Capítulo 2 Huele a traición

25 5 2
                                    

Huele a traición

Los vidrios comenzaban a desempañarse con el tibio sol de invierno, cuando Lucy llevó el desayuno a Serena. Había además un mensaje de sus padres: en media hora debía estar en la sala. El tono susurrado de Lucy le hizo doler el estómago. Recordó lo sucedido el día anterior y supuso que la conversación pendiente se había adelantado, sólo le extrañó que no la hubiesen despertado para ir a clases. Imaginaba que el episodio también tendría consecuencias en casa, no podía hacerse la tonta. Era cierto, había perdido los estribos frente a los profesores dejando fluir una energía imparable que no podía definir. Lo único que tenía claro era que cada vez toleraba menos las injusticias.

Miró la foto colgada en la pared frontal y de pronto le pareció que no conocía a su familia. La sonrisa de mamá era una especie de mueca; papá parecía muerto a no ser por un brillo extraño en la mirada. Su hermano y ella sobresalían en una especie de realidad. Pensó que si se acercara a tocar la imagen, los dedos rozarían la tela suave de ambos. Estaban todos vestidos en el mismo tono azulado, sugerido por la madre. Recordaba el día de la fotografía que, originalmente había sido tomada para servir de modelo a un cuadro que jamás se terminó o - de pronto una imagen apareció con claridad- ¡sí! la artista realizó cambios en el modelo y aquel resultado no gustó a sus padres. Nicolás aparecía sin cabeza y Clara tenía una ventana en el corazón a través de la que se veía una chica solitaria. La foto había permanecido, la pintura figuraba en el subterráneo como un recordatorio de lo "mal que la libertad hace a la gente'', según su padre. Esa fue la primera vez que se percibió como alguien diferente, no sabía cómo, pero esa era la palabra, diferente. ¿Puede uno vivir diecisiete años con su familia y no conocerlos? Sus padres y el mismo colegio hablaban de lo importante de investigar y no juzgar sin motivo y ante cualquier estupidez, ¡zaz, vamos cambiando las reglas! Era la ley del embudo, lo ancho para ti, lo angosto para mi.

No pudo dar más que un bocado a la tostada y dejó el desayuno sobre la mesita que usaba para hacer las tareas. Se vistió con jeans muy oscuros, sweater rojo, botas cortas y bajó al primer piso intentando mantener la calma. El gato bicolor de su hermano pequeño se cruzó por su camino en el último escalón de la escalera y estuvo a punto de tumbarla, pero logró afirmarse de la baranda y el susto fue excusa para disfrazar su turbación.

—¡Ay, Mici! ¡Casi me botas! Buenos días—dijo, besando primero a su madre y luego a su padre que se mantuvo inmóvil.

—Siéntate, Serena— ordenó Clara y fue a detenerse frente al ventanal dándole la espalda a su hija. —- ¿Lo dices tú o yo, Nicolás?— preguntó y el padre siguió sin mover un músculo.

Sentado en su sitial Windsor, pálido y ataviado con un traje azul marino formal, parecía una estatua de la segunda guerra mundial. A Serena le dieron ganas de reír, pero se contuvo.

— ¿Me pueden explicar qué pasa ahora?— preguntó, intentando dominar la situación, aun cuando uno de sus párpados comenzaba a evidenciar un pequeño latido.

—Somos nosotros quienes debemos pedir explicaciones—respondió Clara volviéndose hacia ella.—Te ahorraré tiempo, hija. Te expulsaron del colegio por vandalismo...

—¡Qué!...¿por qué ? Fue a mi a quien perjudicaron, a mi a quien le pusieron una trampa, a mi a la que me humillaron...yo no he hecho nada...— exclamó Serena.

—No te esfuerces, no vale la pena. Lo sabemos todo. ¿Creías que era una actitud muy inteligente llevar a tu amigo a romper vidrios? Sólo que olvidaste un detalle: las cámaras los grabaron. Cuando nos llamó el director, hice el ridículo diciendo que él estaba equivocado, que MI hija jamás se comportaría así. Me ofreció el vídeo, no me quedó otra cosa que aceptarlo. ¡No entiendo qué te pasa! ¿No te hemos dado todo lo que necesitas? ¿Por qué nos haces esto? ¡Tienes más que muchos jóvenes en el mundo y te has vuelto irracional! — le enrostró Nicolás, poniéndose de pie frente al sillón en que ella se encontraba. — No te educamos para ser una bárbara, pero te comportas como tal desde hace un tiempo. Nos has desilusionado otra vez — lo dijo bajando los brazos, un poco de derrota para su actuación, pensó ella —,no te bastó con ser cómplice del robo de pruebas hace unos meses, la escapada de clases con el vago ese con el que sales, ahora, además de ser una delincuente, has involucrado a Jaime. Creo que es tiempo de tomar medidas más drásticas para tu educación.

Serena no alzó los ojos esta vez. Sabía que era la mejor forma de mantenerlo semi controlado. Para Nicolás, la jerarquía era fundamental en las relaciones familiares.

— Así es. Tu padre y yo hemos decidido enviarte al Instituto Experimental para la Corrección del Carácter de la Doctora Wanda Horthman—dijo Clara intentando que su voz sonara firme. Serena lanzó un grito.

— ¡No! ¡A esa escuela va gente de la peor clase! ¡Todos los expulsados llegan ahí! ¡Además es un internado! ¡Para deshacerse de mi eligieron una cárcel! ¡No pienso ir!—dijo levantándose de un salto para tratar escapar de la sala. Clara la tomó por el brazo impidiéndole cualquier movimiento y con firmeza la envió de vuelta a su asiento.

— Serena, no sé si escuchaste la parte en que dije que te habían expulsado—agregó mirándola fijamente a los ojos —, por eso te vas al instituto y ni pienses hacer alguna estupidez. Ya hablamos con Wanda y nos espera mañana.

Tras media hora más de recomendaciones, Serena logró subir a su habitación conteniendo las lágrimas.

Abrió la puerta y sus manos recibieron un golpe de estática del pomo. Estaba tan enojada. Sus padres podían seguir viviendo en el siglo de la represión, pero que todavía hubiese un lugar donde se internaran a los chicos por mal comportamiento, era una broma. No podía creer que, por culpa de Theresa, iba a dejar todo atrás: sus compañeros, sus mejores amigos y Carlo, el chico que había provocado los celos de su enemiga. En un arranque de ansiedad, trató de comunicarse con él. Necesitaba verlo, decirle que lo quería, que no iba a olvidarlo y que, así tuviera que cruzar el mundo entero, volvería para intentar una relación. Su teléfono estaba apagado y no estaba activo en ninguna red social.

Llamó entonces a dos de sus mejores amigas: la primera no respondió y Malú, la segunda, le confesó que, después del capítulo del brazalete, nadie valoraba ya su amistad.

—¡Pero sabes que yo no fui! Además, todos somos lo suficientemente grandes para pensar por nuestra cuenta. Me imagino que no creerás en toda esa mierda inventada por Theresa...¿o si?

—Lo lamento, Serena, mamá tampoco ve con buenos ojos que seamos amigas. Tú sabes, dime con quién andas y ...

Malú siguió dando cátedra de las familias, el comportamiento ideal y Serena comenzó a mirar por la ventana, perdiéndose en la imagen de un beso que no alcanzaría los labios de Carlo, en la llegada a un lugar desconocido, en gente tan diferente a ella que le provocaba escalofríos de sólo pensarlo. Dejó caer el teléfono y en algún minuto que no registró, al otro lado de la línea sonó un ¡Aló! ¡Aló! y luego el ruido que hace el teléfono al final de la comunicación.

Despertó a media tarde con los ojos hinchados, sin recordar en qué momento se había metido a la cama. Tampoco tenía una idea clara de cuándo entró Lucy a dejar un par de sandwiches sobre la mesa de noche. Se sentía mojada por dentro, le dolía el pecho y no sabía qué hacer para liberar ese nudo interno. La luz se iba poco a poco y no pudo calcular qué hora era exactamente, lo que le produjo más tristeza. Encendió una lámpara y se puso a observar cada detalle de su habitación, como si nunca más fuera a verla. Los tonos pastel de las paredes, la cama grande y cómoda, el escritorio con la computadora en los mismos tonos del ratón y de los cuadros de flores, el estante con decenas de libros, su guitarra. Debía recordar todo lo que iba a permanecer en el pasado a contar del día siguiente. Se levantó sintiendo la mullida alfombra bajo sus pies y tomó un álbum de fotos de la repisa, de aquellos que alguna vez habían guardado sus padres para ella. Ahí encontró las imágenes de sus compañeros de curso riendo, compartiendo, inventando juegos. La vida era más fácil cuando se es pequeño, sin duda; los amigos son más sinceros, pensó. Esa noche no hubo llamadas para ella.



PD: Si te gustó, considera seguir con el próximo capítulo y si te gustó tanto, considera regalarme una estrellas. Aunque no lo hagas, gracias por leer ;)

Hijos de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora