Dos días antes de ir a palacio, en la mansión de los Lumbreu, se presentó cierta carta.
—Señorita, siento interrumpir su hora del té —dijo el mayordomo tras llamar a la puerta y entrar.
—No pasa nada, Alfred. Dime, ¿qué ocurre?
Alfred era el mayordomo de la casa Lumbreu, encargado de dirigir a los demás sirvientes, y el más cercano a Cyel. Había servido a su familia desde antes de que la peliazul naciera, y había cuidado y jugado con ella cuando era pequeña. Prácticamente, era su sirviente más fiel, leal, y confiable.
—Ha llegado una carta urgente para usted —le dijo entregándole el sobre.
Ella lo tomó y lo abrió para ver su contenido. Por su expresión, Alfred pudo deducir que no se trataba de una noticia agradable para su señorita.
—Alfred, siento tener que pedirte esto, pero, ¿puedes darle el salario a todos los sirvientes y decirles que regresen a sus hogares? Págales todo el mes, por favor.
—Señorita, no me diga que se tiene que volver a marchar —contestó el mayordomo, sorprendido por la petición.
—Así va a ser, y no sé cuánto tardaré en volver esta vez.
—Está bien —contestó tras un momento de silencio el mayor—. Si así lo quiere mi señorita, entonces le comunicaré su decisión a los demás sirvientes.
Dicho eso, el mayordomo salió de la habitación y dejó a la de ojos azules sola de nuevo.
En la hora de la cena, Cyel bajó al comedor, pero notó un ambiente bastante tenso durante la comida. Sentía las miradas de las criadas, y podía escuchar que murmuraban entre ellas. Intentó no prestar demasiada atención, así que solo terminó su cena rápidamente y se fue, pero cuando se encontraba por la mitad de la escalera, la detuvieron.
—¡Duquesa! —llamó una de las criadas—. ¿De verdad tenemos que marcharnos? A mí no me importaría esperar por su regreso.
—¡A mí tampoco, mi señora! —añadió otra—. Prometí servir siempre a la casa Lumbreu.
A ellas se sumaron bastantes más sirvientes de la casa. Muchos de ellos habían estado trabajando allí desde hacía ya bastantes años, y todos tenían en gran estima a la familia Lumbreu, por lo que era comprensible que no quisieran irse.
—Procuraremos mantener la mansión limpia y segura hasta su regreso.
Cyel sonrió ante las palabras de todos.
—Muchas gracias a todos por vuestra dedicación hacia mí. Me hace muy feliz pensar que tengo sirvientes tan leales. Agradezco de todo corazón vuestro trabajo hasta ahora, y a mí también me gustaría que os quedaseis, pero me temo que no sé cuándo podré volver, y no quiero que estéis anclados a esta casa sin señor. Prefiero que volváis a vuestros hogares, paséis tiempo con vuestras familias y os divirtáis un poco. Espero vuestra comprensión.
Los criados se quedaron en silencio por un minuto, pero entonces, la primera sirvienta que habló dio un paso adelante e hizo una reverencia.
—Ha sido un honor estar bajo su servicio, duquesa.
—Ha sido un placer, nuestra señora —dijeron todos los demás al mismo tiempo mientras se inclinaban también.
—Por favor, no dude en contactarnos cuando vuelva al imperio. Regresaremos a la mansión lo antes posible —ante sus palabras, el resto asintió.
—Muchas gracias, Lucille, y todos. Ya es tarde, así que, al menos que ya tengáis todo preparado para marcharos ahora, pasad la noche aquí y sentiros libre de iros cuando queráis durante el día de mañana. Si necesitáis un carruaje, no dudéis en decírmelo, lo prepararé para vosotros.
A la mañana siguiente, después del desayuno, los sirvientes se fueron retirando uno por uno a lo largo del día, todos dedicándole unas palabras y una reverencia a su señora antes de salir de la propiedad. Llegado el atardecer, ya todos se habían marchado. Cyel se encontraba en la entrada de la casa, con Alfred a su lado.
—Señorita, supongo que ya es momento de retirarme yo también —dijo el mayordomo tomando una maleta del suelo.
—¡Alfred, ¿cuándo preparaste tu equipaje?!
—Supuse que si la señorita les pidió a todos retirarse, yo no sería la excepción, así que preparé mis cosas de antemano.
—Dios... Tú siempre un paso por delante, ¿no? Ni siquiera creo haberte visto tomarte un respiro hoy, organizando todos los carruajes y acompañando a los sirvientes a la salida.
El mayordomo rio.
—Por favor, señorita, cuídese mucho, y tenga en cuenta las palabras de Lucille y los demás. Estaremos a su disposición por toda nuestra vida, así que llámenos a su regreso.
—Gracias, Alfred —respondió la chica abrazando al mayor, quien correspondió.
—Que tenga una buena noche, mi señorita —dijo Alfred tras separarse, tomar su sombrero y hacer una reverencia. Luego, se acercó un poco a la peliazul para susurrarle algo y guiñarle un ojo—. La cena ya está lista, así que cómasela antes de que se enfríe.
Entonces se alejó por el camino que había bajo la escalinata de piedra blanca hasta llegar a un carruaje y entrar en este. Cyel vio que desde la ventana del vehículo, Alfred le dedicaba una sonrisa y un movimiento de mano como despedida. Después de contemplar por unos minutos cómo se alejaba el vehículo, la chica volvió a entrar en su mansión y cerró las puertas.
—Será mejor que vaya preparándome para visitar a su majestad mañana.
Los sirvientes de los protagonistas en estos manhwas siempre son tan geniales... Me es imposible no cogerles cariño.
Y bueno, ¿cuál podría ser el contenido de la carta? ¿Y a dónde se dirige Cyel... Otra vez? Tal vez lo descubramos en el siguiente capítulo.
¡Buen día/tarde/noche!
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Miss You ||| Princesa Encantadora
Fanfiction🇲 🇮 🇸 🇸 🇾 🇴 🇺 Pasaron muchos años desde la amarga despedida que tuvieron Cyel y Claude. Después de tanto tiempo y sin tener idea alguna, el emperador había pensado que fue su culpa que la chica se marchara. Si alguna vez la volvía a ver, se...