre la cual estaba arrodillado con las manos atadas. Sangre que él mismo había derramado días atrás, sin pensárselo dos veces. Yo tampoco lo haría. Me había adentrado lo suficiente al bosque consciente de que nadie podría detener lo que llevaba días perfeccionando en mi cabeza, justo como Caleb lo había hecho. Llevaría a cabo lo que mis instintos más primarios me habían dictado, –y que había tratado de ignorar–, cuando con su voz afectada por varias cervezas, narraba entre risas como había matado y mutilado posteriormente, al mendigo que siempre rondaba la cantina en busca de algún corazón noble o mirada apenada, le pagara una cerveza.

—No pretendo averiguar el por qué de tus actos, solo seré tu verdugo y lo que tus ojos vean por última vez.— le digo acercándome una vez hube terminado la pequeña fogata, dejando entre las débiles llamas el bate de aluminio con una obscena cantidad de puntillas incrustadas en el, además de unas gotas de sangre seca.— Sabes, nunca había cruzado más de tres palabras con ese pobre diablo hasta unos días antes que tú lo mataras. Parecía ser del tipo que tiene muchas historias por contar, y a mí me gustan las historias, pero por tu culpa ahora me tengo que conformar con historias de borrachos y putas baratas. Aunque claro, me diste la razón perfecta para dejar ir parte de mi ira en ti.— comienzo a despojarlo de los harapos que cubrían su piel, mientras tarareaba la canción que me habia acompañado gran parte de mi infancia, desde los labios de mi madre. —No me mires así, tú le hiciste daño en este lugar, yo debo hacerte daño aquí también. Solo así podrás redimirte.— sonrío amablemente dejando un corto beso sobre su frente sudada.

Este me mira con horror al percatarse que como doblaba perfectamente su ropa a un lado del árbol dónde había desmembrado al mendigo, no entendía el por qué de su mirada, me gusta ser organizado. —No te preocupes, prometo ser gentil.—

—P-por fa-v-vor, déjame ir. Mi familia debe estar preocupada.—

—No te preocupes por tu familia, ellos estarán mejor sin ti. Ahora abre la boca, no es necesario que gastes energías hablando.— lágrimas rebeldes recorrían su rostro sin control alguno al ver un cuchillo en mi mano, intentó negarse a abrir la boca adivinando las intenciones ocultas detrás de la mirada amable que me caracterizaba, aún así fui capaz de tomar su lengua entre forcejeos y cortarla escuchando su grito.— ¿Ves? Mucho mejor.

Entre lágrimas y gritos ahogados intenta huir cuando me ve tomar el bate de aluminio con unos guantes y acercarme a él. Intento no reírme ante su patético intento de huida, solo encaje de un solo golpe el bate en cada uno de sus tobillos, logrando que algunas puntillas tocaran el hueso.— Eso es por intentar huir.— sonreí dulcemente golpeando sus piernas con rabia. Bastaron unos pocos golpes para que su sangre formara un pequeño charco cerca de mis pies.— Ey ey, no te duermas aún, falta la parte divertida.— digo confundido al notar que sus ojos se cerraban por momentos.

Lo arrastro hasta el pie del árbol antes de que caiga desmayado, dejando un camino de sangre. Sin perder tiempo tomo los brazaletes de hierro que yo mismo había perfeccionado a mi gusto. Los dejé en cada muñeca, aún sin cerrar del todo, quería que las cuatro puntas de hierro afiladas hacia dentro abrieran su piel a la misma vez. Ahogó un grito al sentirlas mientras lágrimas y gotas de sudor por igual recorrían su rostro. Trataba de tranquilizarlo pero parecía ser en vano.

Aburrido de sus quejidos lo dejé en el suelo con su espalda desnuda para mí y el hacha que siempre me acompañaba. No demore mucho en encajar la hoja afilada en su piel. El movimiento de su cuerpo causó que su mano izquierda terminara casi desprendida de su cuerpo, había ejercido mayor presión en esa mano sin darme cuenta al parecer. Mi pie acabó pisando su mano, la cual terminó desprendida completamente de su brazo.

—No sabía que eras de los que se desprendían de las cosas tan fácilmente.— dije en tono jocoso esperando una risa de su parte.

Volví a atravesar la piel de su espalda, quizás perfore un pulmón. Caleb murió ahogado en su propia sangre minutos después. Una lastima, quería que sintiera como lo abría, empalaba y luego cocía su piel. Cómo si de un muñeco de trapo se tratase.

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⏰ Última actualización: Oct 30, 2021 ⏰

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