Placer sin Escalas

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Habíamos decidido viajar a Portugal para que conozca los sitios que yo describía en mis historias cuando hablaba con ella, el viaje era largo y pesado, haríamos escala en España y de ahí un vuelo corto hasta Lisboa.

Gracias al excelente trabajo de mi abogada conseguimos la gratuidad en dos pasajes y sólo pagamos uno que correspondía a mi asistente. Por protocolo fui el primero que subió al avión junto a mi compañera y a mi asistente, nos acomodaron y el personal de a bordo se encargó de que estuviera confortable antes de que ingresen el resto de pasajeros. Lamentablemente, mejor dicho, por suerte, la aerolínea había cometido un error y el asiento de mi asistente quedaba cuatro filas más adelante, lo que me dejaba a solas con Mara.

Afortunadamente no viajaba mucha gente con nosotros, por lo que la mayoría de lugares alrededor nuestro estaban vacíos.

Nos sirvieron la cena y después de acabar con su ración, Mara me ayudó a comer a mí, lo hacía con ternura y esmero, bromeaba y jugaba conmigo, de vez en cuando me daba un beso o se ponía un trozo de comida que sostenía con los labios y me lo entregaba directamente en mi boca. Sin darnos cuenta y entre el juego habíamos consumido varias botellitas de vino, elixir dulce que poco a poco fue soltando las riendas de nuestras inhibiciones.

Las azafatas retiraron las bandejas y luego de preguntarnos si necesitábamos algo desaparecieron, Mara y yo nos recostamos en nuestros asientos tomándonos de la mano, era medianoche y la oscuridad reinaba invitándonos acometer imprudencias, a desplegar el desparpajo que tienen los amantes cuando son libres.

Ella apoyó su cabeza en mi hombro a modo de almohada, cerré mis ojos y el pecho se me infló de felicidad, sentía su respiración en mi cuello y me pareció caliente como una ventisca del Sahara, mi piel se despertó enviándole señales al resto del cuerpo, mi pene saltó de inmediato levantando visiblemente la tela de mi pantalón, Mara observó eso y soltó el quejido más erótico que jamás escuché, era casi un lamento cargado de deseo.

Moví nuestras manos hasta rozar mi entrepierna, nuestros dedos se separaron y apoyó su mano abierta encima de mi falo para acariciarlo con mucha suavidad, desprendió el botón de mi jean, bajó el cierre y como en esas cajas donde salta un objeto enganchado a un resorte, salió mi verga erecta, totalmente mojada y brillante.

La tomó desde la base introduciéndosela delicadamente en la boca, podía sentir como sus labios acariciaban cada centímetro de mi sexo y eso me enloquecía, después su lengua se encargó de masajearme con ahínco y ferocidad, iba y venía por toda la superficie, por arriba y abajo, no dejaba que nada quedara sin ser explorado; le daba especial atención a mi glande y era ahí donde succionaba con todas sus fuerzas, parecía querer arrancarme la pija en un apetito frenético. Hacerlo en el avión para mí era lo más excitante del mundo y no tardé en derramarme en su interior, varios chorros de esperma salieron para ser tragados por ella con inusitada rapidez. Cuando estuvo segura que ni una gota más iba a salir, liberó mi pene llenándolo de besos, lo acomodó dentro de la ropa y me plantó un beso intenso en la boca.

Me miró directamente a los ojos con una carga de lujuria en su mirada que me asustó, se mordía el labio inferior con la expresión de quien está calculando milimétricamente la construcción de un rascacielos; tomó mi brazo y lo puso encima de su pelvis, se recostó en su butaca, con sumo cuidado fue introduciendo mi mano en la profundidad de su ropa interior, mi dedo mayor estaba claramente tocando su clítoris y al comenzar a moverlo dio un pequeño salto, estaba totalmente inundada de flujos vaginales, mis falanges nadaban en ese almizcle de excitación y de a poco logre introducir mi dedo anular junto con el mayor dentro de ella. Mis movimientos eran tiernos pero firmes, rítmicos, seguros y calculados; sabía que no estaba lejos de alcanzar el punto G, tenía la seguridad de lograrlo como si un ángel pervertido me lo hubiera anunciado, metía y sacaba cada vez más, ganando terreno, sumando milímetros hasta que reconocí la superficie áspera donde tocando con suficiente destreza la haría gozar como ella lo había hecho hacía un momento conmigo. Ante mis caricias se retorcía espasmódicamente, con sus manos apretaba el extremo de los apoyabrazos sin poder contener una seguidilla de gemidos que trataba de ahogar inútilmente, arqueaba levemente la columna y se desplomaba sobre el asiento sin control de sus movimientos, el clímax era inminente, estiró uno de sus brazos hasta colocarlo en mi espalda y mientras eyaculaba en mi mano me arañaba sin escatimar en fuerza. Mientras ella gozaba, en mi piel se abrían surcos dulcemente dolorosos.

Quedamos exhaustos y desparramados en nuestros asientos, nos mirábamos sin poder dejar de sonreír; éramos dos niños que acababan de hacer una travesura gigante y eso nos divertía mucho.

Moví mi cabeza indicándole que se acercara y al aproximarse le solté un "Eu amo-te", me sorprendió con un "Eu também" y sonrió con picardía.

El viaje apenas había comenzado...

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