VI - Una Sincera Disculpa

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Llamaron a la puerta. Alfred se acercó extrañado, ¿quién podría ser? No se suponía que nadie más supiera que la señorita Lumbreu había vuelto, ¿o sí? Cuando llegó al portal y lo abrió, se sorprendió ante la presencia del emperador de Obelia.

—¿Su majestad? ¿Qué le trae por aquí?

—Cyel ha vuelto, ¿no es así?

El mayordomo no supo qué contestar, pero para cuando se dispuso a hacerlo, Claude ya había entrado en el edificio, tomando el silencio del hombre como una afirmativa.

—¡Su majestad, espere!

Mas el rubio no se paró y empezó a subir las escaleras hacia el segundo piso. Conocía perfectamente la casa, pues la había visitado varias veces cuando era joven. Así, se paró ante una gran puerta del pasillo. Tomó el manillar y lo empujó suavemente, con cuidado de no entrar de golpe y asustar a la chica. Una vez estuvo dentro, examinó la habitación. Aún había algún que otro mueble sin limpiar y algunos objetos sin ordenar, pero en general, estaba limpio. Se dio cuenta de que la duquesa estaba dormida en la cama, y tras pensarlo un momento, se acercó en silencio.

—Su majestad... —dijo Alfred con un tono más bajo para no despertar a su señora.

—Me quedaré aquí hasta que despierte. Necesito hablar con ella.

—Pero...

—Yo no tengo nada que hablar contigo.

Todos en la habitación se sorprendieron. No habían hecho mucho ruido, pero de alguna manera, Cyel se había despertado. Sin embargo, no se dignó a mirar a nadie, simplemente tenía la mirada fija en el techo de su cama.

—Supongo que sigues enfadada conmigo —La chica no contestó—. Ya que estás despierta, ¿podemos hablar a solas? Tengo muchas cosas que decirte.

—Y yo ya te he dicho que no tengo nada que hablar contigo.

—Cyel, por favor...

—Claude, márchate —la peliazul tapó sus ojos con la mano derecha—. No estoy de humor para tratar contigo.

El emperador se sorprendió ante la respuesta. Rara vez Cyel se oponía a hablarle, pero si se lo pedía, ella acababa cediendo. Era la primera vez que le rechazaba tan secamente, y lo peor de todo es que ni siquiera le había mirado, incluso cuando estaba a su lado. Pensó en qué debería hacer para que la chica le hiciera caso. Amenazarla con el poder del emperador solo empeoraría las cosas, y en el estado en el que se encontraba Cyel, dudaba que le importase mucho. Suplicarle por su atención tampoco era una opción, sería demasiado vergonzoso y su orgullo no se lo permitía. Entonces, ¿qué debía hacer?

—Su majestad, le ruego que...

—Lo siento —interrumpió Claude. Había tenido que reunir mucho valor para decir esas palabras delante de ella y de todos. Ya de por sí había pensado mucho cómo disculparse a solas, así que era mucho más difícil hacerlo con otros escuchando, pero era la única manera que se le ocurrió de conseguir su objetivo, y si eso no funcionaba, probablemente nada más lo hiciese.

Cierto es que la disculpa pilló desprevenida a Cyel, quien abrió los ojos tan pronto como escuchó esas dos palabras. No pudo evitar apartar su mano para mirar a Claude, y se dio cuenta de lo mucho que le había costado decir eso. Aunque parecía impasible, la peliazul notó que el de ojos como gemas estaba mordiendo su labio inferior.

—Cyel, yo...

—No digas más —La fémina se levantó y quedó sentada sobre la cama. Ante su respuesta, Claude miró hacia el suelo y apretó los puños con fuerza, así como los dientes. Sabía que se lo merecía, se merecía el odio de Cyel, y entendía que ella no quisiese ni verlo, y mucho menos escucharlo—. Alfred, ¿podrías salir?

La petición sorprendió tanto al mayordomo como al emperador. El único que no se sentía así era Félix, quien miraba a la chica dulcemente. Podía ver a través de sus acciones, y sabía que había pedido a su mayordomo que se marchase para evitarle a Claude más vergüenza. No por nada eran como hermanos.

Alfred salió, seguido de Félix, ambos haciendo una reverencia antes.

—Puedes sentarte si quieres —dijo Cyel dando unas palmaditas en el borde de su cama.

Claude obedeció y se sentó donde la chica le indicó, quedando bastante cerca de ella.

—Cyel, yo... —el emperador no consiguió decir nada más. Suspiró—. Llevo mucho tiempo pensando en cómo decirte esto, pero ahora parece que no me ha servido de nada —La peliazul no contestó, simplemente se le quedó mirando—. Cada vez que pensaba que fue por mi culpa que te fueras tanto tiempo, no podía perdonármelo a mí mismo. Cuando me paré a pensar en lo que te dije ese día —se detuvo un momento, recordando cuando le dijo que no la quería volver a ver nunca más—, me di cuenta de que no debí haber dicho eso, no a ti. Y cuando pienso en eso, también me pregunto cómo es posible que me soportaras todo ese tiempo, porque no era la primera vez que te hablaba mal, a pesar de que tú siempre has estado a mi lado sin criticarme. Incluso si no quieres perdonarme, o ni siquiera volverme a ver... lo entenderé, porque me lo merezco.

Claude esperó unos minutos por una respuesta que no llegó. Sentía cómo se le hacía un nudo en la garganta, y cada segundo que pasaba era como una tortura para él. Al final, la chica acabó por girar su cabeza, mirando hacia el ventanal del otro lado. El emperador tomó la acción como un rechazo y, aunque dolido, se levantó de su asiento para marcharse.

—No quiero perdonarte tan fácilmente —Claude detuvo su paso. Aquellas palabras provocaron una punzada de dolor en su corazón—. Las palabras son bonitas, pero no pienso reconocer nada a menos que me lo demuestres como es debido. No soy exactamente la misma persona que conocías, así que si quieres traer de vuelta a la antigua Cyel, será mejor que te esfuerces, aunque ni siquiera así te puedo prometer que vaya a suceder... porque la Cyel inocente y delicada del pasado probablemente ya no exista. Perdiste tu oportunidad en el pasado, recuperarla no será fácil.

Claude se fijó entonces en la chica. Anteriormente, no había sido capaz de verla correctamente, pues sus pensamientos estaban demasiado dispersos como para prestar atención a detalles como esos, pero ahora se daba cuenta. El cabello de Cyel era bastante más corto que la última vez que hablaron, ahora lo tenía por poco debajo del hombro. Además, sus ojos no brillaban con la intensidad de antes, sino que se mostraban algo sombríos. Ni siquiera su sonrisa era igual, no, porque ahora estaba llena de tristeza y falsedad. Claude era incapaz de adivinar qué le había sucedido, pero no quería abandonarla de nuevo.

—No importa. Conque estés dispuesta a darme esta oportunidad de redimirme, estaré más que satisfecho. Además, mientras sigas siendo Cyel, da igual si eres una santa o una asesina, me basta con que te quedes a mi lado. Incluso si me odias, mantente a salvo y no desaparezcas de nuevo. Por favor.

—Lo intentaré —respondió ella tras unos momentos.

—Lo intentaré —respondió ella tras unos momentos

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A veces me pregunto... ¿dónde estarán todos los lectores que seguían la historia antes de que la escribiera de nuevo? 🤔

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