VII.

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El pelinegro, yacía llorando sin reflejo alguno, toma el cansado rostro de su querido amigo con la intención de mostrarle consuelo en su tacto.

—Está bien Yuuji, iremos juntos a la comisaria y te prometo que ese sujeto no podrá tocarte nunca más. —sollozó abrazando al ajeno entre sus delicados brazos, suavizando el roce con su fino y pálido pecho escondido en ese pijama de elmo.

Asiente sin despegarse de aquel contacto puro.

—Tendremos que hacerlo ahora,
—mencionó repentinamente el castaño, sorprendiendo los destellos de su amigo— porque él te ha visto.

Megumi acaricia su cabello y suspira. Esta tarde iba a ser tan larga como la noche.

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Pasaron no más de 10 minutos desde que empezaron a conservar y ordenar todo para ir hacia aquel recinto de autoridad, la noche se acercaba tan terrible pero extrañamente el cielo mostraba lo contrario, la hora y el clima estaban de duelo.

No fue mucho cuando ambos jóvenes salieron hasta llegar un negocio muy cercano, Megumi debía entregar algo antes de hacer lo más importante del momento, —hacer la denuncia correspondiente— miró a Yuuji y le explicó que debía esperar por unos minutos ya que su madre lo mandó a pedir unos frascos vacíos en la bodega del almacén.

—Sí, espera aquí, las traeré de inmediato.

La mayor deja al chiquillo y a una pequeña niña de cabello turquesa, quién al parecer lucía desesperada por observar hacia afuera. El niño dudoso sospecha de aquella nefasta conducta.

—¿Qué miras tonta? —mencionó.

La pequeña ríe y responde esperanzada tanto en sus ojos como en su voz.

—El chico de pelo blanco, hoy estaba muy lindo.

—¿Eh?
—frunce el azabache cabreado— Si tanto quieres ir a ver entonces muévete y desaparece por ahí.

—Lo haría pero no me dejan salir.

—Tonta. —reiteró Megumi ignorando su atención.

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Las luces de los faroles parpadeaban tan tétricamente, como en películas de terror donde el asesino hace su aparición sorpresiva y feroz. Allí se encontraba Yuuji, sentado cerca del poste de luz y con un teléfono apretando en su regazo, estaba asustado, pero en su mente se decía; si te atrapa, no involucres vida inocente. Es por eso que se alejó un poco del paradero de su amigo para tomar precaución, aunque dudaba mucho, tenía fe en que Gojo no supiera acerca de él.

El frío se apoderaba del vecindario, la oscuridad estana en su máximo explendor apesar de no brillar naturalmente, una extrala sensación se cuela en loa sentidos del moreno, una llena de paz y deseos bellamente inalcanzables. Entonces, dejando el aparato a un lado y con sus pies incorporados en la fría vereda, comienza repentinamente a bailar una pieza del Lago de los Cisnes.

Qué bella melodia, tan suave y placentera para el más santo y herido. Cerró sus ojos y extendió, juntando sus brazos, hacia la luna tan blanca y viva.

Era la luna el público y Yuuji la danza, que soplaba, que insinuaba limerencia al bailarín. Recordando esas notas que de un momento a otro son pequeñas tildadas y en otras tan lúgubres, tristes y llenas de un sempiterno abismo de sentimientos no expresados en palabras pero sí en movimientos sonoros y armonios.

Sus dedos parecían querer tocar las estrellas, arrojar cometas y burlar al sol, que no solamente esa enorme bola de fuego puede brillar en la existencia sin la necesidad de ser enchufado. Continuó danzando en la cúspide de sus ilusiones, guiado por la luz, al son de un querido paso, ni las grietas podían romperse de tanto peso que extrañamente eran tan finos como los de una pluma al aterrizar durmiendo en dichoso dientes de León, pequeñas y acompañadas flores virtuosas y deslumbrantes.

El cisne iba a descender victorioso, hasta que, una voz familiar se hace sonar.

—Qué bonito bailas, Itadori Yuuji.

Los ojos ámbar dieron su aterrizaje a los fríos y serios ojos celestes.

—T-tú.. —agonizó Yuuji.

—Sí, yo, tu novio.

En un movimiento brusco, apretó el cuello del menor y lo atrajo hacia su físico, lo acorraló de tal forma que sin darse cuenta, cae dormido al posar un extraño paño en su nariz.

Cargó el inconsciente cuerpo y lo introdujo a un auto no más lejos de allí, observó el celular y entre sus dedos lo lanzó lejos. Abre la puerta rápidamente y con unas cuerdas amarra su débil figura desmayada. Observa por ultima vez la calle y emprende su vehículo.

Luego del recorrido, Yuuji se hayaba amarrado en una cama, estaba desnudo y frío, muy frío. No tardó en darse cuenta de la sombría compañía que tenía.

La habitación era la misma, puerta y ventanas cerradas, cortinas tristes y singulares, el suelo parecía estar más barrido y la puerta del baño estaba, por así decirlo, clausurada por el candado en su cierre.
Satoru levanta su aura del asiento y con mucha dedicación se cuela en la zona baja de la cama.

—¿Creíste que te iba a dejar? —vociferó el albino tocando los muslos del menor—. ¿En serio pensaste que yo iba a permitir tal mierda, Yuuji?
—la mano de Gojo toca las diminutas caderas del infante, apretándolas y rasguñandolas al mismo unisonio—. He estado siendo muy bueno contigo, pero no tienes idea de lo que soy capaz cuando soy realmente yo.
—lentamente, comienza a despojar sus prendas, dejando a la vista sus anchos hombros y su erecto miembro, que rebosaba alegre e inquieto ante la reducida entrada del niño— Yuuji, morirás.

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⏰ Última actualización: Nov 08, 2021 ⏰

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ʟᴀ ᴛɪᴇɴᴇꜱ, ʟᴀ ᴛʀᴀᴇꜱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora