IV - Culpa

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Ya había pasado casi un mes desde que Cyel se marchó del imperio. No se celebraron banquetes en el palacio imperial durante ese tiempo, y la duquesa tampoco solía atender muy a menudo las fiestas del té organizadas por otras damas nobles, así que su desaparición tampoco fue demasiado notable. Aquellos que estaban al tanto fueron comunicados por los sirvientes de la casa que su señora estaría fuera por bastante tiempo debido a asuntos personales, y se les pidió que no corrieran rumores ni hicieran ningún escándalo.

 Aquellos que estaban al tanto fueron comunicados por los sirvientes de la casa que su señora estaría fuera por bastante tiempo debido a asuntos personales, y se les pidió que no corrieran rumores ni hicieran ningún escándalo

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Una vez firmó, dejó el documento a un lado para que se secara la tinta, y colocó la pluma de vuelta en el tintero. Tomó el siguiente papel y comenzó a examinar su contenido mientras hablaba con su caballero.

—Félix.

—¿Sí, su majestad?

—¿Qué sucede con ella? A pesar de lo que le dije la otra vez, pensé que seguiría viniendo como siempre hace.

El pelirrojo se tomó unos momentos antes de responder. Incluso si se trataba del mismo emperador y de su amigo, no podía tolerar que tratase de tal manera a Cyel. Le molestaba el comportamiento del rubio, pues la chica era como una hermana menor para él, y odiaba que Claude se comportase como un idiota con ella.

—La duquesa se ha ido —dijo, sin siquiera mirar a los ojos a Claude y con un tono que sonaba algo resentido.

—¿Un viaje? ¿Por qué? ¿Negocios? ¿O vacaciones?

—No lo sé, pero no creo que sea ninguna de las dos. Hace una semana fui a su mansión, pero estaba completamente vacía. Por el camino de vuelta me encontré con una de las sirvientas, y me dijo que Cyel se iba a marchar por mucho tiempo y nadie sabía por qué. Todos los sirvientes han recibido su paga y dado la libertad de volver a sus hogares o tomar otros trabajos.

Claude había estado escribiendo una respuesta para la última carta que había leído, pero al escuchar la noticia, dejó de escribir, mas no levantó la pluma y esta empezó a dejar una marca de tinta sobre el papel, arruinándolo.

—¿Qué estás diciendo? ¿Se va por mucho tiempo y nadie sabe por qué ni a dónde?

—Sí, eso mismo.

—Félix Loebein, ¿qué haces que no estás buscando su paradero? —se levantó dejando la pluma de golpe en la mesa.

—¡Pues claro que he estado buscándola por mi cuenta! No soy como usted —se notaba que estaba enfadado, pues no era usual que le contestase así —. Quería hablar con el mayordomo de la casa, pero actualmente está trabajando en una cafetería sumamente popular entre los nobles y no tiene demasiado tiempo.

—¿Una cafetería?

—Sí. Se niega a servir a cualquier otra familia noble que no sean los Lumbreu a pesar de que, con su experiencia, podría ser contratado fácilmente.

—Lleva a un grupo de soldados a esa cafetería y tráeme al mayordomo. Di que es una orden del emperador y que ofrezcan sus cabezas si van a negarse. No deberían de tener problemas solo por disponer de un camarero menos.

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