Día 4: Exes to lovers

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Si tuviera que echar la vista atrás, Osamu Miya solo se arrepentía de una cosa

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Si tuviera que echar la vista atrás, Osamu Miya solo se arrepentía de una cosa. No, no lamentaba haberse intercambio con su hermano en las clases para luego ser descubiertos por sus profesores al ver que el supuesto 'Tsumu estaba menos aplicado en los estudios que de normal y que 'Samu, por su parte, hubiese mejorado de la noche a la mañana. No, no lamentaba no haber entrenado más para conseguir así vencer al Karasuno en su primer partido de los nacionales, a pesar de que aquello implicó tener que despedirse de sus compañeros de tercero y tener que aguardar por la revancha. No, no lamentaba haber dejado de lado el camino del voleibol, dañando en el proceso el corazón de su hermano, dedicándose entonces a aquello que más le gustaba, un pequeño negocio que le hacía sentirse en paz consigo mismo.

De lo que Osamu sí se arrepentía, era de no haber sido capaz de hacer que Suna no se fuese de su lado.

Los dos chicos habían comenzado a salir en su segundo año de instituto, tras haber visto cómo sus mayores se graduaban. Fue en esos momentos cuando el Miya menor se había dado cuenta de que no quería que, al próximo año, tuviese que separarse del castaño, con el corazón en un puño y una maraña de sentimientos opacados, sin poder besarle para celebrar que lo habían conseguido, sin poder sostener su mano mientras se despedían de sus amigos. Entonces, y siguiendo los pasos de su hermano, quien no tardó ni dos segundos en declararse a su antiguo capitán con ojos llorosos y mejillas sonrojadas, le confesó a Rintarō lo mucho que le gustaba y lo feliz que le hacía sentir. Este le había observado en silencio, dejándole hablar. Finalmente, cuando el teñido terminó de balbucear frases apenas coherentes, Suna se rio y, antes de que el otro pudiese protestar, le tiró del cuello hacia abajo y besó sus labios con devoción.

Tras aquello, su relación fue viento en popa. Bien, vale, tenían algunos problemas de comunicación, pero sabían manejarse. Suna pasaba gran parte del tiempo en casa de los gemelos, dormitando en el regazo de Osamu o grabando las peleas de los dos chicos. Su vínculo con Kita también se había fortalecido, ya que ambos solían verse a menudo por tener como pareja a los cabezahueca de los Miya. A Sunarin siempre le había intimidado el mayor, le veía demasiado perfecto, apenas tenía defectos —el único a destacar era su mal gusto para enamorarse—, pero aquellas pequeñas charlas le habían ayudado a descubrir la realidad y, por ende, a dejar de ver a Shinsuke como un robot y más como un humano algo estricto y responsable, pero muy leal con sus amigos.

Las cosas habían comenzado a torcerse tras graduarse, cuando descubrieron que su relación iba a evolucionar a una a distancia a causa de los futuros estudios de ambos. Suna le había apoyado desde el primer momento en el que le había mencionado el tema, más cuando el hermano de su novio también se había enterado y, a diferencia de él, no se lo había tomado bien. Se vieron por última vez en casa del castaño, donde ambos jóvenes se fundieron en uno solo con la intención de que aquel acto de amor les ayudase a mantenerse firmes a pesar de la diferencia de kilómetros que más adelante les oprimiría. Y, por un tiempo, funcionó, mas los problemas de comunicación se agravaron por la distancia y, a los pocos meses, Rintarō dejó de responderle las llamadas.

Sunaosa week (2021)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora