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Abrió sus ojos, la penumbra alumbra el extenso camino de una plaza en una noche fría. El saco negro amortigua el frío, se encuentra solo entre los árboles de cerezos dónde las flores adornan las ramas. Estaba oscuro sin contar los faroles blancos en los costados. Respira sin saber a dónde ir, hasta que alguien llama su nombre, con una voz delicada.
─ San-gwoo ─ voltea de inmediato, está al frente con un abrigo negro, el mismo que tenía cuando se conocieron. Su sonrisa blanca brillaba más que el sol ─. ¿Estás bien?
─ Mejor ahora ¿Qué haces aquí? ─ camina hasta él con las manos en los bolsillos.
─ Te dije que vendría a buscarte, ven conmigo hay algo que debes ver ─ engancha sus brazos y caminan por el pasillo de aquella plaza ─. Estaba esperándote, supe que vendrías cuando dejaste que Gi-hun ganara ¿Por qué lo hiciste?
─ Tenía que venir contigo, si caemos, caemos juntos.
Siguieron avanzando, estaban en un silencio cómodo, con el viento rozando su cabello y moviendo los cerezos. Una serenidad intacta, se sentía bien, quería quedarse así para siempre. Victoria subía por la banqueta y tomaba su mano para no perder el equilibrio, riendo. Giraron, saltaron, bailaron, estaban en un lugar seguro ahora, unidos después de la muerte. Sabiendo que no tendrían que separarse más, amándose por la infinidad. Pararon en una parte, una especie de arco lleno de flores de cerezos, en medio una especie de niebla blanca volaba.
─ Ahí, mira eso ─ apunta con su dedo.
─ ¿Qué es eso?
─ No tengo idea, pero quería averiguarlo contigo ¿Listo? ─ juntaron sus manos con fuerza ─. ¿Si cae uno?
─ Caemos juntos ─ carcajearon corriendo hasta el arco listos para iniciar otra aventura, juntos, para siempre. Y no importa si el mundo se destruía, si todo se iba al infierno, estaban juntos y estarían juntos para siempre.
