Parte 3

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 Pagó y bajó del taxi. Cuando estaba por abrir la puerta de su casa, estacionó un auto negro y de él bajó el mayor de los hermanos Holmes. Se miraron solemnemente y con burla, como ellos se miraban, y luego de intercambiar unas palabras Mycroft le entregó un sobre que contenía una información que necesitaba que Sherlock analizara -Mycroft jamás utilizo la palabra "ayuda", pero era eso lo que quería-. El detective tomó el sobre e hizo un gesto con la cabeza que significó algo como "lo reviso adentro... si quieres pasar...", a lo que Mycroft hizo una leve inclinación con la cabeza y sostuvo su peso en el paraguas que llevaba en su mano derecha como si este fuera un bastón.

 -Cualquier avance que logres, me lo haces saber.

 Sherlock no dijo palabra, lo observó, el mayor se dio vuelta y caminó en dirección al auto. Ni bien vio esto, el detective volteó e introdujo la llave en la cerradura para abrir la puerta. Antes de subir al auto, Mycroft se aseguró de que Sherlock entrara en la casa, y sólo cuando la puerta con la inscripción "221B" en dorado se hubo cerrado, se marchó.

 Sin subir las escaleras, abrió el sobre y sonrió. Era un asunto intrincado, prometedor. Con los ojos devoró la información y se quedó parado pensando, con la pera hundida en el pecho y los ojos brillantes.

 La señora Hudson había escuchado la puerta y se acercó a saludarlo. Él le devolvió el saludo entusiasmado. "Un buen caso, sin duda" pensó ella y le informó que John ya había llegado. Esto último captó toda su atención y le provocó una pequeña sonrisa.

 Hacía tres días no se veían, y era raro. Si bien vivían separados, la casa del uno era como la casa del otro, pasaban mucho tiempo en ambos lugares y eran pocas las veces que sus actividades los mantenían distanciados. Pero en ocasiones como esa, el trabajo de John, las actividades de Rosie, el clima, la vida alocada de Sherlock, las horas y el cansancio, los alejaban. Y esto había acrecentado el aburrimiento que el detective había sufrido esa mañana.

 Como ya había terminado de leer y su audaz cerebro no hacía progreso alguno, comenzó a subir la escalera para encontrarse con su amigo. Y lo recordó. De golpe el olor entró en su cerebro a la vez que empezaba a distinguir el aroma de su propio hogar y su mente concebía con claridad veintiún posibles explicaciones para aquel caso.

 Siguió subiendo y consideró: "¿Estuve buscando todo el día el olor de mi propia casa?", "¿tan idiota soy?"

Tan brillante y tan estúpido ("Sherlock")Donde viven las historias. Descúbrelo ahora