Inscripto en la Piel

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Para Joaquín, los movimientos que Mónica hacía en la pista de baile, le recordaban a una pitón reticulada, cargada con ese simbolismo de lo pecaminoso, lo prohibido, aquello cuya esencia era sólo la de ser deseado. Y Mónica era absolutamente deseada por ese hombre que, vaso en mano, observaba a esa bestia sensual poner en peligro su cordura.

Habían salido en grupo, a comer pizza e ir a bailar. Los integrantes eran hombres y mujeres que concurrían al mismo taller literario y en esa experiencia es común que surjan invitaciones para otras actividades, así se acrecienta la amistad y se crean otros espacios donde compartir el amor por las letras y las ideas.

Joaquín era un lesionado medular reacio a concurrir a discotecas o sitios donde la actividad social tenía que ver con el despliegue corporal y no con la praxis intelectual. Se preguntaba qué carajos tenía que hacer en esos lugares donde todo le recordaba su diferencia, pero unos compañeros lo convencieron diciéndole que, aunque ellos también podían bailar, no era una actividad que les agradara demasiado y se quedarían a su lado tomando unas copas. Eso, más la posibilidad de verla en otro ámbito, fueron razones suficientemente poderosas como para derribar su lógica pesimista.

Se sentía tenso e impotente cada vez que alguien la sacaba a bailar y ella accedía, quería ser él quien depositara la mano en su cintura timoneando esa nave sensual en el océano de la melodía; anhelaba furiosamente pegar su cuerpo al de ella y que los ritmos caribeños los secuestraran a la ilusión de sentirse solos y únicos en esa pista. Pero no, era otro, siempre otro el que hacía eso, y en este caso era el turno del boludo de Pablo; un seductor de cotillón con estrategias prefabricadas en comedias románticas de poca monta, una colección de clichés en el cuerpo de un hombre de treinta y cinco años que, aunque exasperadamente atractivo, no se espabilaba del vacío reluciente que ostentaba en cada movimiento.

Cuando estaba triste, (en ese momento la situación lo entristecía mucho), pensaba en ideas y frases para plasmar en poemas posteriormente, así imaginó cómo se reflejarían las luces multicolores en su cifósis tremendamente pronunciada; un Cuasimodo moderno - se dijo - y una mueca triste muy parecida a una sonrisa comenzó a nacer.

La cachetada fue impactante. Pudo reproducirla en su cabeza cuadro a cuadro, claro que el momento exacto del golpe fue el mejor de todos, pero aún así quedó sorprendido por la secuencia.

Quizá inducido por la música o haciendo alarde de su infinita estupidez, Pablo le había plantado un manotazo en el apoteótico culo a Mónica y ésta se lo devolvió a la altura del pómulo.

Cargada de indignación y rabia llegó con el llanto hasta la barra donde se pidió un Gin Tonic que se bebió de un saque, después se percató que Joaquín la miraba con bronca, no hacia ella, sino por no haber podido contenerla con un abrazo, por no ser el caballero que quería ser.

¿Por qué no son como vos? - Le dijo al oído. Joaquín tuvo que repetirse la frases varias veces en su cabeza, pero seguía confundido. ¿Qué quiso decir?. La miró a los ojos cuestionando la pregunta, Mónica se dio cuenta y se inclinó nuevamente hasta colocar sus labios a milímetros de su oreja y acongojada murmuró ¿por qué no son dulces como vos?, Tomó su cara y lo besó.

Cuando sus labios se separaron ella le sonrió con ternura y unos gramos de picardía; le hacía mucha gracia la cara de alucinado que tenía ese hombre al que, quién sabe hacía cuánto tiempo, nadie besaba. Lo apuntó con el dedo índice y retrayéndolo dos veces le indicó que la siguiera. Él inmediatamente lo hizo.

La analogía más gráfica para ese momento es la de un burro persiguiendo a una zanahoria, sólo que esta zanahoria tenía el cabello negro, largo y ondulado; una remera escotada y muy ceñida al cuerpo que acentuaba la forma y el tamaño de sus pechos; una minifalda de cuero negro que apenas cubría sus glúteos y unos tacos altos que hacían de esa mujer un templo del delirio.

Durante el trayecto una puñalada de incertidumbre le perforó el pecho, sabía claramente que el coito estaba descartado, una erección en esas circunstancias sería una empresa faraónica que sólo aportaría desilusión y el fin de este sueño que estaba viviendo, se pensó menos hombre y en cada giro de las ruedas de su silla la sensación del desastre inminente era desquiciante. Debajo de su cintura todo estaba dormido eternamente ¿acaso ella no lo sabía?, Estuvo a punto de desistir, pegar media vuelta y desaparecer; todo era tan doloroso e incierto ¿cómo satisfaría a Mónica?.

Lo dirigió a un rincón oscuro debajo de unas escaleras, ella se abrió de piernas y apoyó su culo contra la pared e invitó a Joaquín a colocar la silla entre ellas. Tomó sus muñecas y llevó las manos de él al costado exterior de sus muslos. Ante el contacto, una corriente eléctrica atravesó la espina dorsal del hombre y apretó con seguridad esas piernas tan soñadas; la ascensión de sus dedos fue lenta y delicada hasta encontrar la tira finita de tela que conformaba la bombacha.

Mónica cerró los ojos y se dejó ir, se despojó de cada atadura mental y moral, estaba dispuesta a hacerlo todo en ese lugar y en ese momento, qué más daba si la veían, seguramente ofrecería un espectáculo soberbio y eso la excitaba más.

Él le arrancó salvajemente la parte de abajo del conjunto de ropa interior, observando posteriormente con sorpresa, el corazón de vello púbico perfectamente demarcado en el comienzo de la vulva; estiró los brazos, tomó sus caderas y la acercó hasta poder lamerle intensamente el clítoris, pasada tras pasada hacían que Mónica le dibujara líneas paralelas en la espalda con sus uñas y en los momentos donde el delirio menguaba le acariciaba la nuca.

Joaquín abrió la boca y cubrió por completo la perla del placer y su capuchón, le daba pequeñas succiones que alternaba con caricias circulares aplicadas con la punta de su lengua, también le ofrecía dedicados lengüetazos que llegaban hasta la entrada de la vagina, donde un dedo mayor entraba y salía furtivamente estimulando su punto G.

Entre espasmos, gemidos y gritos que, afortunadamente la música del lugar no dejó oír, la hembra voluptuosa se corrió tres veces en las manos de Joaquín, después, con el deseo intacto, lo besó con pasión en la boca, lo invadió hasta dejarlo sin aire, las lenguas se percibían como dos amantes ciegos necesitados, las salivas eran un perfecto cóctel lujurioso para gozarse. Disfrutó mucho recorriéndole el cuello hasta llegar a sus tetillas y mordisquearlas mientras él dejaba caer la cabeza hacia atrás y los ojos se le ponían en blanco...

Hace cinco años que sucedió esto, ahora Joaquín la ve bailar y ya no siente celos, Mónica encontró la respuesta a ¿por qué no son tan dulces como vos? Y juntos continúan escribiendo literariamente y por el camino de la vida... El próximo capítulo se llamará Libertad, y según el obstetra, llegará en cinco meses.

Letras HúmedasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora